Por un lado, el gobierno nacional anuncia paquetes de estímulo, prometiendo créditos fáciles a los interesados en adquirir bienes costosos como automóviles cero kilómetro, lo que, supone, ayudará a mantener alto el consumo y de este modo impedir que la economía caiga en recesión, pero por el otro se ha visto obligado a permitir que aumenten mucho las tarifas de electricidad y demás servicios públicos. Aunque según el ministro de Planificación, Julio De Vido, los únicos perjudicados por los aumentos serían los relativamente acomodados, ha resultado que entre los más golpeados se encuentran decenas de miles de familias de ingresos reducidos que, por utilizar aparatos eléctricos anticuados y muy poco eficientes, consumen más electricidad que el promedio. Como han señalado varios intendentes de municipalidades pobres, personas de recursos escasos están recibiendo facturas por sumas que sencillamente no están en condiciones de abonar, lo que ha contribuido a difundir la sensación de que el poder de compra de sectores muy amplios está reduciéndose a un ritmo alarmante. No es del todo sorprendente, pues, que hayan comenzado a proliferar las protestas. Tampoco lo es que algunas ya se hayan celebrado frente a la residencia presidencial de Olivos, puesto que tanto los intendentes como los vecinos entienden que en última instancia el responsable de un ajuste que amenaza con ser muy duro es el gobierno nacional de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Desgraciadamente para el gobierno, a inicios de un año electoral se ha visto constreñido a batirse en retirada frente a la despreciada realidad económica. Aunque tratará de atribuir las manifestaciones en su contra a una conjura opositora, la presencia de intendentes presuntamente oficialistas entre quienes están más indignados por la suba drástica de las boletas de luz hace pensar que no le será dado minimizar así su importancia.
Que los molestos por los tarifazos recientes que, en algunos casos, han supuesto aumentos del 400% e incluso más, hayan culpado al gobierno por lo ocurrido no es injusto. El Ejecutivo supo aprovechar políticamente el desempeño al parecer muy bueno de la economía en los buenos tiempos, de suerte que no tiene derecho a quejarse si la ciudadanía lo culpa por las dificultades que surgen en los malos. Puede que las ventajas electoralistas supuestas por el congelamiento no fueran tan grandes como había previsto, pero de no haber sido por sus cálculos en tal sentido hubiera manejado el asunto con mayor racionalidad. Sin embargo, por motivos netamente políticos, el entonces presidente Néstor Kirchner se negó sistemáticamente a prestar atención a los pedidos de las empresas energéticas que le advertían que sin tarifas razonables no estarían en condiciones de cubrir sus costos, y ni hablar de invertir lo bastante como para poder suministrar la energía que requeriría una economía en expansión. En un intento por evitar que los problemas energéticos llegaran a la gente, Kirchner puso en marcha un sistema de subsidios que benefició a los consumidores en desmedro del fisco. Como es lógico, los usuarios no hicieron esfuerzo alguno por ahorrar energía, por tratarse de algo sumamente barato, asegurando de este modo que en cuanto se agotara el sistema ideado por el gobierno, ya que los subsidios no podrían seguir aumentando indefinidamente, el ajuste resultante fuera traumático.
Ya se ha desvirtuado la ilusión de que, merced a un nuevo paradigma internacional que fue posibilitado por el surgimiento de China y la India, la Argentina había iniciado una etapa de crecimiento muy rápido que se prolongaría durante décadas, y por lo tanto el gobierno no tendría por qué preocuparse por las distorsiones ocasionadas por la falta de inversión. Debido a la desaceleración de la economía ha caído mucho últimamente el consumo industrial de gas, gasoil y electricidad, mientras que la inflación se ha moderado gracias a la mayor cautela de la gente, pero el que sea menos probable que en los meses próximos se produzca una crisis energética grave no puede considerarse un consuelo, ya que sólo significa que cuando se supere el mal momento, al país le será muy difícil reanudar el crecimiento al que se acostumbró después del derrumbe del 2001 y 2002.