El sábado pasado el papa Benedicto XVI anuló la excomunión de cuatro obispos que pertenecían a la corriente cismática fundada en 1969 por el cura francés Marcel Lefebvre. La decisión, de suyo escandalosa porque hería al Concilio Vaticano II, lo fue más aún porque uno de esos clérigos se había despachado días antes con una declaración pronazi y antisemita.

Antes, Benedicto había restablecido la misa en latín -el lenguaje culto de la Iglesia Católica superior a las "vulgares" lenguas nacionales impuestas por el Concilio Vaticano II- vigente desde el Concilio de Trento de 1545, que además había ordenado un texto para la misa del Viernes Santo -aligerado siglos después- que exhortaba a la conversión de "los pérfidos judíos". El concilio fue convocado por el papa Paulo III con el fin de enaltecer el dogma y la disciplina frente a la Reforma Protestante de otro alemán, Martín Lutero.

La misa en latín que el sacerdote oficiaba a espaldas de los fieles no había sido abolida -por el Concilio Vaticano II- sino que, desde su reemplazo por las lenguas nacionales, podía ser oficiada sólo con una autorización especial. Fue ésa la principal razón del alzamiento del cura francés Marcel Lefebvre, al que Dios dio larga vida porque vivió 96 años. Lefebvre no llegó a proclamarse Papa, pero se consagró obispo y ordenó sacerdotes. Su conducta, equivalente a un cisma, hizo que el Vaticano lo suspendiera en 1976, lo que implicaba retirarle la licencia para expedir patentes de sacerdotes. Pero el disidente siguió como si nada, a la vez que ganando influencia en amplios sectores del catolicismo, hasta llegar a contar con unos 200.000 prosélitos, muchos de ellos partidarios de proclamarlo Papa. Finalmente, Juan Pablo II cortó por lo sano y lo excomulgó, a él y a los miembros de su círculo íntimo.

En los años que siguieron y con los nuevos aires que recorrieron el mundo después de la caída del muro de Berlín, la "hermandad" de Lefebvre se debilitó. Pero se mantuvo: todavía hoy tiene 70 iglesias que hablan en latín y cuatro seminarios (si uno mira hacia la derecha encuentra que la vida interna de la Iglesia romana es la mar de democrática).

La semana pasada, en la televisión sueca, el obispo en cuestión, Richard Williamson, puso en duda el Holocausto al decirse convencido de que las cámaras de gas no existieron y de que en los campos de concentración del nazismo "sólo" murieron 300.000 judíos y no seis millones. Unos días después, y a pesar de la reacción de judíos y no judíos en todo el mundo, el Papa admitió la reafiliación de Williamson y de otros tres peticionantes, entre ellos el sucesor de Lefebvre en la jefatura de la organización, Bernard Fellay. A la vez, intentó calmar a los judíos reiterando su solidaridad con ellos y que el Vaticano no aceptaba la negación del Holocausto. Pero, aun así, el Rabinato de Israel decidió suspender una reunión con Ratzinger programada para el 2 de marzo.

Desde que la modernidad llegó al planeta, las grandes contiendas mundiales han involucrado a ingleses y alemanes. En este caso también, porque hasta aquí tenemos a dos de Germania, Lutero y Ratzinger, y uno de Britania, Williamson. También -sería imprudente ignorarlos- a los franceses, representados por Lefebvre. Pero también estamos los argentinos, porque como muchos nazis y fascistas que buscaron refugio en este país, después de la Segunda Guerra Mundial, también lo hizo Williamson (todo lo que viene de Europa, se trate de un nazi o de la moda Chanel, a nosotros nos cae bien).

No puede extrañar, por lo tanto, que Williamson decidiera aposentarse en la Argentina, un país que, según él, es "el más adecuado en Latinoamérica para lanzar la misión de la sociedad de formar curas". Williamson es docente en el seminario "Nuestra Señora Corredentora" que se imparte en un convento de la localidad de La Reja, a 40 kilómetros de Buenos Aires. Desde allí, el 21 de enero pasado espantó a los televidentes suecos al sostener que "no existieron las cámaras de gas" y que "las evidencias históricas están inmensamente en contra de que seis millones de judíos murieran asesinados en cámaras de gas como parte de una política de Adolfo Hitler". La expresión "menos mal" se aplica al caso, porque para este energúmeno ensotanado los muertos fueron apenas 200 ó 300.000, y no por el gas. Menos mal ¿Habrá sido por las balas, la horca, o tal vez, por qué no, de muerte natural?

Sería del mayor interés conocer la opinión del obispo lefebvrista sobre el gas Zyclon B, patentado por la empresa IG Farben y que reemplazaba el agua en las duchas de Auschwitz. Seguramente, para él, el Zyclon B llegaba a los campos para ser usado como insecticida.

Las declaraciones de Williamson se publicaron en medio de una polémica por el ataque de Israel a Gaza, que el gobierno israelí justificó en la necesidad de defenderse contra los disparos misilísticos del grupo Hamas, gobierno de Gaza, contra localidades israelíes cercanas a la frontera con el territorio palestino. Como no hay mal que por bien no venga, la aparición del lefebvrista ha venido bien para mostrarnos a un verdadero y consecuente antisemita. Una nítida veta antisemita hay también en quienes atacan a un empresario argentino de ancestros judíos por lo de Gaza. Porque el Estado de Israel es una cosa, y otra la o las personas que, aunque no lo habiten, se sienten parte de él. Y es muy probable que quienes, como Luis D´Elía, critican la conducta del Estado israelí, no simpaticen con los judíos. Pero hay que saber entender que no hay que confundir la crítica, justa o no, a un Estado que, como el de Israel, tiene un manifiesto protagonismo en los conflictos mediorientales, con el antisemitismo. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

JORGE GADANO

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