La tierra que se extiende al oeste de Rafah hasta la frontera israelí es fértil. Los tomates en los invernaderos cubiertos de nailon crecen tan bien, que pueden ser recolectados cada tres meses. Pero ahora, casi dos semanas después del final de la ofensiva militar israelí contra el movimiento radical islámico Hamas, ya nada florece. Los tanques aplastaron los invernaderos, destruyeron los campos, sacaron los tubos de irrigación de la tierra y destrozaron los olivos. Donde ayer dominaba el verde de las plantas sólo queda hoy la tierra destrozada por las cadenas de los tanques.

Una docena de hombres y mujeres de la familia Ashur descansa sobre un montón de escombros. Es lo único que quedó de su casa de 120 metros cuadrados después de que los bulldozers israelíes aplanaran el terreno. "No tenemos a dónde ir", cuenta Ashraf Ashur, de 37 años. Con tres losas destruidas construyeron una pequeña pared protectora contra el viento que brinda espacio para una tetera colocada sobre una superficie de hormigón partida en dos. Si quieren cocinar hacen una hoguera, y para dormir se acuestan en los huecos de las ruinas. De noche el frío arrecia en esta época del año.

El ruido de las tropas despertó a la familia Ashur en la noche del 3 de enero, el segundo día de la ofensiva terrestre israelí. "Tuvimos miedo y huimos", cuenta Ashraf. El día anterior los israelíes lanzaron panfletos en los que señalaban las zonas de Rafah que debían ser evacuadas, pero su barrio no estaba entre ellas.

Los Ashur fueron alojados después en una de las escuelas de la ONU que durante la ofensiva fueron transformadas en albergues. Cuando volvieron dos semanas más tarde, tras el anuncio de la tregua, se encontraron con que los tomates, pimentones, pepinos y berenjenas que habían cultivado ya no estaban. Los olivos plantados por el abuelo hacía más de 30 años habían sido sacados de raíz, los tubos de irrigación inutilizados y el ganado, sacrificado. Ashraf Ashur calcula las pérdidas en unos 80.000 euros (100.000 dólares). "Ahora ya no tenemos nada", cuenta.

Los campesinos dicen que en la zona no había milicianos de Hamas y que habría sido contrario a toda lógica bélica enfrentarse en terreno abierto a los tanques israelíes. Tampoco en los informes israelíes hay indicios de acciones suicidas en el lugar. Las tropas israelíes llegaron para bloquear a unos diez kilómetros la ruta costera entre Rafah y Jan Yunis. La gente no entiende por qué destruyeron las casas y los campos. Mahmud, primo de Ashraf, levanta una piedra y grita: "¡Ven, aquí está Hamas!". Luego camina hacia un arbusto y clama: "¡Aquí está Hamas!". Furioso, muestra un olivo quebrado, la tierra desnuda y exclama: "¿Es que no lo ven? ¡Por todas partes Hamas!". Los presentes ríen, tal vez por primera vez desde que vieron la desgracia. Humor negro entre gente en ruinas.

Unas 2.400 casas fueron destruidas durante la ofensiva militar israelí, según cálculos del independiente Centro Palestino para los Derechos Humanos. Esto significa, atendiendo al tamaño promedio de los hogares, que más de 20.000 personas se quedaron sin hogar.

Los ataques aéreos también destruyeron prácticamente todas las estaciones policiales, seis fábricas, las casas de cambio en la Ciudad de Gaza, el almacén central de la agencia de ayuda de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA), el hospital Al Quds y 29 instituciones educativas, entre ellas la Universidad Islámica, controlada por Hamas aunque respetada por su calidad, pero también la Escuela Americana, valorada por los no musulmanes por su orientación secular. Israel señaló siempre de forma vaga que combatía contra la "infraestructura del terrorismo".

Según Israel ello incluye los túneles que comunican la Franja de Gaza con Egipto. Acusan a Hamas de usarlos para transportar armas y explosivos. Desde que Israel cerró las fronteras hace más de dos años, tras el secuestro del soldado israelí Gilat Shalit por milicianos de Hamas, por la frontera sólo pasa ayuda humanitaria.

Centenares de túneles también sirven para llevar mercancías como cigarrillos, dulces, aparatos electrónicos, ovejas, cabras y motos. Incluso hay novias, sobre todo egipcias prometidas a un palestino en Gaza, que pagan 2.000 dólares (unos 1.500 euros) para cruzar bajo Rafah y celebrar su matrimonio. Con bombardeos masivos, se calcula que Israel destruyó o dañó gravemente entre la mitad y dos tercios de los túneles.

En las entradas de los túneles cercanos a Rafah domina por estos días una actividad frenética: los bombardeos se llevaron las tiendas de nailon que disimulaban las entradas, ahora al descubierto, para hacerlas parecer invernaderos.

Los agricultores, entre ellos niños de 12 años descalzos, bajan a los túneles, situados a entre diez y 20 metros de profundidad, para volver a hacerlos transitables. Ibrahim, de 45 años, es un pequeño dueño de túneles. Un mulo mueve su torno mientras sus competidores más ricos lo hacen con motores eléctricos. Muchos de los trabajadores más viejos que despejan los túneles trabajaban antes en Israel, hasta que el país consideró a los trabajadores palestinos un riesgo para su seguridad a raíz de la segunda Intifada del 2000 y los envió a casa.

El peligroso trabajo en un túnel con riesgo de venirse abajo o de perder el suelo en cualquier momento "es mejor que nada", cuenta Selim, de 19 años, que gana 30 shekels (unos 5,80 euros) al día con los que debe alimentar a su familia. Quienes realmente hacen más negocio son los dueños de túneles más grandes, que tapan con discreción y ahuyentan a los periodistas curiosos. Sus túneles son de hasta dos metros de ancho y alto y de hasta un kilómetro de longitud y permiten transportar armas, drogas e incluso milicianos hacia campos de entrenamiento iraníes.

Mientras, las críticas a Israel por su desproporcionada respuesta al ataque de los milicianos de Hamas se hacen oír. Unas 1.300 personas murieron y más de 5.000 resultaron heridas y se habla de civiles desarmados muertos sin motivo. Es la historia de Kamal Awacha, de 47 años, de Beit Lahiya, en el norte de la Franja. Su casa fue atacada el 4 de enero por soldados israelíes y su hijo de nueve años recibió un balazo en el estómago. Al intentar huir con su hijo herido, los soldados israelíes dispararon al niño en la cabeza a siete metros de distancia. "Le arrancaron media cara", cuenta Kamal. Israel se defendió de esas acusaciones alegando que Hamas usaba civiles como escudos, pero expertos militares independientes como el docente Reuven Pedatzur señalaron que Hamas no respondió activamente a los ataques israelíes. Israel no hizo prisioneros, escribe en el diario "Haaretz". "En 22 días no se libró ni una sola batalla".

GREGOR MAYER

DPA