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A la medida de Evo | ||
Aún más que en otras partes del mundo, en América Latina las constituciones, de las que ha habido centenares, suelen asemejarse a programas partidarios atiborrados de buenas intenciones y promesas poco realistas, razón por la que tantos gobiernos se han acostumbrado a violarlas. Huelga decir que la aprobada por una mayoría cómoda de los bolivianos el domingo pasado no fue una excepción a esta regla deprimente. Según el presidente Evo Morales, no sólo posibilitará su propia reelección por una sola vez de manera continua, tema éste que para todo mandatario coyunturalmente popular es prioritario, sino que también servirá para poner fin al "colonialismo interno y al externo", para mejorar la situación en que se encuentran "los más humillados y marginados, los campesinos e indígenas" y para permitir la restauración de la "justicia comunitaria" basada en los "principios ético-morales" de los distintos pueblos indios, además de proteger "la coca originaria y ancestral como patrimonio cultural". Asimismo, la Constitución que acaba de ser votada garantiza que en adelante Bolivia tendrá 37 idiomas oficiales, lo que reproduce de este modo en un país de menos de 10 millones de habitantes la confusión babélica de la Unión Europea. Tal vez las consecuencias de esta medida no sean tan graves y costosas como algunos sospecharían, pero su incidencia en la educación no podrá ser positiva. También provocará problemas con los diversos departamentos, sobre todo con Pando, Beni, Santa Cruz y Tarija, la "autonomía indígena" que supone "el ejercicio de la libre determinación de las naciones de los pueblos indígenas", ya que su distribución no coincide con el mapa político vigente. Como se previó, el texto fue respaldado con entusiasmo por los votantes del Altiplano pobre y mayormente indígena, pero fue repudiado en la Media Luna que está dominada por los descendientes de europeos, muchos de los cuales se sienten tentados por el separatismo. Si bien el documento es menos drástico de lo que hubieran preferido Morales y sus simpatizantes, contiene cláusulas que con toda seguridad provocarán más conflictos entre el país indígena, el que por motivos comprensibles quiere aprovechar su superioridad numérica, y el de perfil europeizante que tiene más en común con la Argentina que con el resto del territorio nacional. En los meses últimos, la hostilidad hacia Morales de quienes gobiernan en el Oriente boliviano parece haberse reducido por temor a lo que podría suceder si se repitieran episodios como el ocurrido en setiembre del año pasado en Pando, donde murieron 20 personas, casi todas indígenas, en un choque entre autonomistas y partidarios del gobierno central, pero es de prever que las tensiones pronto aumenten al experimentar Bolivia el impacto de la crisis económica internacional. A la luz de la historia de nuestro vecino, el país más pobre y menos estable de América del Sur, lo que es mucho decir, resulta sin duda lógico que la nueva Constitución sea bastante xenófoba. Los responsables de redactarla intentaron asegurar que los beneficios derivados de los recursos naturales quedaran en manos del gobierno, no de alguna que otra empresa extranjera, pero es más que posible que el modelo indígena-socialista que han planteado resulte impráctico por razones que no pudieron prever. Cuando Morales y sus partidarios preparaban el documento con el que esperaban "refundar" el país, eliminando de golpe las lacras dejadas por siglos de supremacía europea, el mundo aún disfrutaba de una bonanza económica que, entre otras cosas, hizo subir hasta niveles inverosímiles los precios de commodities como el petróleo, el gas y muchos minerales que yacen en el subsuelo boliviano. Por desgracia, aquellos tiempos ya se han ido. Aunque en términos históricos los precios de los recursos naturales siguen siendo relativamente elevados, son llamativamente inferiores a los alcanzados a mediados del 2008, de suerte que al gobierno de Morales le será muy pero muy difícil concretar sus aspiraciones distribucionistas. De intentarlo, pronto chocará contra la oposición previsiblemente fuerte de los que no están dispuestos a dejarse despojar en nombre de la solidaridad multiétnica y que, para más señas, también se verán perjudicados por la evolución negativa de la economía mundial. | ||
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