La esperanza de que las principales economías asiáticas, en especial la de China, lograran seguir creciendo al ritmo acostumbrado a pesar de la recesión en Estados Unidos y Europa, y que por lo tanto estarían en condiciones de reemplazarlos en el papel de locomotora económica mundial, ha resultado ser una ilusión. En el cuarto trimestre del año pasado, la economía de Corea del Sur se achicó el 3,4 por ciento, las autoridades chinas acaban de anunciar que la tasa de crecimiento fue del 6,8 por ciento en el mismo período, mientras que en diciembre las exportaciones japonesas se redujeron el 35 por ciento con respecto al mismo mes del 2007. Aunque el desempeño registrado oficialmente por China pudo considerarse decididamente bueno en comparación con el de los países desarrollados, muchos analistas creen que en realidad fue mucho peor, puesto que según se informa ya tuvieron que cerrar decenas de miles de fábricas. Así las cosas, el panorama frente al gigante asiático es sombrío. La legitimidad del régimen comunista está íntimamente vinculada con el crecimiento espectacular que se ha producido desde fines de la década de los setenta del siglo pasado de suerte que le sería difícil sobrevivir a una recesión prolongada. Los chinos que, al igual que los surcoreanos y los japoneses, dependen en buena medida de su capacidad para exportar bienes industriales, se han visto gravemente perjudicados por la caída reciente del consumo en Estados Unidos y Europa. Por lo demás, el gobierno chino tiene motivos de sobra para temer que sus socios comerciales, encabezados por Estados Unidos, caigan en la tentación de intentar atenuar sus propias dificultades con medidas proteccionistas.
Los presagios distan de ser promisorios. Conforme a Timothy Geithner, el hombre que fue nominado por el presidente norteamericano Barack Obama para ser su primer secretario del Tesoro, una de las prioridades de la nueva administración consiste precisamente en reducir el abultado déficit comercial con China. En el transcurso de su comparencia ante la Comisión de Finanzas del Senado, Geithner afirmó que el presidente, "respaldado por las conclusiones de gran cantidad de economistas, piensa que China manipula su moneda", lo que le ha permitido mantener más baratas sus exportaciones, dando a entender así que Washington hará lo necesario para que los chinos dejen que el mercado fije la cotización del yuan. Geithner tiene razón, de eso no cabe duda, pero si Estados Unidos presiona al régimen chino para que aumente el valor de su moneda con el propósito de frenar sus exportaciones, sería casi inevitable que se produjera una reacción nacionalista que no le beneficiaría en absoluto, por ser China su acreedor principal. Aunque los norteamericanos entienden que no sería del interés de China cambiar los billones de dólares que han acumulado por euros o yenes, de desatarse una guerra comercial sus líderes no tendrían más alternativa que la de amenazar con hacer valer su capacidad para hundir la divisa estadounidense. Asimismo, la eventual apreciación del yuan serviría para reducir aún más el poder de compra ya disminuido de los norteamericanos, lo que haría todavía más incierto el destino de la estrategia oficial de hacer todo cuanto sea posible por impulsar el consumo.
En opinión de muchos estrategas norteamericanos, la relación de su país con China es la más importante de todas y que, si bien se trata de un rival geopolítico, convendría no hacer nada que podría tomarse por un intento de obstaculizar su crecimiento. Hasta comienzos del año pasado, el que los consumidores norteamericanos gastaran dinero por encima de sus medios comprando bienes chinos a precios reducidos, mientras que los chinos se dedicaran a ahorrar una proporción muy elevada de sus ingresos en dólares, fue considerado mutuamente beneficioso, pero desde que Estados Unidos cayera en crisis lo que antes parecía ser una "solución" se ha visto transformado en un problema mayúsculo. Dadas las circunstancias, el que los norteamericanos quieran modificar la relación es comprensible, pero si procuran hacerlo de tal manera que los chinos se sientan constreñidos a tomar represalias, los años próximos se verán signados por enfrentamientos entre la superpotencia reinante y el único país que a juicio de muchos está en condiciones de destronarla.