Buenos Aires, (Télam).- Relatos disparatados, divertidos, extrañados y sumergidos en la melancolía, el deseo o la alegría dan vida a la antología de cuentos "Vagón fumador", en el que once escritores latinoamericanos volcaron su particular visión de un mundo signado o atravesado por el tabaco y los cigarrillos.
Mario Bellatin, Elvio Gandolfo, Alberto Laiseca, Daniel Link, María Moreno y Hebe Uhart, son sólo algunos de los autores que aportan su mirada sobre el acto de fumar (o el dejar de hacerlo), y la relación entre tabaco y literatura, en este libro compilado por Mariano Blatt y Damián Ríos, editado por Eterna Cadencia.
Una amplia diversidad de estilos y propuestas encadenan este "tren para fumadores", a través de relatos que reflexionan en torno de las ganas de fumar, la necesidad de dejar de hacerlo, los modos de relacionarse, el humo en las pantallas de cine, y muchos otros aspectos referidos al tabaco.
"Lo que para un fumador es verosímil, para un no fumador es literatura", dispara con atino el chileno Alejandro Zambra (1975) en el primer relato que abre el libro ("Noventa días") donde desgrana en detalle ansiedades y pensamientos de un joven que intenta dejar de fumar ayudado por calmantes. "Es absurdo pensar que el remedio únicamente me alejó del hábito. De seguro me ha distanciado también de otras cosas que aun no descubro. Me refiero a que las ha puesto tan lejos que ya no puedo verlas", asegura Zambra, entre referencias al mundo literario y sus recaídas en el intento por abandonar el hábito.
En "Stainbarguer", Sol Prieto (1985) pone en evidencia el lenguaje de los adolescentes para contar la historia de una chica que deberá rendir homenaje a una profesora de su colegio fallecida por causas relacionadas con el cigarrillo, en una historia inmersa en postales de tribus urbanas, canciones de los Beatles, oficinas, políticos, y relaciones de amistad, de amor y de odio.
"Me enamoré de los Parisiennes, el colorado Sadoswsky me convidó uno, me dijo: "Son cigarrillos de hombre, aparte son rebaratos y nadie te manguea porque son unos petardos", suelta el entrerriano Daniel Durand (1964) en su historia "Apagar", donde también recurre a un centro de ayuda para abandonar el tabaco.
No faltan en estos relatos, díscolos y disímiles, referencias a todas las aristas de un cigarrillo: a la capacidad de hacer aros de humo, a los encendedores que no funcionan, a ceniceros, a los placeres y desagrados, a los dolores de cabeza, a la variedad de marcas, a los rubios y negros, a los hábitos, costumbres y manías relacionadas con "el pucho".
El libro incluye también un cuento de María Moreno, "Suplicantes (Plaza Catalunya)" donde la autora se pierde por las calles de Barcelona para contar la historia de un mendigo, y otro de Inés Acevedo (1983) titulado "La comadreja bebé", un relato campestre y de naturaleza, entre árboles, trigo y animales.
Alberto Laiseca (1941) se adentra en un relato delirante y excesivo, entre divertido y perverso, sobre la relación entre un conde llamado Lupesku que fuma cigarrillos turcos y su prima Histeriqueta, mientras que la escritora Mónica Muller (1947) se sumerge en recuerdos de la infancia atados a los cigarros, en un relato poético.
"Vagón fumador" se completa con relatos de Daniel Link (1959), Hebe Uhart, Elvio Gandolfo (1947) -para quien su padre "fumaba con la seguridad, la elegancia y el aplomo de los galanes del cine italiano"- y del mexicano Mario Bellatin (1960) sobre las "ganas" de fumar.
A modo de epílogo, el volumen incluye un poema de Fernando Pessoa, "Tabaquería", mientras que en el prólogo, los compiladores explican que todos los cuentos están estructurados alrededor del acto de fumar, de sus consecuencias, de sus relaciones con la literatura, la familia, los aprendizajes, las normas, la disciplina y la persecución.
Para Blatt y Ríos, sin constituir un recorte exhaustivo, este libro da cuenta de un mundo posible de la literatura latinoamericana contemporánea, donde coincidencias y diferencias se vuelven notables, sin contar que algunos de los relatos fueron escritos especialmente para esta antología.
"Más allá del lugar medianamente común del retrato del escritor con un cigarrillo en la mano o en la boca, la literatura y el acto de fumar tienen un lugar legítimamente común: el tiempo. Cigarrillos y recursos mediante, cada fumador y cada escritor escanden sus días y relatos de un modo absolutamente particular e irrepetible", coinciden los compiladores.