Sábado 24 de Enero de 2009 20 > Carta de Lectores
El cierre de Guantánamo

Como estaba previsto, el presidente norteamericano Barack Obama inició su gestión ordenando cerrar la prisión militar de Guantánamo, cumpliendo de este modo un compromiso electoral similar al formulado por su contrincante republicano, John McCain, pero el que también haya dejado en claro que el cierre definitivo no será inmediato sino que se efectuará dentro de un año mostró que los problemas planteados por los 245 "combatientes ilegales" todavía detenidos distan de ser tan sencillos como muchos querrían creer. Aunque a primera vista lo lógico sería devolverlos a sus países de origen, si el gobierno norteamericano los repatriara sería acusado de violar sus derechos fundamentales, puesto que el trato que les esperaría en China, Pakistán y ciertos países árabes sería con toda probabilidad incomparablemente más brutal que el recibido en Guantánamo. Es por eso que las autoridades estadounidenses están procurando convencer a los integrantes de la Unión Europea de dar asilo a algunos detenidos, pero hasta ahora sus esfuerzos en tal sentido no han prosperado. Si bien los europeos han estado dispuestos a aceptar a sus propios conciudadanos, no les gusta en absoluto la idea de tener que abrirles las puertas a yihadistas extranjeros que según los norteamericanos son sumamente peligrosos, aun cuando no hayan cometido crímenes en territorio estadounidense por los cuales un tribunal común podría condenarlos. Por razones parecidas, tampoco han manifestado mucho interés en dejarlos entrar los países latinoamericanos. En cuanto a los norteamericanos mismos, no les hace ninguna gracia la idea de tener que convivir con personas que no han intentado disimular el odio que sienten por su país y todo cuanto lo caracteriza o su voluntad de contribuir a destruirlo.

El ex presidente George W. Bush y sus colaboradores creyeron que el surgimiento de una multitud de organizaciones yihadistas no estatales pero así y todo muy peligrosas los obligaba a enfrentarlas con métodos especiales que no estaban contemplados en el código militar ortodoxo -cuyas reglas son apropiadas para conflictos entre ejércitos convencionales en que los combatientes llevan uniformes que sirven para distinguirlos de los civiles- ni en el sistema legal común, en que a menudo por razones técnicas no es del todo fácil decidir el destino de un acusado presuntamente culpable. En cambio, Obama parece convencido de que en la lucha contra el islamismo militante es necesario respetar todas las reglas tradicionales que están consagradas tanto en el código civil como en tratados internacionales por entender que no es del interés de Estados Unidos subordinar "nuestros valores fundamentales" a la preocupación por la seguridad. Desde el punto de vista así supuesto, el terrorismo yihadista no constituye un desafío nuevo, como insistían Bush y sus asesores, sino que es sólo una manifestación más de criminalidad y por lo tanto debería ser enfrentado de la misma manera que las actividades de delincuentes comunes.

Puesto que la existencia del centro de detención en Guantánamo y el empleo de métodos de interrogación denunciados como tortura -el ahogamiento simulado, privación de sueño, ruidos intensos y luces a toda hora- perjudicaron mucho la reputación internacional de Estados Unidos, no cabe duda de que la decisión de cerrar la prisión y de abandonar tales prácticas, además de clausurar otras cárceles clandestinas mantenidas por la CIA en distintas partes del mundo, ayudará a mejorar la imagen de la superpotencia. Pero también entraña algunos riesgos para Obama. Si en el transcurso de su gestión Estados Unidos fuere blanco de atentados graves protagonizados por personas liberadas de Guantánamo, sus adversarios podrían atribuirlo a su negativa a tomar en serio "la guerra contra el terror". Por cierto, lo último que querría Obama es que la mayoría de sus compatriotas llegara a la conclusión de que, a pesar de todos los errores que cometió, Bush por lo menos logró impedir que el ataque devastador contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono en Washington de setiembre del 2001 se viera seguido por otros atentados igualmente mortíferos, una eventualidad que durante años muchos especialistas -y los voceros de Al Qaeda y otros grupos yihadistas- creían inevitable.

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