Carmen Loguercio era un alma inquieta. No alcanzaba una profesión, un oficio o una manifestación artística para abarcar su figura. Porque si bien es cierto que su nombre está fuertemente atado al arte de los títeres, también se adentró en los territorios de la fantasía y la actividad social.
Fue escritora, poeta, bibliotecaria, docente en la Casa de la Cultura y el IUPA, cursó estudios de medicina y fue parte de esa primera camada que egresó del Instituto de Servicio Social, además de socia fundadora de la Asociación de Desarrollo Cívico Social (Adecs).
Para Carmen la vida era un mapa en donde debía encontrar los caminos correctos. Buscar para encontrar.
"Tengo tantas cosas para hacer que no me alcanza el tiempo", le dijo a este diario cuando presentaba su último libro, "Títeres, en recuerdo de los grandes".
Son variadas y entretenidas sus obras para niños: "La culebra se quedó con hambre", "El picaflor se desmayaba", "La calandria se quedó sin voz", entre otras, muchas de las cuales fueron presentadas en teatros y escuelas de toda la región.
Loguercio escribió, sobre todo, cuentos. Y en el 2003 tuvo un extraño privilegio: ella, su hija Mónica y su nieta Ayelén Puppo fueron seleccionadas para integrar la misma antología: "Poesías y cuentos del mundo".
Las imágenes que ha dejado el tiempo la muestran siempre con una sonrisa en los labios. Al menos hasta el último tiempo, cuando el destino le jugó una horrible pasada con la muerte temprana de su hija, Mónica Rajneri.
Carmen fue una impulsora y, a su modo, una activista del arte. Alguien que veía en la cultura tanto un recurso de cambio como un mandato personal.
Ahora que ya se ha ido será tiempo de recordar sus charlas, como la que dio hace años en Viedma, entre otras ciudades y campus educacionales, de repasar su lírica y asistir, una vez más, a su trabajo como titiritera, en el que ella se sentía y se sabía dios, ser humano y sobre todo espíritu. Será tiempo de volver a leer su destacado libro de relatos "Cuentos sulfurosos": "Estos veinticuatro relatos de Carmen Loguercio tienen el loable propósito de entretener, de contar una historia atractiva", escribió en el 2002 el periodista Néstor Tkaczek.
La partida de una artista, y de una artista de la talla de Carmen, hace que el mundo se vuelva un espacio más complejo y hasta más oscuro. Sucede que, cuando los creadores se marchan, nos sentimos extrañamente solos.