Viernes 23 de Enero de 2009 18 > Carta de Lectores
Convertibilidad europea

Después del colapso que se inició a fines del 2001, el régimen de convertibilidad sería denunciado como una aberración económica de desenlace previsible, pero durante los años noventa resultó ser tan positivo que hasta vísperas del derrumbe disfrutó del apoyo decidido de buena parte de la ciudadanía, razón por la que el gobierno de la Alianza se sintió obligado a mantenerlo costara lo que costare. Pues bien, aunque en otras latitudes es frecuente atribuir lo que sucedió aquí a las características supuestamente sui géneris de la política argentina, nuestra experiencia en la materia debería servir de advertencia para otros países en los que la mayoría está convencida de los beneficios de una moneda fuerte sin por eso estar dispuesta a someterse a la disciplina fiscal necesaria. En la Unión Europea están abriéndose grietas entre países como Alemania en que desde mediados del siglo pasado el rigor es habitual y otros, como Italia, Grecia y España, que hasta la introducción de la moneda única en enero de 1999 y su puesta en circulación en enero del 2002 preferían cierta flexibilidad. Ya antes de estallar la crisis financiera y económica que tuvo su comienzo en Estados Unidos, los gobernantes de los países del "Club Mediterráneo" se quejaban de la dureza de los alemanes, mientras que éstos insistían en que sería injusto forzar a los contribuyentes abnegados de los países virtuosos a subsidiar a los demás. En las semanas últimas los conflictos de este tipo se han agravado al resultar mucho más doloroso de lo anticipado el impacto de la crisis en todos los países de la UE, tanto en los incluidos en la zona del euro como en aquellos que han conservado su independencia monetaria.

Según los pesimistas, los países bálticos, Irlanda, Grecia, Portugal, España e Italia se enfrentan a una depresión profunda a la que el euro contribuirá y las tensiones resultantes serán suficientes como para poner fin al sueño de una moneda compartida permanente. En algunas ciudades como Riga y Sofía, donde los gobiernos locales están acatando reglas severas fijadas por la UE para que adquieran el derecho de entrar en la zona del euro, se han producido manifestaciones violentas similares a las que han estado provocando estragos en Grecia. También están en graves problemas Irlanda y España, los dos países que más se beneficiaron luego de la introducción del euro pero que en la actualidad están empezando a familiarizarse con las desventajas de la estabilidad monetaria, tal y como ocurrió aquí en la fase final de la convertibilidad. En España se teme que la tasa de desempleo llegue al 25% antes de que la crisis comience a amainar: una causa es que, si bien la productividad de los trabajadores españoles sigue siendo inferior a la de sus equivalentes alemanes, debido a los aumentos recientes la diferencia no se ve reflejada en los salarios. Otro síntoma negativo consiste en la divergencia notable entre la tasa de interés que pagan los bonos alemanes por un lado y los de los países en más apuros por el otro. En opinión de algunos especialistas, una fuga de capitales hacia Alemania es virtualmente inevitable.

Por ahora, pocos creen que el euro compartirá el destino de la convertibilidad. A juicio de la mayoría de los economistas, los costos de la rigidez son menores en comparación con los que supondría un intento de abandonar la moneda común. Desde su punto de vista, de no ser por el blindaje brindado por el euro, las perspectivas ante países como Irlanda, España, Portugal, Grecia e Italia serían mucho más lúgubres de lo que efectivamente son. Los debates que están celebrándose en torno al pro y el contra del euro, pues, se parecen a los que se dieron en nuestro país antes de que "los mercados" pronunciaran su veredicto contundente, con la diferencia de que, mientras que el gobierno responsable de velar por nuestra moneda de referencia, el dólar, no tenía ninguna intención de ayudarnos a seguir apegados a ella, los integrantes más poderosos de la zona del euro se afirman resueltos a defender el statu quo. A la luz de las alternativas, es de esperar que logren hacerlo, aunque resta saber cómo reaccionarán los contribuyentes alemanes si, en medio de una recesión profunda, sus socios menos disciplinados les piden los subsidios enormes que con toda seguridad necesitarán.

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