Trataré de hacer un poco de novela en relación a ciertos aspectos que hacen a la economía de nuestro país. Los personajes no son ficticios y mucho menos los hechos "siniestros" cuyos efectos debemos padecer cotidianamente en nuestra vida.
Era un día de fin de año de 1999, quinto piso del edificio de Economía de la Nación, cuando un ministro aliancista se paró sobre la Caja y nos gritó: "Señores, por el déficit del PBI, por nuestras cuentas fiscales y por la crisis internacional, nos es imposible el acceso a un financiamiento externo. Lo único que nos queda es aumentar los ingresos y bajar el gasto público".
Confieso que la situación era dramática y que los que diariamente estábamos al lado de dicho ministro nos cuidábamos mucho porque parecía que en algún momento nos sacaría nuestro sueldo para tapar pozos fiscales comenzados a cavar muchos años antes.
Una mañana, emulando al patriarca bíblico Moisés, nos reunió y nos mostró "la tablita de Machinea". El "mandamiento" decía: "Los que tengan ingresos bajos podrán deducir la totalidad de ciertos conceptos y pagarán menos impuestos. Los que tengan ingresos más altos no podrán deducir parcial o totalmente dichos conceptos y pagarán más impuestos".
Basaba su profunda fe en lo que proponían la mayoría de los sistemas impositivos de los países desarrollados y aquellos países en desarrollo cuyos gobiernos apuntan a conciliar crecimiento con equidad (pura religión).
No me acuerdo si se lo dije a él o sólo lo pensé, pero yo notaba que "su tablita" tenía un problema de diseño, no de concepto. Era progresiva por escalones y, para mantener el criterio de progresividad, en lugar de escalones era conveniente utilizar una curva, de modo tal que quien mejorara su ingreso bruto no perdiera ingreso neto por sólo subir de escalón.
Lo mismo pensaba Claudio Moroni, ex titular de la AFIP (excomulgado hace poco, antes de entrar en vigencia el reciente blanqueo impositivo).
Pasó el tiempo y todo se desvirtuó. La inflación, como dice "M" y no "M", "la del supermercado y de las amas de casa", se comió "la tablita". Al no ajustar los conceptos deducibles por efecto de la inflación, lo que originalmente un trabajador deducía por "esposa e hijo", se convirtió en "conocida y espermatozoide".
(Lo mismo ocurrió en otro plano con los resultados de las empresas, que desde el punto de vista impositivo tampoco pudieron ajustarse por la inflación, lo cual lleva a pagar impuestos sobre resultados inexistentes. Pero eso es parte de otra novela).
Y como la historia vuelve a repetirse, hacia fines del 2007 subió un "nuevo Moisés" a la colina y desde allí les mandó a las provincias el mandamiento 394/07, el cual impone que "las retenciones al petróleo son sólo para el Dios Nación y las regalías provinciales se van al purgatorio hasta nuevo aviso".
Si lo del patriarca Machinea era una tablita, este nuevo mandamiento se convirtió en "un verdadero tablón". ¡Qué escala ni escala!
Las provincias productoras de petróleo empezaron a cobrar regalías sobre un precio de 42 dólares el barril, cuando en el mercado internacional su precio llegó a casi 150 dólares por barril. Y a modo de cuento kafkiano (como siempre se dice) los 100 dólares de diferencia no se iban al cielo, se iban a la misma caja que utilizaba Machinea. Una caja que las provincias también comenzaron a llenar cuando cedieron, y siguen cediendo, el 15% de la masa de recursos coparticipables, los que ahora son manejados exclusivamente por el gobierno nacional. Lo mismo que casi la totalidad del producido por el impuesto a los débitos y créditos bancarios y el resto de los derechos de exportación (soja y otros).
Distintos actores, distintos directores, pero el mismo final de la película.
Por último, la novela nos muestra que ya no es pecado mortal la evasión de impuestos; que las causas penales se convierten en "tiros libres indirectos"; que cuando baja el precio internacional del petróleo, el árbitro mira para otro lado (¡espero que no nos cobre penal en contra!); que cualquiera sea el director de la película, las provincias sólo son actores de reparto que no tienen la capacidad de agremiarse para lograr mejores "condiciones de trabajo" frente a "su jefe de turno".
No es mi intención, al menos en esta novela, criticar personas, gobiernos o partidos políticos, sólo pienso que el público televidente está reclamando mejores argumentos, mejores guiones y nuevos actores con mayor preparación y actitud.
CARLOS BRAVO (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Contador. Especialista en Finanzas Públicas.