Ya antes de que Israel declarara el alto el fuego en Gaza, la mayoría de los comentaristas occidentales había llegado a la conclusión de que la "operación plomo fundido" había fracasado por completo, puesto que los yihadistas de Hamas seguirían en control de la Franja y aún estarían en condiciones de continuar disparando cohetes contra ciudades israelíes. A su juicio, los ataques habrán servido para radicalizar todavía más a muchos musulmanes y, lo que le pareció más importante, debido a la "desproporcionalidad" de las bajas, con trece israelíes muertos contra más de 1.200 palestinos, el Estado judío había perdido toda su "autoridad moral". Desde el punto de vista del gobierno israelí, empero, el saldo dista de ser tan negativo. La misma "desproporcionalidad" que tanto horrorizó a quienes no vacilaron en hablar de un "holocausto" en Gaza, de este modo sumando sus voces a los que procuran hacer pensar que Israel es un país nazi habitado por personas cuya crueldad no tiene parangón en el mundo moderno, le permitió recordarles a sus enemigos que su poder militar no es ningún mito.
A diferencia de lo que sucedió cuando en el 2006 Israel trató en vano de destruir al Hizbollah, con el resultado de que los líderes del movimiento chiíta pudieron anotarse una victoria virtual, los esfuerzos de los yihadistas sunnitas de Hamas de asegurar a los demás que lograron frenar al ejército israelí no pueden convencer a nadie. Amenazaron con transformar Gaza en un "infierno" para los soldados judíos, pero el que sólo murieran diez en el transcurso de un operativo sumamente peligroso puso en ridículo su retórica sanguinaria. Para Israel, subrayar su propia superioridad militar es absolutamente fundamental: de difundirse la idea de que no está en condiciones de derrotar con relativa facilidad a sus enemigos, no tardaría en ser blanco de una ofensiva en gran escala destinada a concretar la amenaza iraní de borrarlo de la faz de la Tierra.
Los gobiernos de la Unión Europea y de Estados Unidos, como los de Egipto y Arabia Saudita, entienden que la tregua que se ha declarado en Gaza será breve, a menos que se ponga fin al contrabando de armas iraníes a Hamas y que por lo tanto es forzoso vigilar muy de cerca la frontera entre Egipto y la Franja, lo que requeriría la presencia de una fuerza internacional que no sea tan pasiva como la enviada al Líbano luego del enfrentamiento entre Israel y Hizbollah. ¿Asumirán la responsabilidad así supuesta? Si no lo hacen, la tregua durará poco y se ensanchará todavía más la brecha entre la mayoría abrumadora de los israelíes que apoyó la ofensiva contra Hamas, y los muchos dirigentes europeos que reconocen que Israel tiene derecho a defenderse pero protestan con virulencia contra los inevitables costos humanos de cualquier operativo militar.
Aunque en el ámbito militar los israelíes pudieron hacer gala de su contundencia, perdieron la guerra propagandística. Contra un enemigo acostumbrado a usar a civiles como "escudos humanos", no hubo forma de impedir que entre los muertos estuvieran muchos inocentes. Por lo demás, casi toda la información procedente de Gaza fue filtrada por miembros de Hamas o por personas supuestamente neutrales pero en realidad comprometidas con la "causa palestina" que, como es natural, hicieron lo posible por difundir la impresión de que los israelíes estaban llevando a cabo un "genocidio" contra una población totalmente inerme. Bien que mal, hoy en día todo país occidental -y en el fondo Israel es uno- tiene que intentar respetar pautas muy rigurosas, pero las mismas reglas no suelen aplicarse a otros. En Darfur, milicias organizadas por el régimen han masacrado a por lo menos 300.000 personas en los años últimos sin que la "comunidad internacional" se haya movilizado en su contra. Tampoco se produjo una reacción similar a la provocada por la acción militar israelí en Gaza cuando los rusos convirtieron en escombros a la capital chechena, Grozny. Esta situación, agravada por la voluntad indisimulada de los islamistas de hacer de las bajas civiles un arma muy eficaz en la batalla por la opinión pública internacional y por lo tanto a no hacer ningún intento de minimizarlas, les plantea un dilema difícil a los países del Primer Mundo, sobre todo a Israel cuya existencia misma está en juego.