Cada uno de nosotros está permanentemente intercambiando parte de nuestro poder personal. Lo prestamos por un tiempo determinado a quienes elegimos para que ejerzan la responsabilidad de gobernar, pero sin perder la capacidad de su recuperación para prestarlo nuevamente a otro electo. Es decir, el poder siempre es nuestro, de cada uno de nosotros.
A pesar de ello, muchos de los que deben ejercer la responsabilidad de gobernar a partir de ese poder delegado llegan a confundirse de tal forma que sienten que les es propio. Y lo más grave aún es cuando pretenden hacérnoslo creer como cierto.
En todo conjunto de seres humanos, y siempre según la construcción de la realidad que se haga, puede reconocerse un dinamismo cultural como totalidad orgánica, con una interdependencia de las partes que hacen a esa cultura, y donde dichos elementos se explican a partir de la función que cumplen. Desde esta concepción y en referencia a la arquitectura, la forma del espacio queda determinada por la función que va a desempeñar. Desde lo lingüístico, se conciben sus elementos a partir de un sistema basado en su función dentro de la comunicación. Desde una mirada sociológica pueden observarse los efectos que determinados fenómenos sociales tienen en el funcionamiento, la adaptación o la adecuación "anormal" de un sistema social, si es que puede establecerse qué es lo "normal" y qué es lo "anormal". Dentro de la antropología, y según esta mirada, la cultura se transforma en un conjunto de elementos interrelacionados, donde cada sistema puede modificar hábitos, ya sean alimentarios, del sistema de explotación agrícola, de transmisiones hereditarias, de comercio, del concepto de riqueza, etc.
Dentro de las atrocidades que generamos los seres humanos, la Segunda Guerra Mundial nos marca profundamente como humanidad. Y es especialmente después de este hecho en que cada uno de nosotros hemos dejado de ser considerados objetos de estudio para transformarnos en sujetos de estudio, luego en interlocutores válidos y posteriormente en productores de conocimiento.
Normalmente, y a pesar de los cambios que continúan dándose, se mantienen determinados principios básicos. Uno de ellos es el conformado como la "ciencia de los otros", normalmente interpretada como la "otredad". Es imposible que exista "un otro" sin la existencia de "un yo". Básicamente, para reconocer la existencia de "un yo", primero se debe reconocer la existencia de "un otro", surgiendo este reconocimiento a partir del concepto de diferencia. En este análisis de la intersubjetividad entre "un yo" y "un otro", también emergen el cómo se observan a los otros y el qué interesa de los otros.
En relación con la generación del "poder", para darle sentido a la existencia del "ego" -el yo- se requiere imperiosamente de la construcción del "alter" -el otro-, donde ese otro es transformado en el "enemigo" que justifica cada accionar del "yo", en su propia defensa y en la de todos los que se identifican con ese "yo", siempre descalificando al "otro"; es decir, al enemigo común presentado como amenaza.
Construyendo al enemigo
El poder hegemónico internacional permanentemente requiere de la construcción de un enemigo que justifique y otorgue sentido a su accionar. Se podría enumerar un sinfín de ejemplos. Muy fresco en la memoria humana está esa construcción con la "Guerra Fría", la de Vietnam o la lucha contra el terrorismo internacional. Invariablemente se construye la defensa del "yo" a toda costa y de cualquier forma ante el peligro que representa el "otro".
A nivel nacional, y ante esa necesidad de erigir un "yo" hegemónico, la actual construcción del "otro" como enemigo resulta engañosa. Algunas acciones del gobierno nacional evidencian su imposibilidad para enfrentar al enemigo externo -deuda externa, mercados internacionales, petróleo, crisis económica, globalización, etc.- por lo que, ante su apremio por establecer un "enemigo", reemplaza ese enemigo externo por la construcción de uno interno, dentro del propio territorio nacional. Un claro ejemplo es el accionar con respecto al "campo", donde se intenta provocar una división en la población que confiera sentido y respaldo al accionar del gobierno, generando la encrucijada entre defender al "yo" -el gobierno- del "otro" -el campo- constituido como enemigo. Podrían ejemplificarse otros hechos de enfrentamiento, como el de plantear quiénes están de acuerdo con la estadística oficial y quiénes no, quiénes defienden la existencia de las AFJP y quiénes no, etc.
Creo en la existencia de enemigos internos, pero que deben ser enfrentados por el conjunto de la nación a partir del consenso y no del disenso. De esa manera, el "yo" queda compuesto por todos los dueños del poder y por quienes han sido receptores temporalmente del mismo, es decir por el pueblo y sus gobernantes. En oposición, la identificación del "otro", del enemigo, está constituida por la deserción escolar, el deterioro de la salud pública, los altos niveles de inseguridad, la mortalidad infantil, la corrupción estructural, el abismo diferencial entre los más ricos y los más pobres, la ausencia de proyectos sociales de vida, la desesperanza, la anomia social, etc.
Insisto, este enemigo interno puede ser enfrentado única y exclusivamente a partir de un pueblo unido que otorgue sentido a la existencia del "yo", que es decir la existencia de todos nosotros, sin someterse al enfrentamiento absurdo al que estamos siendo llevados a partir del "divide y reinarás".
RUBÉN ESTEBAN CABO (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Arquitecto