En 2008 el número de argentinos rechazados al ingresar a España creció un 209% respecto del 2007. Al margen de compartir con otros latinoamericanos el rechazo de Europa y EE. UU., agravado actualmente por la crisis económica mundial, nuestro mal concepto en el mundo es crónico.
Conceptos, sentimientos y actitudes consiguientes rebajan nuestro enfermizo orgullo nacional, pero gracias a esa humillación y vergüenza no muere la posibilidad de la autocrítica.
No todos piensan ni sienten igual. Otros argentinos se indignan por la supuesta ingratitud de aquellos países que expulsaron millones de inmigrantes entre los siglos XIX y XX a nuestras playas. Sus gritos claman al cielo: "¡Con todo lo que esta tierra les dio!", "¡con todo lo que hizo Perón por España tras la Segunda Guerra Mundial...!" "¡Ingratos! ¡No debería haberles enviado nada!", mientras olvidan ese inmenso complejo de amor y trabajo que los inmigrantes realizaron en la Argentina. Pero de la justicia o injusticia de las descalificaciones que hoy ostentamos no dicen nada.
Para otros argentinos concederles razón a quienes nos desconsideran de esa forma en el exterior es pecar de ingenuos o de traidores a la patria y al pueblo, ya que la verdad en boca de "nuestros enemigos" siempre resulta sospechosa, y como aquellos países centrales son nuestros enemigos -según explican sus libros de historia- ningún argentino debería tomar en cuenta su opinión ni su pensamiento, pues, atento ahora: "No es Argentina la incomprendida sino América Latina, que sólo puede ser comprendida con ojos y corazones latinoamericanos".
Además de ser una petición de principio, la tesis alude a una supuesta especificidad cultural latinoamericana, constituyendo una expresión gastada del romanticismo social del pasado siglo, cuando gozaba de gran prestigio pese a su esencialismo, algo típico de concepciones derechistas criticadas entonces por lo mismo desde la izquierda.
La visión esencialista de América Latina, de origen hispano-católico, con dosis de romanticismo y nacionalismo de derechas, lleva siglos de maceración en agua bendita. Sin embargo, pese a la crítica efectuada a sus vertientes constitutivas ella no ha sido completamente impugnada, es decir, en su prolongación en otras ideas esencialistas como las de la patria, la tierra, la bandera, la sangre de los muertos, los huesos de los ancestros, los héroes, el "ser nacional", la identidad latinoamericana, etc., etc., fuegos fatuos que sólo sirven para dividir entre un adentro y un afuera justificando la aniquilación de los otros por no poseer la esencia del nosotros desde donde se habla.
Paradójicamente esta línea se relaciona con el esencialismo indigenista que rechaza la base común de humanidad entre las diversas culturas y niega una evolución que rompa con su aislamiento, pero que, ¡oh, Sancho, cosas veredes!, admite la vinculación cósmica bajo una salpimentada relación con el exotismo fashion de la new age.
Este pensamiento que asombrosamente funge de revolucionario desde el nacionalismo popular y el neomarxismo siempre necesitará identificar enemigos, por lo tanto nunca será completamente incluyente. No por nada el postulado anarquista de la humanidad como patriotismo planetario utópico es atacado por izquierda y por derecha.
Y quedan otros argentinos, seguramente muchos, igualmente incalculables: los indiferentes, a quienes ninguna opinión les hace mella.
Y seguramente otros lamentan y sufren por la triste fama que precede nuestra presencia en el exterior, pero creen inútil todo esfuerzo de recuperación social por sentir que estamos fatalmente condenados a llegar al fondo del pozo. Quizá estén preguntándose ahora cuánto resta descender todavía.
En tren de definir el punto central de esta nota, el cómo somos que humilla a unos y fascina y enorgullece a otros, acudir al bestiario argentino y latinoamericano exige un espacio superior al de esta nota; a la inversa, sustituirlo con el anecdotario sobre los "sudacas", los chistes sobre argentinos o algunas abstrusas disecciones a la moda resulta insuficiente.
Por eso decimos que somos pueblos infantiles, inmaduros, necesitados de un "papá" que nos lleve de la mano pues no sabemos vivir solos. A cambio de garantizarnos que el agua no nos llegue al cuello le concederemos el respeto, las honras y el derecho a "tenernos cortitos" cuando nos portemos mal.
En América Latina todos somos niños todavía, mejor dicho, nos hacemos los niños cuando nos conviene y confiamos absolutamente en papá bueno que nos ama y nos educa. Acorde con la edad somos irresponsables, vivimos para jugar y fantasear con los divertimentos y quimeras que el mundo nos ofrece profusamente y a bajo precio, como si la vida fuera una eterna infancia, tanto que se han vuelto extraños los roles de muchos pobres de ahora en comparación con los de otros tiempos.
Pero también somos pueblos adolescentes, queremos libertad, nos cansamos de papá a veces y queremos jugar sin sentir su mirada, a veces nos tornamos rebeldes sin causa, tremendistas y exagerados. Eso hace que nuestros papás no nos duren... y mamá viene de mal en peor últimamente.
Somos infantiles y adolescentes, nos compramos todos los buzones que vengan de afuera, entre ellos los de enfant terrible y "transgresores" (en realidad violadores de normas y evasores de impuestos), y los de afuera nada saben. Depositamos las causas de nuestros propios fracasos colectivos en "enemigos" imaginarios que no nos dejan ser felices (así los "bárbaros" respecto de los conservadores, los conservadores de los radicales, los radicales de los peronistas, éstos de Gran Bretaña, Estados Unidos, los comunistas y la sinarquía, y viceversa).
Pero a pesar de nuestra proverbial fatuidad, de nuestra jactancia por salir pronto de cada nueva crisis, de nuestra habilidad para establecer diferencias de rango con los países vecinos por nuestra rica y variada dotación de recursos naturales, por los elevados índices del PBC o por nuestros todavía altos estándares en educación, salud y cultura, a pesar de todo eso y de mucho más, esta tierra de pobreza y atraso nos incluye también a nosotros. Mientras tanto, sin que lo percibamos, esas diferencias "cualitativas" con el resto están pasando a ser una simple cuestión de grado. Somos América Latina tal como ésta es en realidad, no como la cantaron los poetas.
Aportamos a América Latina una alta representatividad de tareas propias de las cuales nos enorgullecemos por carácter nacional; padecemos un extenso repertorio de malas prácticas y desastrosos resultados en todos los órdenes de la vida social; sufrimos sacrificios y privaciones crecientes en nuestros sectores sociales mayoritarios y problemas aún más graves como la declinación de la fe en la asociación política, de las esperanzas de cambio positivo, de aumento de la resignación y la indiferencia por la suerte del conjunto social y de abandono acelerado de principios elementales de la política y la ética.
Cuando, rara vez, tomamos conciencia de cómo somos no lo podemos aceptar y en lugar de decidir cambiar para superarnos nos volvemos resentidos, más resentidos aún.
Con todo, nos sentimos muy jóvenes como nación, así que por el largo tiempo que nos queda por delante para llegar a la madurez exigimos que nadie nos apure...
Para completar nuestro irresistible encanto nos restaría pedir disculpas a quienes se puedan sentir molestos con nuestro ethos (si así puede considerarse esta pasión que nos consume).
Eso sí, que todos se queden tranquilos porque conscientemente no matamos una mosca y somos incapaces de hacerle mal a alguien.
CARLOS SCHULMAISTER (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Profesor de Historia
