Más allá de la crisis financiera que afecta a los Estados Unidos y la economía mundial, la asunción de Barack Obama como 44to. presidente de este país tiene simbolismos ocultos, que es oportuno recordar en esta histórica ocasión.
El primero de ellos subraya que Obama no es, estrictamente hablando, el primer presidente negro de los Estados Unidos, sino el primero de raza mixta que asume la magistratura e ingresa a la Casa Blanca. Es decir, un doble logro que ratifica el ideal de la Constitución estadounidense y que, aunque reconoce ya muchos precedentes, hace realidad el sueño de Martin Luther King: que la gente sea reconocida por sus habilidades y su capacidad y no por el color de su piel.
Pero, además, el acontecimiento marca el fin de una era tristemente oscura en la historia de los Estados Unidos: la segregación racial, la discriminación y las persecuciones que sufrieron no sólo los negros descendientes de esclavos sino también las personas que, como él, provienen de la mezcla de razas.
En esa trágica porción de la historia norteamericana, hubo cientos de miles de perseguidos por el supuesto "pecado" de ser producto de relaciones interraciales, algunos de los cuales terminaron linchados tras haber sido clasificados arbitrariamente como negros por su tez morena.
Les endilgaron el mote de "colored" y se les impidió el acceso a lugares públicos como restaurantes, baños, mostradores y mesas de cafetería, hoteles y hasta oficinas públicas, en las que lucía -hasta bien entrado el siglo XX, recordemos- el infame cartel "Sólo para blancos". En las artes, el primero en romper con firmeza la barrera racial fue un judío norteamericano, Benny Goodman, en el hoy célebre concierto que dio en el Carnegie Hall de Nueva York en 1938. Concierto que reconoció también muchos otros antecedentes, pero que marcó un hito fundamental en la historia social y cultural de los Estados Unidos.
Pocos recuerdan que incluso las fuerzas armadas de este país marcharon a la primera y segunda guerras mundiales con segregación en sus filas. Y no pocos historiadores han destacado la ironía que significó luchar por la libertad de otras naciones cuando quienes lo hicieron no gozaban de las mismas libertades en su propio suelo.
Para no hablar de las luchas que sobrevinieron en la posguerra para la conquista de derechos tan elementales como el derecho al voto y la desegregación de las escuelas, colegios y universidades, en los años ´60, y el acceso a los cargos públicos.
Seguramente, no escapará al mismo Obama todo ese simbolismo cuando jure cumplir los preceptos de la Constitución, en las escalinatas del Capitolio en Washington, ni a los dos millones de personas que se espera asistan a su histórica asunción hoy.
De hecho, se habrá cumplido la profecía de haber logrado, al fin, y después de más de 200 años, aquel ideal de "libertad y justicia para todos" que ha sido el faro orientador del sueño americano.
RODOLFO A. WINDHAUSEN (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Periodista de origen argentino, radicado en los EE. UU. desde 1978.