Desde hace más de medio siglo, los gobiernos sucesivos de la provincia de Buenos Aires están tratando de reformar la Policía de su jurisdicción para que al menos no sea más corrupta y más proclive a albergar en su seno a delincuentes peligrosos que sus equivalentes de otros países de condición socioeconómica similar a la nuestra. Hasta ahora, sus esfuerzos por convencer a la gente de que mucho ha cambiado han fracasado. Puede que se hayan registrado algunos avances, pero la detención de varios efectivos y la huida de cuatro más acusados de participar del secuestro de un empresario joven, Leonardo Bergara, parecen confirmar que en verdad el progreso ha sido escaso. A pesar de todas las purgas que se han llevado a cabo y los anuncios formulados con la intención de persuadir a la ciudadanía de que por fin las autoridades provinciales han decidido tomar todas las medidas necesarias para que los uniformados se limiten a cumplir debidamente su función, todavía anidan en la fuerza policial más grande y mejor armada del país grupos que, en lugar de velar por la seguridad de la población, se ocupan saqueándola.
El problema se ha visto agravado por la incoherencia oficial. A través de los años, los distintos gobiernos bonaerenses han ensayado estrategias distintas aun cuando hayan sido integrantes del mismo partido político. Algunos -como el liderado por Felipe Solá, secundado por su ministro de Seguridad, León Arslanian- trataron de expulsar a los elementos podridos, apostando a que los efectivos honestos les agradecerían por haberlos librado de personajes siniestros y que por lo tanto se esforzarían por premiarlos obrando con mayor eficacia. Otros, como los encabezados por Eduardo Duhalde y por el actual gobernador Daniel Scioli, procuraron halagar a la Bonaerense con la esperanza de que decirle que era "la mejor policía del mundo" o algo parecido serviría para estimular el amor propio y la voluntad de los efectivos de mostrarse dignos de la confianza ajena.
La actitud apaciguadora adoptada por Scioli y el ministro de Seguridad, Carlos Stornelli, hubiera sido positiva si de resultas de las depuraciones a veces espectaculares ordenadas por Arslanian ya no existieran unidades contaminadas por la delincuencia, pero a juzgar por las detenciones vinculadas con el caso Bergara las purgas no fueron lo bastante drásticas. Según el jefe de Policía provincial, Daniel Salcedo, el que los presuntamente relacionados con el secuestro hayan sido detenidos por la propia policía prueba que la situación dista de ser tan mala como muchos suponen, pero pocos se sentirán aliviados por tales afirmaciones. Aunque la mayoría de los agentes esté resuelta a cumplir con su deber, el hecho innegable de que todavía se dé una minoría de sujetos que aprovechan las oportunidades para cometer crímenes es más que suficiente como para justificar la falta de confianza de amplios sectores ciudadanos en la voluntad de la Policía de protegerlos.
Durante mucho tiempo pudo atribuirse el estado nada satisfactorio de la Bonaerense a la influencia del Proceso militar que había subordinado absolutamente todo a la "lucha contra la subversión", pero ya ha transcurrido más de un cuarto de siglo desde que la dictadura se fue. Por los motivos que fueran, los gobiernos democráticamente elegidos que siguieron al régimen militar no han podido extirpar las bandas antisociales que, a menudo con la complicidad de delincuentes comunes, actúan como si fueran dueñas de la vida y la propiedad de los habitantes de la provincia más poblada del país. Puesto que para los bonaerenses y para muchos otros la falta de seguridad es el problema principal del país, la incapacidad del gobierno provincial de Scioli para disciplinar adecuadamente a los hombres encargados de proteger a los ciudadanos debería tener consecuencias políticas importantes. Parecería que hasta ahora el ex vicepresidente y aspirante presidencial está más interesado en congraciarse con la Policía que con la gente, pero las ramificaciones del caso Bergara son tales que en adelante le convendría hacer cuanto resulte necesario para mostrar que está en condiciones de manejar a la Bonaerense, puesto que de lo contrario pocos lo creerán capaz de gobernar el país.