El mantra repetido estos días hasta la náusea por las autoridades israelíes, desde el primer ministro Ehud Olmert hasta el último portavoz, es: "Muéstrennos un Estado capaz de contenerse cuando están disparando continuamente misiles contra la población civil de su territorio soberano". La hasbara israelí (en hebreo, "explicación" o "información") produjo, para los espectadores provincianos como nuestros amigos estadounidenses, una película que compara la frontera sur de Israel con la de Estados Unidos. La pregunta que hace el narrador es: "¿Ignoraría Estados Unidos unos cohetes disparados desde México contra San Diego?".
La respuesta de rigor, aunque simplista, es que de ninguna manera, por supuesto. Ni siquiera un izquierdista incurable como yo sería capaz de permanecer al margen mientras cayeran misiles egipcios o jordanos sobre las ciudades israelíes. Sin embargo, la respuesta correcta, aunque más compleja, es que la frontera entre Israel y la Franja de Gaza (y entre Israel y Cisjordania y los Altos del Golán) es distinta a cualquier otra frontera en el mundo, incluidas las existentes entre Israel y Egipto e Israel y Jordania.
El hecho de que Israel retirara su Ejército de Gaza e incluso sacara a 8.000 colonos en el 2005 no altera la realidad de que Gaza sigue siendo, en la práctica y de acuerdo con las leyes internacionales, territorio ocupado. Israel controla las entradas y salidas, así como el acceso a servicios esenciales como la electricidad y el agua. México no pasó los últimos tres años bajo un bloqueo aéreo y marino de los estadounidenses. Además, la impresionante victoria de Israel en la Guerra de los Seis Días convirtió Cisjordania y Gaza en una unidad étnica. En el acuerdo de paz firmado por Egipto e Israel en 1979, la Franja de Gaza quedaba en manos israelíes. Los acuerdos de Oslo entre Israel y los palestinos, firmados en setiembre de 1993, establecieron que la Franja de Gaza y Cisjordania constituían una entidad política. Eso significa que, mientras Cisjordania esté bajo la ocupación israelí, también lo está Gaza.
Estos argumentos no pretenden justificar la conducta de Hamas ni defender sus intereses. Hamas es un enemigo que se niega a reconocer mi derecho nacional, como judío, a vivir en mi país. A nadie le gustaría tanto como a mí que perdiera su posición de poder.
Bush hizo mucho daño cuando insistió en que el gobierno de Sharon permitiera participar a Hamas en las elecciones de enero del 2006, pese a que la organización no cumplía los requisitos electorales estipulados en el segundo acuerdo de Oslo. Me entristeció ver que Al Fatah, el socio de Israel en un acuerdo de paz basado en el establecimiento de un Estado palestino junto al de Israel, no perdía ninguna oportunidad de cometer errores: su corrupción y su torpe gestión alejaron a los electores de la dirección de Túnez. Me enfadé como mis amigos de Ramallah, que prepararon insensatamente el terreno para que la organización extremista obtuviera el poder. Sin embargo, como dice mi presidente, Shimon Peres, si se te rompen los huevos puedes hacer tortilla, pero con una tortilla no puedes hacer un huevo. La situación no tiene vuelta atrás. Hamas no tiene previsto suicidarse ni ondear la bandera blanca.
Hamas es parte intrínseca del sistema democrático en Palestina y la única vía para apartarlo del poder es la misma por la que llegó a él: las urnas; no las balas. El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas (Abu Mazen), debe de saber cómo lo miraría su gente y cuál sería su suerte si tuviera la tentación de volver a Gaza sobre los escombros.
La clave para devolver el control del territorio, incluida Gaza, a Al Fatah, es la mesa de negociaciones. Todos los sondeos de opinión realizados entre los palestinos en los últimos años muestran un apoyo constante (65%-70%) a la solución de dos Estados ofrecida por Al Fatah. Sin embargo, cuanto más se aleja esa solución, por los retrasos en las negociaciones o por la expansión de los asentamientos israelíes, más irrelevante se vuelve Al Fatah. Sin perspectivas políticas, no es extraño que la población, especialmente jóvenes sin empleo, busque una forma de vida en las mezquitas y campos de entrenamiento de Hamas.
Israel debe decidir qué camino va a emprender: dar una solución valiente al conflicto o prolongarlo de manera indefinida. Si escoge lo primero, encontrará la iniciativa árabe de paz de marzo del 2002, que obtuvo el apoyo entusiasta de Yasser Arafat y críticas vehementes de Hamas. No es probable que Israel pueda conseguir un acuerdo más favorable que el que ofrece esa iniciativa: el pleno reconocimiento y unas relaciones normalizadas con todos los Estados árabes a cambio de la retirada casi total de los territorios, incluida Jerusalén oriental, con intercambios recíprocos de tierras si Israel desea conservar alguna zona de Cisjordania o Jerusalén, además de una solución acordada para el problema de los refugiados.
Si Israel se niega a pagar el precio y si está dispuesto a perder su carácter judío y democrático, se encontrará con que, en vez de luchar contra Hamas, tiene puntos en común con la organización: Hamas también rechaza la idea de dos Estados basados en las fronteras del 4 de junio de 1967. Sus líderes están pidiendo una tregua a largo plazo y pueden imponerla. Saben que no tienen capacidad para derrotar al poderoso Ejército israelí. Pero también saben que, mientras Israel se niegue a delimitar una frontera permanente con Gaza y Cisjordania, el reloj demográfico -que pronto producirá una mayoría palestina en Israel y los territorios- hace que el sueño de la "gran Palestina" parezca cada vez más real.
AKIVA ELDAR (*)
Publicado en "The Nation" y "El País"
(*) Columnista político y editorialista del diario israelí "Ha´aretz".