Cría fama y métete a la cama, dice un refrán popular: con cada día que transcurre en la reciente crisis del gas, Rusia y Ucrania pierden cada vez más los últimos visos de credibilidad que les quedan como proveedores energéticos fiables. Ambos países se apabullan con reproches mutuos a la distancia, en un espectáculo que se vuelve cada vez más absurdo.
Mientras Occidente sigue quedándose con los pies fríos, los rivales conjuran conspiraciones urdidas en Estados Unidos o hablan de contratos traspapelados. Y a la larga, siguen sin haber negociaciones directas a la vista.
Incluso los líderes europeos, que suelen cuidar especialmente el buen tono diplomático, han perdido la paciencia. La nueva interrupción del suministro es "increíble e inaceptable", dijo el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, durante un exabrupto ante el Parlamento europeo en Estrasburgo.
Sobre todo Ucrania, debilitada de antemano por las escaramuzas constantes entre los bandos del gobierno, está dando una pésima imagen. El Kremlin mete el dedo en la llaga y señala que ya no saben quién es en realidad el que está a cargo en Ucrania.
"La energía proveniente del este es siempre segura", rezaba un conocido adagio de los tiempos de la Guerra Fría, que pasará ahora seguramente a formar parte de la lista de frases prohibidas del sector publicitario en los próximos años.
Rusia, por su parte, hace todo lo posible por echarle la culpa del corte en el suministro al "incompetente y altamente corrupto" -en palabras del primer ministro Vladimir Putin- gobierno ucraniano. En contrapartida, Ucrania no desaprovecha ninguna ocasión para advertir sobre las supuestas "pretensiones imperiales" del Kremlin.
Después de varios días de silencio, el presidente ucraniano Viktor Yushchenko acusa ahora al país vecino de querer convencer a los últimos críticos europeos de la necesidad de construir los gasoductos por el corredor norte del mar Báltico, que prevé una conexión directa de Rusia a Alemania, sin tránsito por los países del este de Europa.
El presidente ucraniano acusó además a los rusos de querer apropiarse de los gasoductos construidos hace más de treinta años en Ucrania, igual a lo ocurrido en Bielorrusia, otro país de tránsito. Putin replicó desde Moscú diciendo que duda de que el sistema de ductos de Ucrania esté siquiera en condiciones para garantizar el suministro de gas a Europa, aunque confirmó que el Kremlin tiene interés en la adquisición. Por otro lado, tanto Estados Unidos como Ucrania descartaron las últimas acusaciones sobre una posible conspiración, según la cual Washington habría impulsado el conflicto con Moscú.
Para los que han seguido a detalle las informaciones de los últimos días, la conclusión de que los argumentos técnicos esgrimidos no son sólo complicados sino además hipócritas, parece evidente. Y la verdad, a fin de cuentas, sólo la pueden conocer los mismos contrincantes.
Rusia sostiene que existen ductos destinados exclusivamente al tránsito del gas hacia Europa y otros para el suministro interno de Ucrania. Kiev, por otro lado, dice que eso es absurdo y que todos los gasoductos y las centrales de control construidos en tiempos de la Unión Soviética cumplen ambas funciones por igual.
Cualquiera que conozca los debates caóticos en el Parlamento ucraniano, duchos también en argumentar con los puños, sabe que lo que ocurre actualmente es un estilo habitual a la hora de negociar.
STEFAN VOSS
DPA