La capacidad de los países ricos para enfrentar una recesión prolongada sin sufrir graves trastornos sociales se ha reducido mucho en los últimos años. Ya antes de que la crisis internacional comenzara a triturar el mercado laboral se multiplicaban los conflictos entre los diversos grupos étnicos y culturales que se formaron cuando a juicio de los políticos empresarios el problema más acuciante era la escasez de mano de obra. Excepto que la recesión resulte ser menos destructiva que lo que pronostican hasta los más optimistas, el futuro próximo de muchos países tanto de la parte rica del mundo como de la pobre será sumamente agitado.
Los presagios no son buenos. En Estados Unidos, un país que desde hace mucho tiempo está acostumbrado a una tasa de desempleo muy baja en comparación con la habitual en otras latitudes, el índice correspondiente alcanzó el 7,2% en diciembre y todo hace prever que seguirá subiendo en los próximos meses, lo que podría condenar al fracaso los esfuerzos del gobierno por estimular el consumo y de este modo reactivar la mayor economía del planeta, ya que ni los desocupados ni los muchos que temen perder su trabajo se sentirán tentados a arriesgarse comprando bienes prescindibles. Tampoco lo harán los europeos que, lo mismo que los norteamericanos, han contribuido con su fervor consumista a mejorar los ingresos de muchos millones de personas que viven en el Tercer Mundo. Aunque en la mayoría de los países de la Unión Europea se han habituado a tasas de desempleo que son relativamente elevadas, los aumentos recientes han asestado un golpe muy fuerte a la confianza tanto de los consumidores como de los empresarios e inversores que, como es lógico pero así y todo contraproducente, están preparándose para una etapa de austeridad que podría durar años.
En España se anunció hace un par de días que el índice de desocupación ha trepado al 13,4%, el más alto de la UE, y no hay motivos para creer que vaya a reducirse en el año que acaba de empezar: según algunos economistas, podría acercarse pronto al 20%, un nivel similar al considerado "normal" en el período de reconversión industrial que antecedió a la incorporación plena de España a la UE. Puede que en el resto de Europa el panorama no sea tan deprimente en términos estadísticos, pero en todos los países se prevé que en el transcurso del 2009 la desocupación masiva constituirá la principal preocupación, lo que, además de suponer gastos sociales muy elevados, podría provocar muchísimos problemas políticos. En efecto, se teme que los violentos disturbios que siguen estallando en Grecia se extiendan a países como Italia y Francia, en que las protestas callejeras en gran escala son tradicionales.
Para complicar todavía más la situación en que se encuentran los países ricos, en virtualmente todos el mercado laboral ha cambiado mucho en las últimas décadas. Mientras que hace apenas treinta años escaseaban los inmigrantes, en la actualidad éstos conforman una parte muy importante de la mano de obra. En Estados Unidos y la Unión Europea se cuentan por decenas de millones. Aun cuando abundaron los empleos, su presencia se vio resistida por muchos nativos, sobre todo los de la clase obrera, no sólo porque les molestaba tener que convivir con gente de costumbres diferentes sino también porque mantuvieron bajos los salarios de quienes carecían de calificaciones, impidiéndoles compartir la prosperidad de que disfrutaban sus compatriotas de la clase media profesional. Ahora que hay menos trabajo, la hostilidad hacia los inmigrantes no puede sino intensificarse. En efecto, incluso gobiernos como el español de Rodríguez Zapatero, que por principio están a favor de la inmigración, se han sentido obligados a impulsar programas destinados a persuadir a los "extracomunitarios" de regresar a sus países de origen, pero no es demasiado probable que muchos aprovechen las ofertas oficiales puesto que en África y América Latina la situación económica dista de ser buena, en parte porque el aumento del desempleo en el Primer Mundo ha perjudicado mucho a aquellos países, entre ellos México, Ecuador y Marruecos, en que las remesas enviadas por quienes trabajaban en América del Norte o Europa han hecho un aporte significante a los ingresos nacionales.