El 17 de setiembre de 1999 unos atracadores asaltaron la sucursal del Banco Nación de la localidad de Villa Ramallo, en la provincia de Buenos Aires. El edificio fue rodeado por la policía y dos de los asaltantes decidieron salir en un auto, a marcha lenta, con tres rehenes como escudo. La policía abrió fuego, frente a las cámaras de televisión, y en pocos segundos hubo unos 170 disparos que acabaron con la vida de dos de los rehenes y uno de los asaltantes. El episodio fue identificado por la prensa como la "masacre de Ramallo" y dio lugar a un fuerte cuestionamiento de la desproporcionada actuación policial.
Vale la pena recordar ahora aquel hecho y compararlo con la reacción frente al episodio en el que las fuerzas israelíes bombardearon recientemente dos escuelas de las Naciones Unidas en Gaza, en la que se refugiaban civiles que habían perdido sus viviendas. Israel justificó oficialmente el bombardeo, que dejó un saldo de 46 muertos -entre ellos algunos niños-, con el argumento de que el grupo terrorista Hamas utiliza civiles como "escudos humanos". Para algunos portavoces israelíes, toda Gaza se habría convertido en un inmenso "escudo humano" sobre el cual resulta lícito arrojar bombas y misiles.
Desde la perspectiva del derecho internacional, el argumento defensivo israelí es insostenible. Según el Convenio de Ginebra del 12 de agosto de 1949, constituye infracción grave a sus disposiciones "dirigir intencionalmente ataques contra bienes civiles, es decir, bienes que no son objetivos militares" o "lanzar un ataque intencionalmente, a sabiendas de que causará pérdidas de vidas, lesiones a civiles o daños a objetos de carácter civil o daños extensos, duraderos y graves al medio natural que sean claramente excesivos en relación con la ventaja militar general concreta y directa que se prevea". Por consiguiente, desde la ley internacional, aun en el supuesto no probado de que se utilicen civiles como "escudos humanos", esto no autoriza a disparar sobre esos mismos civiles.
Que los responsables de estas operaciones de violencia desproporcionada acudan a justificaciones pueriles no puede llamar la atención. Pero, en cambio, que observadores independientes, alejados del terreno de batalla, puedan ser seducidos por estos argumentos es motivo de la presente reflexión. ¿Por qué una respuesta represiva desproporcionada, que nos resulta claramente aberrante en el terreno nacional, la justificamos sin problemas de conciencia en el terreno internacional?
Una primera aproximación explicativa es que en las guerras, como en muchos otros conflictos, solemos tomar partido. Adoptamos, a veces de un modo inconsciente, una posición maniquea, visualizando el conflicto como un enfrentamiento entre "buenos" y "malos". Esto hace que perdamos toda objetividad y adoptemos automáticamente una actitud de disculpa y comprensión frente a los "excesos involuntarios" de nuestros amigos y aliados al tiempo que somos severos jueces frente a los daños que causa el bando de "los malvados". En ocasiones, esas tomas de posición están atravesadas por un racismo cultural latente.
En los actuales conflictos, contribuye a aumentar la confusión la interesada visión que asimila el enfrentamiento con las organizaciones insurgentes al forzado esquema de una "guerra contra el terror". El problema reside en que aquí el enemigo no es un ejército sino individuos anónimos que no se diferencian del resto de la población. De allí que el uso de misiles y bombas, instrumentos propios de las guerras, no sea lo más apropiado para atacar a los grupos irregulares y las consecuencias inevitables sean los inmensos "daños colaterales" que padece la población civil.
En el caso de Gaza, tampoco debemos descartar -dada la magnitud del daño inferido- que esté en el ánimo de algunos halcones militares israelíes aterrorizar a la población civil. Se trataría de inferir una suerte de castigo colectivo a quienes brindan refugio a los lanzadores de cohetes Kassan y, además, en ocasión de las últimas elecciones, tuvieron la irresponsabilidad de elevar al poder a un grupo terrorista. Fue justamente el viceministro de Defensa israelí, Matan Vilnai, quien prometió en febrero del 2008, en polémicas declaraciones recogidas por la prensa internacional, un "holocausto" entre los habitantes de Gaza en respuesta a los misiles lanzados por Hamas.
Prosigamos con las comparaciones. En la noche del 15 de enero de 1999 se produjo un enfrentamiento entre fuerzas del ejército serbio y guerrilleros del Ejército de Liberación de Kosovo que se habían refugiado en la localidad de Racak (Kosovo). Como consecuencia de ello al día siguiente aparecieron 45 cadáveres, sin que hasta el día de hoy ninguna investigación independiente haya podido precisar cuántos cuerpos pertenecían a guerrilleros y cuántos a pobladores que habían sido utilizados como "escudos humanos". No obstante, la "masacre de Racak" dio lugar a una acusación por "crímenes de guerra" contra Milosevic y fue el justificante de la guerra que tres meses más tarde la OTAN lanzó contra Yugoslavia.
Las potencias que luego bombardearon Belgrado en nombre de los derechos humanos ahora han venido guardando silencio frente a los notorios excesos registrados en Gaza. Sólo se ha oído la voz solitaria del presidente español Rodríguez Zapatero, que ha condenado las "reacciones absolutamente desproporcionadas y contrarias al derecho internacional humanitario" por parte de Israel a los misiles lanzados "de forma irresponsable y provocadora" por Hamas. En el mercado internacional de los "derechos humanos" parece que hay algunos "escudos humanos" que valen más que otros.
(*) Abogado y periodista