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Esperando a Obama | ||
En algunos países como el Reino Unido, quienes triunfan en las elecciones nacionales se trasladan en seguida a la casa de gobierno o a su equivalente, pero en otros, entre ellos Estados Unidos, la transición se prolonga durante meses. En tiempos "normales", el período así supuesto no plantea demasiados problemas, pero en medio de una crisis como la actual motiva incertidumbre que sólo sirve para agravar una situación que ya es sumamente difícil. Aunque el presidente saliente George W. Bush se ha esforzado por colaborar con el presidente electo Barack Obama, oponiéndose en diversas ocasiones a sus propios partidarios republicanos, se ha difundido la sensación de que el país más poderoso del planeta seguirá a la deriva hasta el 20 de enero cuando, por fin, la nueva administración iniciará la tarea gigantesca que le aguarda. Pero no sólo es cuestión del intervalo excesivamente largo que se da entre la partida definitiva del "pato rengo" y la llegada de un sucesor en que tantos han invertido sus esperanzas, sino también de la sospecha cada vez más difundida de que en verdad la diferencia entre Bush y Obama no será tan nítida como la mayoría quisiera creer. Si bien Obama es mucho más elocuente que Bush y ha sabido granjearse el apoyo ferviente de los críticos más furibundos del presidente republicano, desde el 4 de noviembre cuando ganó las elecciones se ha hecho aún más centrista de lo que fue en las fases culminantes de la campaña, mientras que Bush, golpeado por la crisis económica y por su propia impopularidad, ha buscado refugio en el mismo lugar del mapa político. No sorprende, pues, que ya se sientan víctimas de una ilusión cruel los muchos estadounidenses y los millones de ciudadanos de otros países que se habían acostumbrado a atribuir todos los males del mundo a Bush y a creer que Obama sería fenomenalmente mejor. Para decepción de los convencidos de que Obama sería una especie de revolucionario que cambiaría virtualmente todo, el equipo que ha nominado es llamativamente continuista: sus miembros más destacados ya sirvieron en la administración del presidente Bill Clinton y el secretario de Defensa desempeña la misma función en la de Bush. A esta altura, pocos creen que la estrategia económica de Obama frente a una crisis económica tan desconcertante como devastadora sea muy distinta de la ya impulsada, si bien a regañadientes, por Bush. Tampoco parecería que su política exterior sea radicalmente diferente: a juzgar por lo que dijo durante la campaña y después de su triunfo, Obama será menos combativo de lo que era Bush en su primera gestión que se vio dominada por las repercusiones de los ataques contra las Torres Gemelas y el Pentágono, pero podría ser más duro de lo que resultó ser Bush en su segunda gestión, sobre todo frente a los desafíos planteados por los talibanes en Afganistán y Pakistán y por el régimen teocrático de Irán si éste persiste en su intento de dotarse de un arsenal nuclear. Dicho de otro modo, todo hace pensar que, la retórica aparte, el "cambio" prometido por Obama no será muy grande. Además de decepcionar a quienes esperaban una ruptura espectacular con la gestión de Bush, Obama ya se ha visto salpicado, por fortuna indirectamente, por escándalos que han recordado a sus compatriotas de que, pese a que supuestamente representa algo radicalmente nuevo en la política norteamericana, se formó en un distrito, el del Estado de Illinois, que es notoriamente corrupto y por tanto representa lo peor de la "vieja política". Para subrayarlo, el gobernador Rod Blagojevich se ve acusado de tratar de vender la banca en el Senado que ha dejado Obama al mejor postor: el que aún antes de asumir Obama haya tenido que contestar a las preguntas de investigadores federales es de por sí motivo de preocupación. También ha afectado negativamente a Obama la decisión del gobernador hispano de Nuevo México, Bill Richardson, de renunciar a ser el próximo secretario de Comercio porque está involucrado en una investigación judicial por sus presuntas vinculaciones con una empresa privada que ganó un contrato gubernamental por más de mil millones de dólares. Aunque el presidente electo no tiene nada que ver con lo sucedido en Nuevo México, no cabe duda de que las acusaciones contra un integrante clave del equipo que ha formado le han supuesto un revés muy desagradable. | ||
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