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El relativismo ético | ||
A cada cual lo suyo, y a mí, lo que me duele es la izquierda. Primero, porque aún creo en ella y porque pienso que el progreso del ser humano pasa por la sensibilidad social, el compromiso ecológico y los derechos civiles. Y la derecha, mirada a bulto, no me parece que defienda ese triple compromiso. Por supuesto, conozco conservadores que están más comprometidos socialmente que muchos "puño en alto". Pero si tuviéramos que generalizar, aún me quedo con esa vieja izquierda desorientada que, a pesar de todo, mantiene algunas banderas en alto. Precisamente porque aún creo en ella y porque pienso que la izquierda tiene una gran responsabilidad ética con los valores que defiende, no puedo evitar sentir una profunda inquietud en los tiempos actuales. Inquietud por la traición a esos mismos valores que dice defender. Sin embargo, antes de continuar, quizás sería necesario formular una pregunta al estilo Raymond Carver: ¿de qué hablamos cuando decimos que hablamos de la izquierda? Sin duda, no es lo mismo Antoni Puigverd que José Saramago, ni es lo mismo Miquel Iceta que Joan Tardà. De los unos a los otros, distan las muchas distancias entre el racionalismo yel dogmatismo. Antoni Puigverd, por poner un ejemplo querido, mantiene su militancia progresista sin caer en el acriticismo ni seguir al pie de la letra el catecismo del buen progre. José Saramago, en cambio, es el ejemplo más inequívoco de intelectual obtuso, encerrado en sus prejuicios, incapaz de variar un ápice las ideas que le habían llevado, tiempos ha, a defender algunas de las dictaduras más atroces. Estalinista convencido, es uno de los hombres que más se ha equivocado en sus análisis a lo largo de la historia, Y, sin embargo, mantiene intacto su prestigio, quizás porque los intelectuales de izquierdas -a diferencia de los de derechas- pueden equivocarse cada día y seguir tan anchos. Cuando hablan de su lucidez, me pregunto si es la lucidez de quien, aún ahora, defiende la dictadura del proletariado. El dueto Iceta-Tardà sería la traslación, en política, de lo dicho en el ámbito intelectual. Uno puede ser el líder de un partido político, como es Miquel Iceta, y no matar por ello la inteligencia. O uno puede ser un Joan Tardà cualquiera, y matarla cada día, y los dos levantan la misma teórica bandera. Por tanto, incluso cayendo en la generalidad, quede dicho que hablamos de la izquierda, pero hay muchas izquierdas, y no todas -a diferencia de los mundos de Paul Eluard- habitan en ella... Dicho lo cual, ¿qué ocurre? Vivimos tiempos complejos, con ideologías totalitarias atisbando en el horizonte y dominando, como nunca antes en la historia, grandes mecanismos de comunicación. Goebbels con internet, dije hace tiempo. En este siglo XXI que conoce la comunicación planetaria, y que tiene mecanismos de defensa de la libertad, como nunca los tuvo el ser humano, el papel de la izquierda tendría que ser de una gran relevancia y de un gran compromiso. Y, sin embargo, la izquierda más ruidosa, la que levanta banderas y causas, y ocupa la calle, no es más que un viejo espantajo de la izquierda más dogmática que alimentó algunas de las maldades del siglo XX. Movida por los mismos tics antiamericanos y antiisraelíes del siglo anterior, esta izquierda no es capaz de defender ninguna de las causas que palpitan sangrantemente en el mundo, a excepción de aquellas que puedan convertir a yanquis o judíos en verdugos. Hemos asistido al genocidio de Ruanda, auténtica masacre de miles de personas que nunca tuvieron quién les gritara en la calle. Hemos asistido al auge del fundamentalismo islámico, que ha sembrado de muertes los pueblos y ciudades del mundo, especialmente del propio mundo musulmán. Y esa izquierda gritona, cual émulo de los monos de Gibraltar, se ha mantenido sorda, ciega y muda ante tal mortífero y totalitario fenómeno. Al contrario, en algunas calles de nuestras ciudades, hemos visto a unos y a otros manifestándose juntos, hermanados en la misma locura antioccidental. Y cada día vemos cómo hay millones de mujeres que son legalmente esclavizadas, convertidas en prisioneras de leyes demoníacas que las capan en su integridad intelectual, emocional y física. Mujeres que habitan en países amigos. Y esa izquierda lunática ni las ve, ni las escucha, demasiado preocupada en la bondad de la multiculturalidad. ¿Sabrán quién es Shirin Ebadi, la iraní que lucha por los derechos de la mujer en su país? ¿Conocerán los textos de Taslima Nasrin, la escritora de Bangladesh condenada a muerte por el fundamentalismo? Y tantas otras? Y mientras el mundo está plagado de dictaduras de todo tipo, que movilizarían las conciencias de cualquier ciudadano libre, nuestra izquierda chulesca, airada y pancartista sólo se preocupa de vilipendiar a algunas democracias. Hoy hay una izquierda que monopoliza la defensa de la libertad. Pero la traiciona con la misma intensidad con que grita su nombre. Esa izquierda, instalada en un feroz relativismo ético, está incumpliendo su responsabilidad con la historia. Lo dijo Albert Camus: "La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas". PILAR RAHOLA (*) Publicado en La Vanguardia de Barcelona (*) Escritora y ex vicealcaldesa de Barcelona. (pilarrahola.com) | ||
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