| Esta historia tiene que ver con la identidad, con la vida de una mujer alemana y con el pueblo en donde nací: Bariloche. En la iconografía política global nadie puede sustraerse a su destino y si cada pueblo transita por los años cargando a cuestas su historia, la geografía por donde esta sucede, también cae bajo su pesada sombra. Para los alemanes, que apenas vislumbran el final de los años oscuros en que la vida de la nación transcurrió "fuera de la historia", nada es ajeno a lo que allí sucedió. Denso. No importa cuán lejos estuviesen, donde hubo alemanes, las cosas se cargaron de sentido. Cuando el imperio de mil años y la ideología que lo sustentaba estallaron en pedazos y el sueño se convirtió en una pesadilla, tampoco Bariloche pudo sustraerse a sus consecuencias y fue así que la aldea lejana de aquellos años en la que ya vivían alemanes, ingresó de pleno en la iconografía global del nacionalsocialismo. Hechos recientes y casi anacrónicos, como el caso Priebke, ayudaron a que la profecía del refugio seguro se volviera a cumplir. Los que en la aldea esperan el olvido que los años traen y que todo pase de una buena vez, parecen ignorar la dimensión de los crímenes, la influencia de la historia sobre los hechos de los hombres y la curiosidad recurrente de cada nueva generación. Paradójicamente promueven ahora la mirada del pueblerino que desconoce al mundo, cuando en su tiempo cultivaron una admiración desmedida por un régimen que aspiraba al dominio mundial. La vida de mi familia, exceptuando un viaje de mi padre a Alemania en 1937, poco tuvo que ver con esa guerra, pero todos tenemos una historia y la nuestra hunde sus raíces en la cultura y el idioma que hablaban los fundadores del régimen. Por eso no es fácil permanecer indiferente y cuando los fragmentos del horror se presentan no dejo de estremecerme. (Hans Schulz) | |