Sábado 03 de Enero de 2009 > Cultura y Espectaculos
John le Carré: el escritor que surgió del dolor
Es autor de best sellers y tiene una historia apasionante: su padre era un estafador y su madre lo abandonó cuando tenía cinco años. Vivir en medio de mentiras lo convirtió en espía. Y eso lo llevó a ser escritor. En esta entrevista, habla de su vida, de la política y del terrorismo.

John le Carré se hizo famoso hace más de 40 años con "El espía que surgió del frío" y en las pasadas décadas marcó decisivamente el género de la novela de espionaje. El escritor, de 77 años, habló en entrevista con DPA de su tajante rechazo a la guerra de los Estados Unidos contra el terrorismo, las esperanzas que le genera la elección de Barack Obama como presidente y de cómo su infancia difícil lo convirtió en espía y escritor.

- Hace cinco años escribió en un ensayo en relación con la política de George W. Bush que los Estados Unidos ingresó en la peor de sus fases. ¿Cree que Estados Unidos está mejor ahora con la elección de Barack Obama?

- Es un momento histórico como en su momento la caída del Muro de Berlín. Ahora creemos que tenemos en Obama una voz, un gran hombre de Estado. Cuando fue derribado el Muro de Berlín, fue uno de esos momentos en los que podríamos haber cambiado el mundo. Pero no teníamos ningún plan de emergencia para la paz. Ése fue el drama. El momento pasó rápidamente, pero ahora tenemos otra vez una oportunidad histórica. Ahora queremos saber lo que realmente quiere, quién es. Me encantaría oír alguna declaración clara de él. "No puedo ser el presidente de Guantánamo", sería una de ellas. Obama debe cerrar las cárceles secretas en las que a hasta 27.000 personas se las priva de sus derechos.

- Usted es conocido como crítico muy duro de la guerra estadounidense contra el terrorismo.

- Personalmente creo que la guerra contra el terrorismo no se está llevando adelante de forma adecuada. Lógicamente debe haber un proceder eficiente de la policía contra los terroristas. Pero la guerra contra el terrorismo fue transformada en una guerra religiosa entre el cristianismo y el islam. Y luego este proceder contra la táctica del terrorismo derivó en una guerra territorial. Eso nos llevó estúpidamente a Irak y nos mantiene en Afganistán.

- ¿Cómo fue que ambientó su último libro, "A Most Wanted Man", que relata una historia de la lucha contra el terrorismo, totalmente en Alemania?

- Alemania está ante decisiones que mi país ya tomó, aunque en mi opinión, se equivocó. Decisiones sobre la limitación de los derechos civiles, la limitación del ámbito privado en esta llamada guerra contra el terrorismo. Espero que en este "momento Obama" de la historia también la discusión en Alemania tome otro rumbo. Hay millones de extranjeros que deben integrar. Alemania siempre me fascinó. Y ahora me pareció el escenario perfecto para esta historia.

- Entonces, la elección de Hamburgo como escenario principal no fue una casualidad.

- Conozco la ciudad. Estuve aquí en el consulado británico, en 1964. La historia de Hamburgo es como una novela educativa. Tras la Primera Guerra Mundial, la ciudad fue primero comunista, luego fascista. Aquí la población judía fue diezmada a menos de mil. Aquí murieron en una semana más de 45.000 personas en los ataques aéreos británicos. Más adelante, Hamburgo atrajo al grupo Baader-Meinhof y Mohammed Atta planeó aquí los atentados del 11 de setiembre del 2001. Hamburgo es de alguna manera esquizofrénica: Una ciudad cosmopolita abierta y al mismo tiempo profundamente conservadora.

- ¿No cree que el peligro de terrorismo requiere también una vigilancia más reforzada?

- En nuestro país tuvimos al IRA. Habían volado por los aires media Inglaterra. Casi agarran a Margaret Thatcher. Perdimos tantas vidas. Pero entendimos que hay que aceptar las desventajas de la democracia, para seguir siendo una democracia. De eso se trata. Y en la época en la que realmente tuvimos un problema de terrorismo con el IRA no fuimos, creo, vigilados de ninguna manera tan de cerca como ahora. No hay comparación. En las ciudades no se puede recorrer unos kilómetros a pie o en coche sin ser capturado por decenas de cámaras.

- ¿Cuál es la solución?

- Cuanto más miedo tengamos, más perderemos la guerra contra el terrorismo. Se trata de eso. ¿Cómo se puede saber si el terrorismo fue vencido? ¿Cómo se puede saber si un atentado fue el último? Es una situación que sólo se puede resolver con integración y tolerancia mutua. Debe haber una solución política. Debemos dialogar con los talibanes. Debemos dialogar con Irán.

- ¿Cómo es que reclama tantas veces más tolerancia hacia el islam?

- Hace tiempo que me intereso por el islam. A principios de los '80 pasé varias semanas en campamentos palestinos en el sur del Líbano, cuando escribí la novela "La chica del tambor". Tengo amigos musulmanes. Por eso siempre me pareció complicado participar en esta condena global del islam. Tras el fin de la Guerra Fría, la maquinaria ideológica estadounidense prácticamente cambió de inmediato hacia el islam como nuevo enemigo.

- Usted también argumenta que la violencia en la lucha contra el terrorismo crea nuevos terroristas.

- Puedo entender las raíces del terrorismo, lo que lógicamente no quiere decir que lo disculpe. Pienso en mis experiencias en los campamentos palestinos. Vi niños maravillosos, chicos de nueve o diez años que ya entrenaban con ametralladoras Kalashnikov. Me puedo imaginar en su papel, igual que hubiera podido ir a parar a la juventud hitleriana. Porque luchamos en guerras heredadas. Luchamos a favor de lo que nos enseñaron. De eso trata mi libro. Todos tenemos un padre. Todos intentamos imponernos a él.

- Issa, uno de los protagonistas de su nuevo libro, es de Chechenia, la provincia destrozada por la guerra en el norte del Cáucaso. ¿Cómo debería comportarse Occidente frente a Rusia respecto de la reciente crisis en torno de Georgia?

- Obama no puede caer en la trampa de Georgia. Es un asunto delicado. Lógicamente los rusos juegan juegos, pero todo el mundo sabe: si se le muerde en el trasero al oso ruso en su frontera territorial, se vuelve loco. Es una paranoia extraordinaria la que le viene a Rusia cuando vislumbra peligro en sus fronteras. Y creo que es innecesario e irresponsable crear una defensa antiaérea en las fronteras rusas. Debemos despedirnos de la idea de que todo el mundo debe tener una democracia según el modelo occidental. E intentar plantar democracia con armas es totalmente disparatado.

- ¿Siente una cierta nostalgia por las épocas de la Guerra Fría?

- Si me hubiera preguntado antes de las elecciones presidenciales, la respuesta habría sido 'sí'. Con la justificación de que en la Guerra Fría teníamos esperanza. Creíamos que tras su fin nos esperaba algo bueno. En esta guerra contra el terrorismo fue muy difícil sentir esperanza. Estaba muy desanimado. Ahora, tras la elección de Obama, me siento optimista. Al menos por cinco minutos esto nos está permitido.

-¿Tuvo la tentación en los últimos años de escribir un nuevo libro con su personaje George Smiley?

- No. Smiley tendría ahora en torno de los 105 años. Pertenece a una época y esa época pasó.

- En sus nuevos libros aplica mucha crítica social. ¿Siente hoy más rabia que antes?

- Más bien impaciencia. Y lógicamente siento rabia cuando se falsifica la realidad. Y estoy indignado con respecto a mi ex servicio secreto, porque participó de buena gana en el hecho de distorsionar la verdad para justificar la guerra en Irak. La intervención de servicios secretos contradice muchas veces el funcionamiento de una buena democracia. Pienso que es muy importante tener eso presente.

- En sus libros profundiza una y otra vez en temas como el amor y la traición. ¿De dónde viene esa fascinación?

- Mi padre era un estafador. Mi madre desapareció de mi vida cuando tenía cinco años y yo no supe durante mucho tiempo si vivía o estaba muerto. Esas experiencias tempranas, grandiosas para un escritor, me hicieron desconfiado y crearon al mismo tiempo la necesidad de entender qué ocurría debajo de la superficie. Vivíamos en la mentira constante. Se decía que mi padre estaba de vacaciones. Pero no estaba de vacaciones, sino en la cárcel. Sí, le enviamos un cheque mañana. Pero no lo haremos porque mañana habremos desaparecido. O sea que desde el principio me topé con conspiraciones y traiciones por todas partes. La otra cara de la moneda es mi naturaleza romántica: uno está aislado y cree que en algún lugar debe haber un mundo mejor. Eso lo puede llevar a uno fácilmente hacia la religión.

- Pero a usted no.

- A mí me llevó a reflexionar sobre cómo sería un mundo mejor. Entré muy pronto en el servicio secreto. Era un espía pequeño, pero fueron años determinantes de mi vida. Creo que en el mundo secreto encontré padres sustitutos. En el servicio secreto, seguí adelante, de alguna manera, con la obra de mi padre. Sólo que en un contexto legal. No es que decidiera convertirme en un santo a causa de mi padre. Pero las habilidades que me dio mi infancia y el idealismo que creció en mí me llevaron directamente al mundo del servicio secreto. Era un gran boy scout con pensamientos sucios.

- Una buena mezcla...

- Para un espía, sí. Y luego estaba el 'gulag' de los internados británicos. Era una especie de huérfano. Eso impulsa la fantasía. Ayuda mucho a convertirse en escritor, aun cuando no lo recomiendo realmente. Graham Greene decía que la infancia es el patrimonio de un novelista. Y visto así, yo era millonario. En mi época en el servicio secreto era muy puritano. Había discusiones éticas constantemente. Cuando queríamos colocar micrófonos en la casa o el dormitorio de alguien, discutíamos seriamente sobre ello. Y muchas veces en aquel entonces desistíamos. No me imagino que hoy siga siendo así.

- ¿Por qué se convirtió finalmente de espía en escritor?

- No bien conocí la realidad del mundo del servicio secreto, quería inventarlo nuevamente como escritor. Si mi padre hubiera sido un hombre de negocios honorable, posiblemente habría entrado en su empresa y luego habría descripto ese mundo. De haber ido a la mar, habría escrito sobre eso. Sólo puedo vivir si escribo. No soy uno de esos escritores infelices. Yo amo mi trabajo. (DPA)

 

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