El cuento relataba la aventura de Caperucita pero al revés. En este caso la víctima era el lobo, que terminaba perseguido por la feroz niña de vestido rojo. No recuerdo los pormenores pero me atrevería a decir que hacia el final, el lobo pretendía casarse con la abuelita. Con esta historia patas para arriba mandé a mis hijos a la cama más de una vez. Aunque un poco delirante, la anécdota -y les debo el autor- tiene muchos elementos de realidad. Caperucita versión heavy metal me hizo pensar en que la historia de los relatos infantiles, tanto como la de los relatos de amor, podría haberse desarrollado de un modo distinto.
En cuanto lectores de una nueva época estamos en nuestro derecho de mover las piezas ubicadas años atrás por los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen, entre otros. Recrear fábulas en las que el orden de los factores altere el resultado: una princesa india, sobre un caballo negro, se abre paso entre la maleza para despertar a un príncipe borracho. O imaginemos a Cenicienta urdiendo complejos planes políticos para tomar el poder en un país escandinavo. La imaginación es un océano accesible y, cuanto más nos alejamos de la tradición, más nos acercamos a la compleja y apasionante trama de la vida.
Leí un libro de John Berger -"Un hombre afortunado"- en el que el escritor tala con una hacha filosa el árbol del sentido común. Existe un puente entre los relatos ideales presentados por la literatura universal infantil y el sentido común como uso cotidiano. Ambos representan una idea simplificada de la existencia.
No menosprecio el papel de estos cuentos como puerta de entrada a una literatura más amplia, sin embargo no puedo más que reconocer que están llenos de prejuicios y eso me molesta.
En el guión de todos los días, hay personajes que merecen su espacio en los libros del presente y el futuro: príncipes a pie y sin castillo, reyes oscuros, princesas fatales, magos capaces de vender sueños y pesadillas, bellas de todos los colores, seres variopintos que copan las ciudades y los campos, monstruos que se inventan a sí mismos y atraviesan las paredes de la ficción. La diversidad es lo que nos hace tan especiales. Es un condimento que la literatura tradicional no rescató y ya no lo hará, por supuesto.
En este ir y devenir cotidiano hay mucha tela para cortar. Un maravilloso material en el cual podemos inspirarnos para soñar historias, escribir relatos, componer canciones, filmar películas. Tan lejos de los personajes estructurados que moldearon una parte de nuestra conciencia. Hay gente que hace un rato está en este camino: Graciela Montes es uno de los nombres que viene a mi mente. Hay varios más. Mi hija, sin ir más lejos, se acaba de comprar un libro dedicado a un extraño antihéroe: "Supersucio". A mi pesar, no es una fanática de la lectura pero ya ha leído dos veces este divertido y alocado relato de Fernando de Vedia ilustrado por Fernando Falcone. En la página final del libro hay una imagen que me encanta: es la figura de Supersucio, con sus pelos igualitos a Robert Smith de The Cure (y esto aun no lo sabe Mechi y cuando lo sepa le va a encantar también), perdiéndose en la lejanía. Detrás de él queda su sombra y las huellas barrosas de sus pies.
Por si les interesa, el libro comienza así: "Ésta es la historia del planeta más asqueroso de todos los planetas del universo".