POMONA (AVM) - A pesar de las restricciones por encontrarse privados de libertad, aún en un régimen abierto como el de Emeta, los dieciséis internos que conviven allí tuvieron una jornada distinta a la espera del Año Nuevo donde dos lechones se fueron asando lentamente para ser devorados en la cena de Año Viejo. El deseo del brindis tuvo una sola dirección: el recuerdo de los seres queridos y que el paso a la libertad llegue pronto.
La vida en el Establecimiento de Régimen Abierto Pomona no es fácil porque allí deben compartir cada hora de cada día internos de distintas historias, pero no se asemeja en nada a una cárcel, y el buen comportamiento que tuvo cada uno de ellos los llevó hasta esta chacra para dar el último paso y recuperar la ansiada libertad.
Reunidos en la cocina, mientras husmeaban qué estaba cocinando Horacio -33 años, dos años en Pomona, seis en distintas cárceles y a quien le quedan tres para obtener la condicional- observan un tanto desconfiados al grabador y la máquina de fotos.
Fernando -34 años, de Mar del Plata, fue el primero en hablar. "Hace seis años y medio que estoy y me queda uno para empezar la transitoria, creo que éste es un buen lugar para empezar en otras cosas, la cárcel es muy jodida, en cambio acá criamos conejos, chanchos, cuidamos la huerta, y podés cambiar, está bueno". La historia de Fernando es muy particular, porque estando en la alcaidía de Choele Choel conoció a su pareja -privada de la libertad- con quien tuvo una hija y se casó hace cuatro años.
Una docena de empleados al mando del oficial inspector Daniel Barne custodian el lugar, aunque lo hacen sin armamento. "No lo necesitamos, los internos tienen una gran conducta, incluso cuando debemos llevarlos al hospital o al juzgado, van sin ser esposados", expresó un suboficial.
Emeta nació como un establecimiento escolar. Tiene seis hectáreas, está en un lugar paradisíaco de Pomona, a tres kilómetros de la Ruta Nacional 250. Además de los lugares de alojamiento, sus modernas instalaciones cuentan con un taller.
El miércoles todos se levantaron con ánimos distintos. Es que debían recibir al nuevo año. Luego del desayuno, cada uno partió a sus lugares habituales. La cocina -rotan sus responsables- estará por dos semanas en manos de Fernando quien también asará los dos lechones del criadero de la chacra que le llevaron el pampeano Walter -32 años, le quedan cinco por purgar- y Evaristo -47, tres hijos y esposa, de la comunidad Cañumil-, quien ya está listo para salir y sueña con ser "Lonco" de su gente.
A media tarde ya el clima festivo se respiraba con más intensidad. Al pasar, lo "apuran" a Horacio con los lechones; éste les responde con una mueca cómplice.
El reloj de pared marca las 21. Recién bañados, afeitados como nunca, ya se van sentando a la mesa donde distintas ensaladas y el jamón crudo que hizo uno de los suboficiales de un chancho criado en el lugar, es saboreado por los comensales. Todo regado por gaseosas y jugos, nada de alcohol. Pronto, de los lechones, quedará el comentario.
Ya se viene el Año Nuevo y con él, un día menos en los almanaques cuyas hojas dan trabajo pasarlas. Los ojos vidriosos, la saliva abunda. También la esperanza, la copa alzada donde nadie dice pero todos saben qué pedirá cada uno. ¡Salud!