Los líderes israelíes entienden que su país es un puesto de avanzada occidental rodeado por millones de enemigos resueltos a borrarlo de la faz de la Tierra por los medios más brutales concebibles, pero desgraciadamente para ellos la mayoría de los políticos occidentales prefiere minimizar la gravedad del peligro que enfrentan sus habitantes judíos. Los europeos más influyentes y, si bien en menor medida, sus equivalentes norteamericanos, quieren creer que el conflicto entre Israel y los árabes palestinos es meramente una disputa territorial que podría solucionarse a través de un diálogo franco seguido por concesiones mutuas. Para quienes piensan así, carecen de importancia las amenazas sanguinarias contra los judíos que a diario formulan islamistas e incluso personas calificadas de "moderadas", o las consignas genocidas coreadas por las turbas furibundas que se han movilizado para apoyar a Hamas tanto en el mundo musulmán como en centenares de ciudades europeas y americanas. Se aferran a la idea de que sólo es una cuestión de retórica acaso excesiva pero que, dadas las circunstancias, resulta comprensible, y juran creer que si Israel fuera más "flexible" sus vecinos aceptarían su derecho a existir.

Los árabes de la Franja de Gaza disfrutan de la solidaridad automática de la mayoría de sus correligionarios musulmanes, razón por la que gobiernos, como el de Egipto, que quisieran ver destruido a Hamas, se han sentido obligados a criticar por motivos supuestamente humanitarios el intento israelí de aplastarlo. En cambio, pocos occidentales estarían dispuestos a levantar un dedo en defensa de los israelíes: muchos los acusan de ser en última instancia los únicos responsables de la militancia islamista y dan a entender que la mejor forma de poner fin a "la guerra contra el terror" consistiría en desmantelar el Estado judío.

Aunque los israelíes cuentan con el respaldo verbal del presidente estadounidense saliente George Bush y la canciller alemana Angela Merkel, en su batalla contra Hamas, el grueso de los dirigentes occidentales ha asumido una postura decididamente ambigua: no pueden reivindicar a quienes durante años han estado bombardeando Israel con cohetes disparados desde Gaza, pero están presionando a Tel Aviv a cesar unilateralmente las hostilidades antes de alcanzar sus objetivos. No les preocupa en absoluto que en tal caso Hamas, una organización que Estados Unidos y la Unión Europea califican oficialmente de "terrorista", se jactaría de haber derrotado a Israel y, desde luego, redoblaría sus ataques contra los judíos sin hacer el más mínimo esfuerzo por distinguir entre militares y civiles.

Los judíos de Israel no son los únicos integrantes de una comunidad religiosa minoritaria en el "gran Medio Oriente" que tienen motivos para lamentar la falta de solidaridad de quienes en teoría por lo menos comparten sus valores. En todos los países musulmanes, judíos, cristianos, budistas, hindúes son víctimas de un proceso de "limpieza religiosa" mortífera impulsado por fanáticos y consentido por los demás, que es plenamente comparable con el que después de la Reconquista hizo de España un reino monolíticamente católico. La indiferencia de los gobiernos occidentales hacia el destino de comunidades cristianas, cuya historia se remonta a hace casi dos milenios, puede atribuirse al retroceso de la fe religiosa en Europa y a la convicción resultante de que sería retardatario considerarla un factor significante. También incide el temor a la reacción previsiblemente violenta de las minorías musulmanas que se han establecido en casi todos los países europeos ante cualquier manifestación de voluntad -la que en seguida sería tomada por evidencia de que una nueva cruzada antimusulmana está en marcha-, de ayudar a los perseguidos aunque sólo fuera con presiones diplomáticas.

Por razones nada misteriosas, después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial muchos europeos, entre ellos quienes conformarían las elites gobernantes actuales, optaron por el pacifismo. Pudieron hacerlo con impunidad porque Estados Unidos se encargó de la defensa de Europa occidental contra el expansionismo soviético. Para justificar el aporte modesto de sus respectivos países a la OTAN, los sectores que andando el tiempo serían dominantes lograron convencerse de que en el fondo todas las personas del mundo quieren convivir en paz y que por lo tanto todos los problemas pueden resolverse mediante negociaciones. Por tratarse de una postura muy atractiva en sociedades que envejecían con rapidez, muchos norteamericanos terminarían compartiéndola, de ahí la oposición creciente al belicismo atribuido a Bush y el deseo de muchos de que el próximo gobierno asuma una actitud más "equilibrada" -es decir, menos favorable a Israel- frente al embrollo del Medio Oriente. Será en parte por el temor a que Barack Obama, obsesionado como tendrá que estar por el desaguisado económico, decida forzarlos a dar concesiones que los hagan todavía más vulnerables de lo que ya son, que el gobierno israelí decidió que había llegado la hora para responder con vigor a las provocaciones constantes de Hamas.

El espíritu guerrero de tantos musulmanes ha planteado un desafío a los europeos tentados por el pacifismo, puesto que su versión del credo se basa en la noción de que, si ellos se desarman, todos los demás lo harán también. Para explicar lo que a su entender es una anomalía, imputan la violencia no occidental a los pecados cometidos en el pasado por europeos y hoy en día por los norteamericanos. A primera vista tal forma de pensar es muy pero muy humilde, pero sumamente arrogante porque niega al "otro" la capacidad para construir su propio "relato".

Nadie que se ha dado el trabajo de familiarizarse hasta cierto punto con la historia de los pueblos no occidentales podría suponer que antes de encontrarse con los europeos se caracterizaban por su índole pacífica y por el respeto que sentían por las diferencias. Han sido, y en muchos casos aún son, tan violentos, imperialistas e intolerantes como fueron los occidentales mismos en los períodos más truculentos de su historia. Por cierto, no son menores de edad dispuestos a reconocer la superioridad moral de los europeos aunque, desde luego, no vacilan en aprovechar los argumentos que esgrimen los intelectuales que se especializan en subrayar las deficiencias de sus propios compatriotas para reivindicar sus actos. En efecto, la virulenta propaganda anti-israelí que abunda en el mundo musulmán combina con los elementos coránicos tradicionales, los productos tanto del nazismo europeo como de la izquierda "antiimperialista" europea y norteamericana actual, para la cual Israel es un calco del Tercer Reich. Si bien la mayoría de los occidentales no iría tan lejos, en muchas capitales tiende a cobrar fuerza la ilusión peligrosa de que si no fuera por la existencia de Israel el terrorismo islámico se extinguiría pronto, o sea, que para eliminarlo hay que apaciguar las organizaciones responsables de fomentarlo dándoles lo que están pidiendo.

Así, pues, Israel corre el riesgo de verse abandonado por quienes en buena lógica deberían ser sus aliados más firmes, pero puesto que sus líderes entienden mejor que los europeos o norteamericanos la mentalidad de sus enemigos mortales, harán todo cuanto les parece necesario para defenderse aun cuando como resultado su país quede cada vez más aislado de la llamada "comunidad internacional".