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La degeneración de la política | ||
Puede que la muerte del intendente de la localidad santafesina de Vera, Raúl Seca Encina, un vecinalista de origen radical que fue baleado por el dirigente peronista Héctor Tregnaghi cuando bajaba de su auto frente a una emisora de tevé, no fuera un "crimen político" en el sentido habitual, ya que costaría creer que hoy en día cualquiera supondría que le convendría eliminar así a un rival, pero no cabe duda de que nos dice mucho acerca de la cultura política en muchas zonas del país. En virtualmente todos los niveles se ve contaminada por los negocios, ya que son muchos los dirigentes que esperan aprovechar su proximidad al poder para aumentar su propio patrimonio. Los peronistas parecen ser llamativamente proclives a caer en la tentación así supuesta -y también de echar mano a la violencia, de ahí la conducta cada vez más truculenta de miembros de la rama sindical-, acaso porque andando el tiempo el movimiento se ha visto vaciado de principios debido a la inclusión de individuos procedentes de una variedad extraordinaria de corrientes ideológicas que sólo comparten la misma vocación de poder. En política como en otros ámbitos, el exceso de pragmatismo lleva al abandono no sólo de convicciones sino también del respeto por el prójimo. En demasiados distritos, quienes aspiran a ser intendente o por lo menos concejal están motivados casi exclusivamente por la voluntad de conseguir contratos para construir obras públicas o permisos para operar salones de juego. En el caso de Tregnaghi, se trataba de su deseo de reabrir un hipódromo que había sido clausurado por la municipalidad encabezada por Seca "por no tener los papeles en regla". O sea que fue cuestión de un conflicto de intereses materiales que, por desgracia, es bastante típico de la política municipal en buena parte del país. Según parece, Tregnaghi, como tantos otros integrantes de la clase política vecinal, por llamarlo de algún modo, tenía la costumbre de llevar armas y en diversas ocasiones amenazó de muerte a los que se animaron a contrariarlo, entre ellos a quien sería su víctima. En las elecciones municipales más recientes perdió la intendencia ante Seca por apenas 200 votos; con toda seguridad cree que de haber ganado hubiera florecido en seguida el negocio que le suponía el hipódromo. Al fin y al cabo, escasean los intendentes que tolerarían que algo tan despreciable como un reglamento local los hiciera perder dinero. Huelga decir que los dirigentes municipales distan de ser los únicos que suelen combinar la militancia política con los negocios. También lo hace el ex presidente Néstor Kirchner, nada menos. Al agregar varios millones de dólares a su patrimonio ya abultado comprando terrenos por 50.000 dólares en Santa Cruz para entonces venderlos por 2.400.000, el esposo de la presidenta actual legitimó lo que en el resto del mundo democrático es una forma de conducta totalmente reñida con la ética. Al fin y al cabo, en todas las latitudes se entiende por corrupción el empleo del poder político por parte de quienes lo tienen para conseguir dinero contante y sonante. En vista del gusto manifiesto de Kirchner por los negocios dudosos, no es del todo sorprendente que conforme a Transparencia Internacional la Argentina sea considerada uno de los países más corruptos del planeta. Además de contribuir a la fiebre comercial que parece haberse apoderado de una proporción creciente de la clase política nacional, los Kirchner han ayudado mucho a impulsar la industria del juego al privilegiar a empresarios vinculados con su "proyecto". Gracias en buena medida a los esfuerzos del gobierno, en todo el país están multiplicándose las bien llamadas máquinas tragamonedas y otros aparatos que sirven para enriquecer a algunos, sobre todo los dueños, y depauperar a otros, lo que ha motivado protestas de dirigentes opositores y autoridades religiosas. Por tratarse de una actividad que desde siempre está relacionada con el delito -los criminales profesionales entienden muy bien lo fácil que es aprovechar en beneficio propio las debilidades de los demás-, la transformación de la Argentina en una suerte de paraíso para los apostadores no puede ser ajena a la ola de violencia salvaje que está afectando a tantas ciudades ni a la irrupción reciente de los temibles cárteles de la droga mexicanos y colombianos. | ||
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