Los líderes comunistas chinos acaban de celebrar el trigésimo aniversario de la decisión del en aquel entonces presidente Deng Xiaoping de reemplazar las inservibles teorías económicas marxistas por otras propias del capitalismo. Los resultados del "experimento" que comenzó en 1978 han sido tan exitosos que economistas prestigiosos prevén que dentro de poco China ostentará el producto bruto nacional más grande del mundo, superando el de Estados Unidos. Aunque es posible que hayan acertado quienes piensan así, ya que con una población más de cuatro veces mayor a la norteamericana le sería suficiente alcanzar un ingreso per cápita que sea levemente menor que el de la Argentina actual, antes de lograrlo China tendría que superar una multitud de dificultades. Por lo demás, tendría que hacerlo muy pronto: una consecuencia del control férreo de la natalidad practicado por el régimen desde los días de Mao Tse-tung ha sido una sociedad en vías de envejecer que pronto tendrá un perfil democrático parecido a aquel de países europeos como España e Italia pero carecerá de los recursos necesarios para mantener a centenares de millones de jubilados.
Hace apenas algunos meses, muchos alarmados por la crisis financiera que estalló en Estados Unidos y casi inmediatamente cruzó el Atlántico para afectar a Europa se consolaban con la idea de que China pudiera asumir el papel de locomotora mundial debido a las ingentes reservas monetarias que había acumulado en los años del boom. Por desgracia, ya es evidente que se trataba de una ilusión. Si bien se prevé que en el 2009 la economía china seguirá creciendo a un ritmo que otros países envidiarían, el 7,5% anual vaticinado no bastaría para impedir que muchos pierdan el empleo, lo que plantearía el riesgo de que se produjeran disturbios en gran escala. Y, si se reduce todavía más, los problemas se multiplicarían. Pese a los esfuerzos implacables de la dictadura de asegurar la paz social, los tumultos atribuidos a las tensiones causadas por el desarrollo industrial vertiginoso ya son comunes en China, de suerte que es lógico que las autoridades se sientan preocupadas por lo que podría suceder. Al fin y al cabo, desde que Deng dio la espalda al comunismo económico, la legitimidad del régimen no descansa en su fidelidad a los textos sagrados marxistas sino en su capacidad para asegurar el bienestar material de una proporción cada vez mayor de los más de 1.300 millones de habitantes del país.
El talón de Aquiles de China consiste en su dependencia de las exportaciones industriales, o sea, en la voluntad de los norteamericanos, europeos y otros de consumir cuanto producen sus fábricas. Aunque el gobierno ha anunciado un paquete gigantesco de estímulo destinado a impulsar el consumo interno, sólo se trata de paliativos ya que es imposible que los chinos mismos sustituyan a los consumidores del resto del mundo. En cierto modo, la situación de China se asemeja a la de Alemania, otro país cuyos líderes creían que sería menos afectado por la crisis que Estados Unidos y el Reino Unido porque a diferencia de ellos la parte más dinámica, y más competitiva, de su economía se basaba en la producción de cosas tangibles. Mal que les pesara a los alemanes, y a los chinos, para ellos el impacto de la crisis podría ser aún más fuerte si provocara el cierre en cadena de una serie al parecer interminable de fábricas y las empresas que las proveen de insumos. Los países que apostaron a la industria también enfrentan el peligro de que debido a la crisis muchos gobiernos opten por medidas proteccionistas. Aunque hay un consenso general de que el regreso del proteccionismo sería un desastre para la economía mundial, son muchos los países, entre ellos el nuestro, en los que el gobierno no vacilará en anteponer los intereses locales a los del conjunto. Si la próxima administración norteamericana de Barack Obama cayera en la tentación proteccionista como quisieran muchos miembros influyentes del Partido Demócrata, en especial los vinculados con los sindicatos, China sería el país más perjudicado, lo que por cierto no contribuiría a hacer más manejables las fuertes pasiones nacionalistas de sus habitantes que ya se sienten molestos por la tendencia del resto del mundo a luchar contra "la invasión" de sus mercados por productos chinos.