Un ángel evoca transparencia, blancura, bondad, paz. Así es, con los Ángeles Claros. Pero están los Ángeles Sombríos, y es de importancia vital reconocerlos y combatirlos, porque se acerca la Navidad y si la diferencia no se nota, la Fiesta es sólo una fiesta.
Según parece, son Emisarios de Dios para llevarse el alma, destruyendo el cuerpo; y el porqué Él lo permite está más allá de la comprensión humana. Hay quienes, no obstante, escribieron hace mucho que estos Emisarios son parte de un círculo místico, necesario y tan importante como los Claros. Eso dicen los Esenios, una antigua comunidad (cuyos testimonios guarda la Iglesia bajo siete llaves); que reivindican a Judas Iscariote por eso mismo y el revolucionario Lutero no se metió con ellos, antes bien, fueron sus mejores agentes para instalar la libertad de conciencia que necesitaba el liberalismo triunfante.
Haga cada cual lo que quiera; yo he de dar testimonio de lo que sé de ellos y de cómo actúan, de forma de poder combatirlos -si tal batalla se considera aceptable- y quizás, temporalmente, vencerlos.
A su manera, son brillantes, deslumbrantes de un modo duro, oscuro. Sus pasos son seguros, sus suelas y tacos retumban y dejan ecos: ¡soy Yo! Llegué para cambiar tu vida en muerte, pero no lo sabes porque confías en mí, en mi ciencia o en mi compasión; tal ocurre con los que están a su merced.
Su lenguaje es tecnológicamente eficaz, sus palabras son complicadas y salen de sus labios con facilidad, con cierto tono condescendiente: ya blandiendo un escalpelo o una aguja, ya una ametralladora o apretando un botón, el ser que yace bajo ellos, en una camilla, en el pequeño círculo de cuerpos negros o blancos débiles y hambrientos y afiebrados y acorralados, siente su poder, confía en ellos; se entrega a ellos. Cuando están a contraluz de hirientes focos de quirófanos, de habitaciones más o menos impolutas, o los enmarca un implacable resplandor de sol o de llamas, su negrura no es un efecto óptico. Son Ellos, los Sombríos.
Ángeles Sombríos, Emisarios del Altísimo, reconocibles también por su absoluta arrogancia, su soberbia aplastante, su falta de humildad para reconocer que no pueden -o no quieren- con lo que yace bajo ellos, confiando, desconfiando, luchando con un virus o con la hambruna.
Veces hay que el Emisario es un Claro. Llega cuando todo lo posible se ha hecho, con valor, con humildad y aún así acontece el día y la hora, y el alma siente su presencia brillante de luz traslúcida, esa que se lleva el espíritu en paz. Si, veces hay.
No son ellos el motivo de este testimonio.
¿Por qué tan definitiva, brutal diferencia de Emisarios? ¿Cuál es la culpa de quien yace, si hay alguna? No hay culpa. Un implacable azar -hecho de miles de pequeñas decisiones fácilmente reconocibles cuando la batalla ha terminado y el alma es arrebatada-, opera más allá de la voluntad humana, tanto que más de una vez los deudos dicen gracias doctor, usted ha hecho todo lo posible y él, sólo él, en su rol de Ángel Sombrío, sabe cuánto miedo anida tras su arrogancia, cuánta vanidad impide admitir "yo no sé, alguien mejor preparado lo sabe, busquémoslo", o "yo obedecía órdenes".
Y diré cuál es la forma mejor de combatirlos luego de que su presencia se ha revelado: confróntalos, bájalos de su pedestal de poder, patea puertas, duda, duda, duda, actúa con firmeza porque el Sombrío resistirá.
Y si aún así ha vencido, si el Emisario ha cumplido -aún sin saber que lo es-, tu remedio es el perdón.
Sí, el perdón. Eso los pulveriza, los derriba de su pedestal sombrío. Bien lo sabían Cristo y Teresa de Calcuta y Gandhi y Luther King, y varios de estos seres superiores recibieron como respuesta el odio y la burla. Algunos, muy pocos, el respeto.
Porque debes preguntarte, siendo la sinceridad tu espejo, si has sido, si eres, si serás un Ángel Sombrío, cuándo tu silencio o tu palabra o tu ausencia o tu presencia hicieron volcar el reloj de arena en tiempo de descuento para alguien. Porque es sabido que no puede haber Emisario sin aceptación. Enmascarada o no.
Así que si quieres que la Navidad anunciada por un Ángel Claro sea la Fiesta y no una fiesta, te ruego que dejes ese grotesco señor gordo rojo carcajeante cargado de regalos y pongas en primer plano de tu alma y tu familia al Niño y su madre y su padre y esos animales y escuches el mensaje de Gabriel, el Claro.
MARÍA EMILIA SALTO
bebasalto@hotmail.com