A principios de setiembre se publicó un nuevo libro de Thomas L. Friedman, ganador de un Premio Pulitzer y columnista habitual del "New York Times", cuyos títulos aluden a la Tierra y casi expresan sintéticamente su contenido: "Caliente, plana y atestada: por qué necesitamos una revolución verde, y cómo ella puede renovar a América". La médula del libro se refiere a su propio país, aunque las connotaciones son amplias para el mundo.
Antes de las elecciones presidenciales y de la aguda situación que sobrevino en el ámbito de los negocios, el autor denunciaba que su país estaba en medio de una crisis sin precedentes y de múltiples dimensiones, políticas, económicas, sociales y culturales. Y que entre los problemas más acuciosos y deletéreos estaba el de la energía: la necesidad de transformar rápidamente el sistema energético sustituyendo los combustibles fósiles ("combustibles del infierno") por energías limpias ("combustibles del cielo") para aliviar al planeta del sobrecalentamiento y hacer a América más saludable y rica, productiva y segura. Oportunidad y desafío. Así como antes -decía- nos inventamos a nosotros mismos como el poder industrial mayor de Occidente y luego como la más potente sociedad de la información, debemos inventarnos como "the greenest country" (el país más verde) entre todos los del mundo. Del modo como nos propusimos poner un hombre en la Luna en diez años y lo hicimos -continuaba-, los estadounidenses necesitamos ahora un nuevo proyecto nacional, proponiéndonos como objetivo de nuestra generación "una fuente de electrones abundantes, limpios, confiables y baratos que posibilitarían al planeta crecer de un modo que no destruya los hábitats naturales intocados todavía".
Y, según él, la razón por la cual podrían hacerlo era que la sociedad norteamericana mantiene vigorosa una bendición única: su enorme reserva de talento y creatividad, una incontable legión de innovadores y empresarios que proponen cada semana nuevas fórmulas para fabricar energías limpias, nuevos enfoques sobre la educación, nuevas ideas sobre cómo reparar algo en un país que desesperadamente necesita rectificaciones y cambios. Su país, señala, que "está todavía reventando de creatividad desde abajo".
Claras ventajas, ganancias claras. Estados Unidos lideraría otra vez al mundo en la misión estratégica y relativa a valores más importantes de nuestros días. En camino de conversión hacia una "economía verde", los demás países querrán emularlo voluntariamente. Cuando en diciembre del 2009 se negocie en Copenhague un nuevo acuerdo mundial sobre el clima, una América decidida a ser "verde" se convertiría en más valiosa que cincuenta protocolos de Kyoto. Porque la emulación es siempre más efectiva que la compulsión.
Un Nobel en el gabinete
Una noticia de los últimos días relativa al gabinete ambiental-energético que adelanta el presidente electo nos brinda como una especie de eco de lo que alguien llamó "Green fantasia" (fantasía verde") de Friedman: la designación de un relevante investigador científico dentro del gabinete que se está estructurando y en una tarea que es hoy más estratégica que nunca, la de secretario de Energía del nuevo gobierno de Estados Unidos.
El anuncio de la selección de Steven Chu, un físico que obtuvo el Nobel en 1997 y es actualmente director del Lawrence Berkeley National Laboratory, ha sido recibido con entusiasmo por ambientalistas y no poca preocupación en las empresas de la industria tradicional, por tratarse de un investigador que ha sido impulsor de ideas encaminadas a soluciones científicas para el cambio climático. Y no sólo eso. Lo ha hecho con absoluta determinación y claridad, según el criterio de que la innovación es tan o más importante que la regulación, y que los grandes problemas energéticos como la dependencia de combustibles fósiles no pueden ser solucionados sino a condición de masivas inversiones públicas y privadas en el desarrollo de tecnologías alternativas y energías limpias. No ha dejado de opinar, por otra parte, en términos negativos sobre los planes existentes sobre un vasto repositorio nuclear en Yucca Mountain, cerca de Las Vegas. Este hombre de 60 años -que confiesa orgullo de pertenecer a una familia china para la cual (como lo prueban múltiples lauros académicos de tres de sus generaciones) "la educación ha constituido su propia razón de ser"- tiene credenciales científicas y de gestión. Ha dirigido el Departamento de Física de Stanford, la investigación electrónica en los famosos Laboratorios Bell y desde el 2004 dirige los trabajos relativos a energía en Berkeley. En su biografía se resalta que en esta última responsabilidad ha realizado avances significativos en materia de biocombustibles avanzados, fotosíntesis artificial y energías solares, en tanto ha propuesto medidas enérgicas para el control de gases de invernadero.
Una nota de días pasados, publicada en el sector editorial del "New York Times", se titula "Obama´s Green Team" y encomia la selección de funcionarios que ha realizado el presidente electo para los sectores de Ambiente y Energía. Distante, sin embargo, de las ensoñaciones del libro de Thomas Friedman, señala las dificultades que ese equipo de lujo tendrá que superar, aunque espera que lo logre. Expresa que está claro lo que este equipo debe hacer: montar una fuerte ofensiva en relación con el cambio climático, diseñar un sistema energético más eficiente, investigar e invertir en una nueva generación de tecnologías transformativas. Pero ésas son tareas extraordinariamente complejas que deberán superar, aunque tengan el viento a favor de estos tiempos de cambios, duras resistencias de la industria y oposición de muchos en el Congreso.
HÉCTOR CIAPUSCIO (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Doctor en Filosofía