Miércoles 17 de Diciembre de 2008 20 > Carta de Lectores
El hereje entrerriano

En un rapto de honestidad que no es demasiado frecuente entre nuestros dirigentes políticos, el gobernador de Entre Ríos, Sergio Urribarri, señaló hace poco que "hasta el momento no se ha detectado" evidencia de contaminación en el río Uruguay que sea imputable a la papelera de la empresa finlandesa Botnia. Puesto que dicha planta funciona desde hace más de un año, esto quiere decir que su impacto ambiental ha sido escaso; por cierto, no ha sido suficiente como para justificar la campaña extraordinariamente agresiva en su contra de los asambleístas de Gualeguaychú o el apoyo que les brinda el gobierno kirchnerista que, por motivos netamente políticos, decidió hacer del asunto una "causa nacional". Como fue de prever, los comprometidos con la protesta ya institucionalizada reaccionaron con indignación frente a la declaración de Urribarri. Para ellos es una cuestión de fe, de suerte que los datos concretos son lo de menos; como suele suceder en circunstancias como éstas, creen que es deber de todos los hombres y mujeres de buena voluntad solidarizarse con ellos ya que a esta altura no importa tanto lo que efectivamente hace Botnia sino el destino de la protesta contra su presencia. Parecería que Urribarri no entendió esta realidad. El gobernador pensaba que, por haber resultado ser relativamente limpia la planta de celulosa, deberían levantarse los cortes, lo que sería lógico si no fuera por el hecho de que, para los asambleístas, poner fin a la campaña porque ya no sirve para nada significaría una derrota humillante.

La actitud asumida por el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ante una disputa que, de estar en lo cierto Urribarri, fue provocada por el alarmismo que es típico de ecologistas militantes convencidos de que merced al desarrollo económico el mundo va directo hacia una catástrofe de dimensiones apocalípticas, es apenas más racional que la de los asambleístas. Aunque a comienzos de su gestión Cristina dio a entender que prefería que se liberaran los puentes que nos unen con Uruguay, no quiere dar la impresión de ceder frente al presidente Tabaré Vázquez, el que por su parte se ha opuesto a la nominación de Néstor Kirchner como jefe de la Unión de Naciones Sudamericanas, la asociación burocrática más reciente de una larga serie que, se supone, ayudará a que los países de la región coordinen mejor sus respectivas estrategias económicas y geopolíticas. Si bien se trata de un puesto en buena medida honorario de poco prestigio, a Kirchner no le gusta en absoluto que otros mandatarios regionales como el peruano Alan García, el colombiano Álvaro Uribe y, sobre todo, el uruguayo Vázquez, no lo consideren la persona indicada para ocuparlo. Por eso, los Kirchner siguen apoyando a los militantes gualeguaychuenses; no les interesa su causa, pero están resueltos a aprovecharla para presionar a Vázquez.

El conflicto con Uruguay tuvo sus orígenes en la preocupación genuina de muchos entrerrianos por el eventual impacto ecológico de una enorme planta industrial frente a su costa, pero no tardó en adquirir características que no tienen nada que ver con la conservación del medio ambiente. Entrarían en juego temas como el prestigio de todos los dirigentes políticos, encabezados por los Kirchner y Vázquez, que por un motivo u otro optaron por intervenir. Por lo tanto, detalles como la gravedad relativa de la contaminación ocasionada -según parece, la planta es llamativamente más limpia que las que se encuentran en nuestro país- o la hipotética infracción de algunas pautas jurídicas por parte de las autoridades uruguayas o argentinas pesan mucho menos que la voluntad natural de todos los participantes de defender sus propias imágenes. Por lo pronto, el ganador en esta contienda ha sido Vázquez, pero puesto que los Kirchner nunca aceptarían que cometieron un error al negarse a impedir que los cortes se eternizaran, provocando daños cada vez mayores no sólo a la economía uruguaya sino también a la de Gualeguaychú y zonas cercanas, además de llevar al enfrentamiento malhumorado de dos gobiernos "progresistas" que se imaginaban ideológicamente afines, lo probable es que tengamos que esperar hasta diciembre del 2011 para que por fin la Argentina y Uruguay hagan un esfuerzo auténtico por reconciliarse.

Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí