Como señala el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, la globalización económica avanza más de prisa que la globalización política. No se han creado a escala internacional instituciones globales democráticas que puedan gestionar los problemas que la misma globalización ha provocado. Las consecuencias están a la vista. La crisis financiera que se ha desatado es, en el fondo, consecuencia de la ausencia de un sistema de gobernanza global, de la falta de un mínimo gobierno mundial.
En el marco del Estado-nación, el mercado no actúa en un vacío institucional. Existe una infraestructura física (vías de comunicación y redes para la provisión de servicios), jurídica, educativa, tecnológica, financiera, ambiental y social. Esta infraestructura no puede ser provista por ninguna empresa particular ni orientada con base exclusivamente en las señales del mercado. Sólo el Estado está en condiciones de suministrarla.
El entramado legal que garantiza la independencia del sistema judicial fija los derechos de propiedad, el valor de los contratos y los mecanismos para la dilucidación de las diferencias o regula los sistemas de información está restringido todavía al plano nacional. No existen mecanismos equivalentes a escala internacional o los que hay son todavía muy incipientes. La consecuencia es que en el plano internacional las fuerzas que operan en el mercado están liberadas de los mecanismos de contención que juegan en el plano nacional.
El problema se ha visto agravado por el modo en que se ha gestionado la globalización. El enorme peso y la influencia de Estados Unidos han permitido que la globalización se estructurara bajo la injerencia del modelo liberal anglo-americano. La consecuencia ha sido que se priorizaran los valores materiales sobre otros como el medio ambiente, la preservación del empleo y la erradicación de la pobreza.
Por otra parte, la globalización ha socavado la democracia, al restar capacidad a los ciudadanos para participar en la toma de decisiones sobre cuestiones que afectan su bienestar.
Un claro ejemplo de lo que decimos se relaciona con la inusitada dimensión que ha tomado la actual crisis financiera. Los grupos corporativos de las grandes finanzas nucleados en Wall Street consiguieron que el Fondo Monetario Internacional ejerciera enormes presiones sobre los países en vías de desarrollo para que liberalizaran los flujos de capital. La liberalización del mercado de capitales facilitó la libre circulación de dinero a corto plazo, caliente, especulativo. Esta liberalización no ha conducido a un mayor crecimiento sino a una mayor inestabilidad, como ahora se pone en evidencia.
A largo plazo el mundo se enfrenta a un peligro aún mayor: la sostenibilidad medioambiental. Si no se consigue reducir el calentamiento del planeta mediante la reducción del gasto de energía, nos enfrentaremos a un desastre irreversible. Estados Unidos sigue siendo el mayor emisor de gases con efecto invernadero, pero la incorporación de la India y China a la sociedad industrial ha aumentado el uso de energía y en el largo plazo el medio ambiente no puede resistir este incremento.
Hay toda una serie de bienes públicos globales que deberían ser provistos por la comunidad internacional: en primer lugar, la paz mundial. Pero, además, la protección del medio ambiente, la sanidad global, la regulación de los desestabilizadores flujos financieros y la creación de órganos judiciales de ámbito global para garantizar la aplicación de las leyes internacionales, entre otros.
Existe consenso global en reconocer que ninguna nación, por poderosa que fuese, tiene ya capacidad para adaptar el mundo a sus intereses. Por consiguiente, la globalización política ha de ser consecuencia del acuerdo entre iguales y debe basarse en el imperio de la ley a escala internacional. Hay que desarrollar instituciones democráticas globales para que la globalización funcione.
Hasta ahora, la globalización ha sido gestionada de acuerdo con los intereses de los países más desarrollados o, para ser más exactos, de algunos grupos corporativos de esos países. Pero esa forma de gestión ha fracasado. Es necesario dar un fuerte golpe de timón y conseguir una gestión de la globalización más justa, que contemple todos los intereses en juego: el interés del conjunto de los pueblos del mundo pero también el de las generaciones futuras, para las que debemos preservar los recursos no renovables del planeta.
Existen cosas demasiado importantes para dejarlas sometidas a la lógica cortoplacista del beneficio.
ALEARDO F. LARÍA
(*) Abogado y periodista