Viernes 12 de Diciembre de 2008 20 > Carta de Lectores
Autos sagrados

Los automóviles son peligrosos: según la Organización Mundial de Salud, todos los años mueren en accidentes de tránsito más de 1.200.000 personas y son heridas aproximadamente 10 millones, a un costo estimado de 520.000 millones de dólares. También son sucios: hacen un aporte muy significante a la contaminación ambiental que supuestamente preocupa a todos los gobiernos del planeta. Y en Estados Unidos y otros países avanzados su ubicuidad ha tenido un impacto social perverso, al impulsar el reemplazo de comunidades coherentes por semidesiertos suburbanos alejados de los viejos centros cívicos -muchos de los cuales han degenerado en zonas apenas habitables dominadas por delincuentes-, en que la falta de transporte público contribuye a la atomización. Así las cosas, el que debido a la crisis económica haya caído la venta de automóviles no es necesariamente una mala noticia pero, bien que mal, es tan importante el papel de la industria automotriz en las economías modernas que en todas partes los gobiernos están procurando ayudarla. Mientras que en nuestro país acaba de anunciarse un programa de créditos que, se espera, servirá para que quienes estén en condiciones de hacerlo elijan comprar un modelo cero kilómetro, en Estados Unidos el presidente electo Barack Obama se afirma dispuesto a rescatar a los tres grandes de Detroit, General Motors, Ford y Chrysler, porque a su entender permitir que se hundan "no es una opción". En Europa, la reacción de los gobiernos ha sido similar: ellos tampoco quieren que desaparezcan sus empresas automotrices principales. E incluso en el Japón, el país cuyas empresas son, para desesperación de las norteamericanas y europeas, las más competitivas, el gobierno tendrá que actuar para que no queden en desventaja frente a rivales subsidiadas con dinero público.

El desafío más difícil es el enfrentado por Obama. A diferencia de las empresas automotrices de Europa y el Japón, los problemas enfrentados por los tres grandes no son coyunturales sino estructurales. Ya antes de estallar la crisis financiera, estaban perdiendo trozos cada vez mayores del mercado en su propio país por concentrar su producción en modelos que pocos querían comprar. Consciente de esta realidad, el próximo presidente estadounidense ha criticado con acerbidad a los directivos de las empresas que desde hace meses están procurando persuadir, hasta ahora sin demasiado éxito, a los legisladores de prestarles decenas de miles de millones de dólares para que puedan seguir funcionando, advirtiéndoles que a cambio de la ayuda pública tendrían que emprender reformas profundas, entre ellas la supuesta por una baja salarial para los acostumbrados a ganar varios millones de dólares anuales. Por lo demás, Obama insiste en que General Motors, Ford y Chrysler modifiquen radicalmente sus productos para que consuman menos nafta y emitan menos gases tóxicos.

Las reformas brindarían los resultados deseados si como consecuencia las empresas de Detroit lograran fabricar autos claramente superiores a los japoneses a un precio inferior, pero no hay garantía alguna de que lo hagan. Es por eso que Paul Krugman, un partidario declarado de Obama que este año ganó el premio Nobel de Economía, prevé la eventual desaparición del sector automotor de su país. Es probable que su pronóstico pesimista resulte acertado. Por tratarse de una industria cuya tecnología puede exportarse con facilidad, parece virtualmente inevitable que la producción de automóviles siga trasladándose a países de salarios más bajos que los habituales no sólo en Estados Unidos sino también en Europa occidental y el Japón, lo que favorecerá tanto a China como a países de la Europa ex comunista como Polonia y Eslovaquia, además, claro está, a los de América Latina. Aunque el proceso así supuesto está en marcha desde hace mucho tiempo, los países ricos todavía no han logrado asegurar empleos igualmente bien remunerados a los obreros que ganaban ingresos envidiables trabajando para las industrias que han migrado a distintas partes del Tercer Mundo. Todo hace prever que el problema mayúsculo así planteado se agravará mucho en los años próximos y que gobernantes como Obama procurarán atenuar sus efectos con medidas proteccionistas que incidan de forma negativa en la relación de los países avanzados con el resto del mundo.

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