Es notorio en el último tiempo el esfuerzo del gobierno municipal por mostrarse dinámico e hiperactivo. En ese trance ha comprobado con cierta contrariedad que no basta con asimilar las demandas, elaborar planes, comprometer futuras inversiones y exponerlas en público. La sociedad local, para disgusto de las autoridades, arrastra un escepticismo estructural que la lleva a tomar distancia y desdeñar ese despliegue de energía.
El intendente Marcelo Cascón y sus colaboradores vienen de aportar abundantes titulares con iniciativas a desarrollar en breve como la refuncionalización de la calle Mitre, el plan de saneamiento ambiental de Catedral, un nuevo impulso para plan de asfaltar 150 cuadras, las cloacas para barrio Las Victorias, la exigida y esperada repavimentación de Bustillo y hasta un proyecto de "autovía" en el acceso Este, que financiaría el Banco Mundial.
No faltaron tampoco la reiteración de compromisos para revisar el aumento de las tasas y resolver el problema del transporte.
El énfasis puesto por los gobernantes fue compartido por el poder económico local, que acompañó las últimas gestiones en Viedma y también exhibió interés en que la prensa refleje esa mancomunión, que alumbró importantes logros.
En la función pública la credibilidad es un capital que acumula a paso lento, con el agravante de que el vecino desfraudado (y no le faltan razones) tiende a ver a la clase política como un todo indiviso.
Cascón se mostró algo molesto por la menguada repercusión de sus anuncios y enfrenta problemas para convencer a sus interlocutores de que el gobierno que encabeza es distinto a todo lo anterior.
Lleva seis meses de gobierno y tiene, desde ya, más crédito que si estuviera a punto de terminar su mandato. Pero más allá de las buenas intenciones, le toca penar con el lastre de las promesas incumplidas, que se superponen como capas geológicas.
Dada la actual situación, la gimnasia del anuncio -por más adornos que traiga- es vana e irritante. ¿Qué hacer entonces para restaurar la confianza?
Una administración municipal como la barilochense, de economía deprimida y dependiente, está expuesta a encarar obras sólo con dinero ajeno. El trajín de pedir y tramitar en la metrópoli también desgasta. Especialmente porque las más de las veces las obras son un premio a la lealtad y no dependen de la necesidad de los beneficiarios.
El intendente insiste en reclamar "tiempo" para mostrar resultados y está convencido de que tapará la boca de los agoreros.
Una conducta a explorar podría ser la de no informar sobre los proyectos hasta que estén realmente en ejecución. Inaugurar más y prometer menos ayudaría a descomprimir la sensación de que todo en el municipio es lento y trabajoso, que las soluciones nunca aparecen en el plazo fijado y por parto natural.
Por empeñoso y bienintencionado que se muestre, el actual gobierno también carga con su mochila de compromisos postergados. Entran allí la indefinición sobre el destino del basurero y la anemia de soluciones para el problema habitacional.
También está en deuda con el sinceramiento presupuestario y con la revisión de la injusta reforma tributaria que heredó del gobierno anterior. Cascón dice ahora que pretende ver cómo funciona la nueva tasa de Servicios en su totalidad (ya que el incremento del 168%, con nueva zonificación, fue aplicado en forma gradual) y recién entonces estudiará posibles cambios.
El argumento suena endeble, porque la iniquidades ya eran evidentes desde el mismo día que la ordenanza fue sancionada. Un gobernante dedicado debió llegar al gobierno con alguna idea más acabada sobre la crucial cuestión, a fin de ahorrarle aumentos de hasta el 500% a muchos obreros y jubilados de barrios humildes y corregir sin demora la alícuota de los comercios y empresas, que siguen pagando cifras irrisorias.
Así las cosas, no sorprende que los representados opten por la distancia y el descreimiento. Como le hubiera pasado a cualquier otro en su lugar, al actual gobierno le resultará arduo cimentar una mística distinta.
Frente a los anuncios de alto impacto, la reacción del vecino común puede pasar por el entusiasmo y el aplauso, la simple indiferencia o hasta el rechazo hastiado. Hoy esta última es la escena más frecuente.
Los actuales mandatarios de la comunidad deberían preguntarse por qué culpas, propias o ajenas, las cosas llegaron a este punto. Lejos de ser subversivo o destituyente, el descreimiento popular le pone al gobierno un poquito de presión. Y está muy bien.
DANIEL MARZAL
dmarzal@rionegro.com.ar