Cuando usted hace un viaje y después le preguntan ¿y? ¿cómo te fue?, dígame si no se pone difícil. La racionalidad indicaría un curso cronológico, o un "bien", y se complica porque quien pregunta está con cierta ansia, apura: ¿visitaste a tal, fuiste a ese lugar, cómo los trataron, y qué tal el hotel, viajaste bien?, en fin?
Yo parto de una enorme ventaja: usted no está ansioso o ansiosa por saber nada, puesto que ni sabe que viajé, probablemente.
De modo que haré lo que aparece cuando pienso en el viaje que hice a Buenos Aires con un grupo de jóvenes -y no tanto, pero todavía sí - a cumplir una muy interesante agenda relacionada con la finalización del "Curso para la formación de líderes comunitarios": esto es, compartir flashes, momentos, percepciones que, creo, es lo que no olvidaré como me pasa con los nombres y fechas.
Suponga que está en el piso superior del Cabildo (ése que recortamos y pintamos en la primaria). A su espalda, un imponente escritorio de madera labrada con tres sillas que ya las quisiera yo, y un cuadro igualmente imponente de la Primera Junta de Gobierno. Entonces usted queda mirando por una ventana verde, con rejas negras y su vista da, directamente, a la Casa Rosada. Al pórtico principal de la Casa de Gobierno. Y usted (en adelante, yo) siento que soy un puente de carne y sangre y memoria, elongándose desde un centro de poder del pasado al centro del poder del presente y moriría en el intento, quebraría en mil pedazos si en medio no hiciera un alto apenas perceptible pero eficaz porque los separa la Plaza de Mayo, y entonces piso con un segundo histórico de 1810 a 1.982, a una enorme carpa celeste y blanca que dice "Malvinas para siempre" y atrona una voz enronquecida que se cuela por los densos muros del otero en que me encuentro.
Fue ese día. Por lo que sabemos, esa plaza hizo puente con la historia ya con carpas docentes, ya con jubilados, ya con multitudes aclamando al General - al triplemente presidente y al de facto por un tiempo -, así que siempre que el flash me vuelve a lo que realmente viví puedo intercambiar descansos en el puente, ese puente de tanto poder.
Ahora estoy en el Museo de Casa de Gobierno, un costado de la Rosada. Y el flash es de alto impacto: tengo que alejarme, levantar la cabeza para contener el cuadro, el famoso cuadro del presidente Juan Domingo Perón y su señora esposa, ambos de gala, ambos sonrientes, triunfantes. Y entonces recibo un golpe emocional no menor: como hecho por un estilete, una raya blanca cruza (hiere) cada ojo de Evita y otra cruza (corta) su cuello. Casi siento el dolor, quizás porque cualquiera sabe la historia de profanaciones sobre este cuerpo exiliado y ahora esa huella es otro puente entre la prolijidad de objetos de presidentes y aquella realidad pretérita llena de odio y amor, por partes iguales. Le pregunto a la amable guía, ¿y qué le pasó a ese cuadro? Es obvio que no lo sabe. Especula que esa parte tuvo filtraciones y quizás una escalera rozó justo el rostro... pero eso no es un raspón, le digo. Eso está hecho a propósito. Pero lo vamos a restaurar, ya está previsto, me tranquiliza. O no.
Ultimo flash. En el recinto de senadores, hay dentro de un mueble de hermosa madera y grueso vidrio, el ejemplar primero de la Constitución Nacional. Enorme, de cuero marrón. Y al costadito en un letrero dice: "primer ejemplar de la Constitución Nacional. Reencuadernado en mayo de 1.976". ¡Mayo del ´76, plena dictadura! ¿No es una magnífica ironía? Los mismos que pisotearon la Constitución restauraron su símbolo, quizás evaluando "¡estos políticos! Ni cuidaron la Constitución". O la abrieron de pura curiosidad morbosa y se les rompió el delicado papel y por las dudas en un hipotético futuro (tuvieron razón) el asunto iba a dar que hablar. Bueno? da que hablar igual.
Ah. Por supuesto que me hice sacar una foto con el famoso cuadro a mis espaldas. Si de algo sirve, en mi frondosa imaginación le doy mis ojos y mi cuello a la Señora, restauro yo la afrenta, casual o causal. Y otro día le contaré más flashes.