Como ha sucedido con demasiada frecuencia en nuestra historia política, hoy en día las diferencias ideológicas o programáticas importan mucho menos que la actitud de cada uno hacia una sola persona, en este caso el ex presidente Néstor Kirchner, que a pesar de no desempeñarse en ningún cargo oficial es la figura dominante del gobierno nacional. Diez años antes el entonces presidente Carlos Menem polarizaba el país pero, aunque sus adversarios denunciaban la corrupción y la frivolidad excesiva que en su opinión lo caracterizaban, muchos también se oponían por principio al "modelo económico" y a la relación estrecha con Estados Unidos. En la actualidad pocos se afirman contrarios al "modelo" como tal, pero abundan los políticos y otros que creen que Kirchner es un autócrata corrupto e inepto obsesionado por el poder y que por lo tanto hay que frenarlo antes de que provoque daños irreparables a las instituciones nacionales. Asimismo, se teme que debido a su manejo caprichoso de la economía la Argentina esté entre los países más perjudicados por una crisis internacional gravísima que apenas se ha iniciado. En cuanto a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, cuyo estilo didáctico es para muchos todavía más urticante que el de su marido, la mayoría parece estar convencida de que su gestión sería mucho mejor si lograra alejarse de la influencia de quien de acuerdo común toma todas las decisiones significantes.
El que una vez más la política nacional gire en torno a la personalidad de una figura determinada es un síntoma inequívoco de decadencia. La gran diferencia entre las sociedades democráticas modernas y las del pasado o las aún atrasadas consiste en que en aquéllas priman instituciones, entre ellas las organizaciones partidarias, y en éstas todo depende de la voluntad de un individuo o los miembros de una sola familia. Aunque nuestro país cuenta con todas las estructuras típicas de una democracia moderna, funcionan de manera tan defectuosa que a un caudillo de ideas tradicionales puede resultarle fácil pasarlas por alto para gobernar como un dictador. Para que ello ocurra, sólo necesita el respaldo incondicional de los funcionarios más jerárquicos y de una cantidad suficiente de simpatizantes en el Congreso. Aunque en ocasiones algunos legisladores oficialistas se han rebelado contra el autoritarismo de Kirchner, la mayoría sigue anteponiendo "la lealtad" para con su jefe a sus deberes institucionales, motivo por el que el gobierno pudo recuperarse parcialmente luego de la derrota parlamentaria que experimentó cuando intentó apropiarse de las ganancias del campo. Todavía más serviles, si cabe, han resultado ser los integrantes del gabinete, los secretarios y los subsecretarios. Es notorio que Kirchner, el hombre fuerte del gobierno de su mujer, no tolere el disenso, razón por la que tantos proyectos de ley confeccionados por el Poder Ejecutivo se han caracterizado por la improvisación, lo que no es sorprendente ya que son productos del apuro de dos o, a lo sumo, tres personas que a menudo no entienden muy bien los problemas que se proponen solucionar.
Estamos acostumbrados a las antinomias, como el conflicto prolongado entre peronistas y antiperonistas que se vio seguido por versiones menores como las que se dieron entre los menemistas y los antimenemistas y, últimamente, los comprometidos con los Kirchner y quienes no los soportan. A diferencia de lo que suele suceder cuando se trata del enfrentamiento de proyectos políticos distintos, las luchas contra caudillos raramente sirven para generar propuestas alternativas auténticas. Puede argüirse que en ciertas circunstancias el problema más urgente del país consiste en el poder desmedido de un individuo particular que no vacila en pisotear las reglas formales al subordinar todo a sus propios intereses personales, pero no bastará con poner fin al unicato así supuesto para que el país se recupere. Convendría que, además de saber lo que no quieren, las fuerzas opositoras que aspiran a reemplazar al gobierno de los Kirchner elaboraran a tiempo un programa de gobierno que sea coherente y realista en términos políticos. Caso contrario, el eventual colapso del kirchnerismo marcaría el comienzo de otro período frustrante signado por la confusión.