| Aunque en una oportunidad se le ocurrió al entonces presidente Néstor Kirchner tratar de convencer al resto del mundo de que la Argentina era un país pionero en todo lo relacionado con la defensa del medio ambiente, la verdad es que ni su gobierno ni sus antecesores tomaron el asunto demasiado en serio. De no ser por las presiones de los lobbies ecológicos tanto locales como internacionales, sería muy poco probable que existiera la Secretaría de Medio Ambiente puesto que, si funcionara como es debido, ocasionaría una multitud de dificultades a gobernadores provinciales, a intendentes municipales -en especial a los del fétido conurbano bonaerense- y, huelga decirlo, a aquellos empresarios que desde hace muchos años están acostumbrados a utilizar las zonas cercanas a sus fábricas como basureros. Así las cosas, fue un tanto injusto atribuir la defenestración de Romina Picolotti a su incapacidad manifiesta para convertir la Argentina en un dechado de limpieza ambiental. Tal y como sucedió con otros integrantes del gobierno kirchnerista que tuvieron que alejarse, su salida se debió en parte a las vicisitudes de la interna oficialista y en parte a la desprolijidad administrativa, por calificarlo de algún modo, que redundó en una cantidad impresionante de denuncias en su contra. En tal sentido, la gestión de Picolotti fue caricaturesca. Según un informe que se entregó a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, no bien fue nombrada, la funcionaria se las arregló para repartir cargos, con sueldos suculentos, entre familiares, amigos personales e integrantes de la ong en la que había militado, para gastar mucho dinero en viajar por distintas partes del mundo -aunque sólo consiguió ejecutar la mitad del presupuesto de su cartera- y después para ser acusada de malversación de fondos públicos, lo que motivó el allanamiento reciente de sus oficinas en busca de evidencia. Lo sorprendente, pues, no es que por fin Picolotti fuera destituida, sino que haya durado tanto tiempo en el puesto que ocupó a partir de mediados del 2006. Desde el inicio de su gestión su forma heterodoxa de manejar la secretaría daba pie a denuncias de todo tipo, pero los Kirchner optaron por tolerarla, acaso por suponer que por sus vínculos estrechos con los asambleístas de Gualeguaychú los ayudaría a tranquilizar a los elementos más combativos. De ser así, se equivocaron. Aunque la pastera de Botnia funciona desde hace más de un año sin que se haya producido la catástrofe ecológica prevista por los militantes, éstos siguen en sus trece. El sucesor de Picolotti, el abogado peronista Homero Bibiloni, es dueño de un perfil menos llamativo que el de Picolotti -o de la antecesora más célebre de ésta, María Julia Alsogaray-, de modo que su gestión podría ser juzgada según criterios menos anecdóticos. Conforme a Bibiloni, la presidenta le pidió "mirar la deuda ambiental interna y señalar una posición ideológica en lo internacional". No le será difícil cumplir con las instrucciones así supuestas. Siempre y cuando no cometa errores equiparables con los perpetrados por Picolotti, podrá "mirar" hasta nuevo aviso el estado lamentable del medio ambiente en diversas partes del país y, mientras procure enfrentar las críticas de los deseosos de ver mejoras, explicarles que la crisis económica le impide hacer mucho más que preparar nuevos informes. En cuanto a "señalar una posición ideológica en lo internacional", podrá entregarse a dicha tarea sin correr el riesgo de fracasar, ya que es de suponer que, al igual que tantos otros integrantes del gobierno nacional, es un experto consumado en el arte de encuadrar todo lo que sucede en el país y en el mundo en un relato ideológico que lo eximirá de responsabilidad por cualquier deficiencia concreta. De todos modos, aunque Bibiloni se ha comprometido a trabajar con más ahínco que Picolotti, resulta poco probable que logre mucho. Al fin y al cabo, ni siquiera la intervención de la Corte Suprema, que hace un par de años ordenó que se hiciera algo para limpiar el Riachuelo de la suciedad acumulada, ha servido para estimular cambios positivos. Cuando de elegir entre defender al medio ambiente y privilegiar factores económicos o políticos se trata, quienes manejan el poder real siempre propenden a favorecer la segunda alternativa. | |