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La crisis que se agrava | ||
La buena noticia es que la mayor economía del mundo disfrutó de 73 meses de expansión continua, la mala, que hizo caer el índice bursátil de Wall Street por casi ocho puntos -eliminó de golpe una cantidad colosal de dinero acaso virtual pero así y todo valioso- es que desde diciembre del 2007 está en recesión según la Oficina Nacional de Investigación Económica estadounidense un grupo privado cuyas mediciones son consideradas definitivas. Como siempre sucede cuando la difusión de datos incide en los mercados de valores, la reacción de quienes operan en la principal bolsa norteamericana ante el informe de la ONIS pareció exagerada, pero reflejó el desconcierto que sienten tantos frente a una crisis que amenaza con prolongarse e intensificarse mucho más de lo previsto hace apenas dos meses. Si bien hay un consenso en el sentido de que la causa básica de la debacle consiste en la falta de confianza en el futuro económico de consumidores, empresarios e inversores, hasta ahora todos los esfuerzos por restaurarla han fracasado. Es que, como ha ocurrido últimamente en la Argentina, las medidas espectaculares que están tomando tantos gobiernos podrían tener consecuencias positivas en el mediano plazo y el largo, pero en el corto propenden a resultar contraproducentes porque hacen pensar que la situación es mucho más grave de lo que cualquiera creía. Por lo demás, las polémicas que están celebrándose entre los economistas, funcionarios y políticos de los demás países contribuyen a la incertidumbre, al brindar la impresión de que nadie realmente entiende muy bien las razones de la desaceleración abrupta de una economía mundial que hasta hace poco crecía a un ritmo muy rápido y, por lo tanto, los gobiernos no saben lo que convendría hacer para minimizar los perjuicios ocasionados por la corrección violenta que está en marcha. La diferencia de opinión más notable se da entre la mayoría de los líderes europeos que, como los norteamericanos, apuestan a que paquetes de estímulo gigantescos sirvan para mantener a raya el espectro de una auténtica depresión, y la canciller alemana Angela Merkel que, para decepción de sus vecinos, se resiste a tomar medidas similares. A su juicio, fue una falta de frugalidad en las economías avanzadas la que causó la crisis y por lo tanto no puede ser la cura. Por ser la alemana la economía más importante de Europa y, desde luego, de la zona del euro, la actitud asumida por Merkel entraña el peligro de que sus compatriotas se sientan obligados, contra su voluntad, a financiar los programas de estímulo costosos de países a su entender menos disciplinados como Francia, Italia, España, Grecia e Irlanda, que pondría en peligro la supervivencia de la moneda común europea. Quienes esperan que los paquetes de estímulo enormes que están aplicándose funcionen bien se afirman poco preocupados por el aumento de la deuda pública que entrañan. Insisten en que al reanudarse el crecimiento, financiarla resultará ser relativamente indoloro. Sin embargo, no hay ninguna garantía de que ello ocurra. El inicio de lo que ya es una recesión mundial que afecta a casi todos los países ricos y comienza a golpear a los "emergentes" y a los pobres, ha coincidido con un cambio demográfico importante, el supuesto por el envejecimiento y paso a retiro de una proporción creciente de la generación del "boom" de natalidad que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Esto significa que en adelante habrá cada vez menos personas económicamente activas en relación con las pasivas que, es innecesario decirlo, esperan cobrar jubilaciones dignas. Puede comprenderse, pues, los temores de quienes prevén que para salir cuanto antes de una crisis sin duda grave pero así y todo "normal", por ser habituales las recesiones luego de un largo período de crecimiento, una generación excepcionalmente numerosa esté preparando para la próxima una carga tan pesada que quienes la conforman tendrán que resignarse a un nivel de vida inferior a aquel de sus padres e incluso de sus abuelos. Huelga decir que la sensación ya difundida de que, para la mayoría, no será tan fácil como muchos parecen suponer seguir disfrutando del estándar de vida al que se ha acostumbrado no ayuda del todo a impulsar el consumo que hoy en día es el motor principal de todas las economías avanzadas y de muchas emergentes. | ||
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