El 24 de octubre de 1929, en el recordado como el jueves negro de la Bolsa de Nueva York, se vendían 16 millones de dólares en acciones y en un breve lapso otros 70 millones. Los precios de estos títulos perdieron valor de manera impresionante; a mediados de noviembre valían un 50% y hacia fines de año sólo se cotizaban a un 30% del precio previo al derrumbe. La crisis había estallado y pronto se extendería. Millones de desocupados pagaron sus consecuencias. Un agresivo proteccionismo hizo bajar los intercambios mundiales y el sistema monetario internacional abandonó el oro como su valor de referencia de todas las monedas. La situación se agudizó en 1930 cuando la gente comenzó a retirar frenéticamente sus depósitos de los bancos.

Los países productores de materias primas vieron caer sus valores sustancialmente; en 1931 se llegó en Brasil a la quema de café para anular la tercera parte de la cosecha y de esta manera disminuir la oferta.

Pudo verse en la Argentina la disminución de la cotización del trigo antes y durante la crisis. Su precio en 1926 era 12,20 pesos por 100 kg y en 1933 llegó a 5,30. El maíz, el lino, la avena y la cebada tuvieron similares evoluciones. La caída de ingresos por la exportación agropecuaria fue obviamente importante; así, en 1928 la Argentina obtuvo de sus ventas 2.400 millones de pesos y en 1932 apenas superó el 50% del valor precedente en una combinación de menor volumen exportado y bajos precios. Esto forzó al país a buscar en el mercado interno la sustentación del crecimiento. En el esfuerzo de limitar la producción se cortaron plantaciones de viñas y caña de azúcar y se alentó la limitación de la siembra. La baja del comercio exterior contrajo la economía interna, que rápidamente se tradujo en una caída de los ingresos del Estado y en el crecimiento del déficit fiscal.

El 6 de setiembre de 1930 el general J. F. Uriburu, con 1.500 soldados de Campo de Mayo, llegó a la Casa Rosada y terminó con el gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen, instaurando un largo período de autoritarismo que quedará en la memoria con un triste calificativo: "La década infame". No era ésta la primera crisis del capitalismo mundial, ni obviamente la última; ya en 1890 una onda depresiva había afectado a los principales países frenando la expansión que tanto benefició a la Argentina.

Alemania fue un país donde la crisis golpeó duramente. Si bien el número de desocupados era ya importante en 1927, se elevó rápidamente para fin del decenio y llegó a más de 4,5 millones en 1931. El 30 de marzo de 1930 el canciller Brüning asumió el gobierno en Berlín y para enfrentar la depresión lanzó una serie de medidas destinadas a terminar con el déficit fiscal en el sector público alemán, disminuyendo los gastos del Estado, parando toda nueva construcción, reduciendo los sueldos de los funcionarios en un 20%, bajando las pensiones de las jubilaciones, etc. Además presionó al sector privado para que disminuyera los salarios en un 20% y aceptara una quita del 10% en los alquileres. Se suponía que al nivelar los presupuestos del Estado y empujar una disminución generalizada de precios se creaban las condiciones de retorno al crecimiento ordenado.

Los resultados no pudieron ser más funestos para Alemania y el mundo, ya que en marzo de 1932 los desocupados superaban los seis millones, dando argumentos para el triunfo del Nacional Socialismo. Los frenéticos preparativos militares de Hitler, con la incorporación a las filas de millones de alemanes y el empuje de la industria bélica, transformaron la crisis.

En Estados Unidos la depresión también fue muy fuerte. En la década del veinte hubo una fuerte expansión de la industria automotriz, juntamente con la construcción de miles de kilómetros de nuevas carreteras y desarrollo de actividades vinculadas con la fabricación de vehículos. Sin embargo, otra gran industria afectada por la depresión, la construcción, comenzó un lento declive a partir de 1925.

El "crack" de Wall Street de 1929 fue mal interpretado por el presidente Herbert C. Hoover, para quien la crisis era de corta duración. Lo importante era proclamar que la vuelta a la prosperidad estaba muy próxima. Los desocupados que en 1930 eran 3.819.000 trabajadores pasaron a ser más de 12.000.000 en 1932. En su visión liberal Hoover sostuvo que la "verdadera tradición norteamericana" era socorrer a los desocupados apelando a la generosidad del público y mediante la acción de las colectividades locales. En marzo de 1933 Franklin D. Roosevelt asumió la presidencia de Estados Unidos buscando cambiar el rumbo de la política económica frente a la crisis. Su plan se conoció como el "New Deal" o nuevo trato y dejó de lado el dogmatismo de los mercados. En 1936 describió su proyecto, que consistía en: "Garantizar la seguridad de los depósitos bancarios, evitar la venta forzada de granjas y casas, emprender obras públicas en una vasta escala, alentar la construcción de inmuebles destinados a viviendas, dar trabajo útil en lugar de indemnizaciones, reducir los tipos de interés, aumentar el comercio exterior y eliminar los salarios de hambre".

La superación de lo que se consideró la más importante crisis económica del siglo XX llevó aproximadamente una década.

Han transcurrido casi ochenta años de la crisis del treinta y desde el 2007 la economía mundial más globalizada que nunca ha entrado en turbulencia. Al principio el problema era una cantidad de créditos hipotecarios mal otorgados que afectaban al sistema financiero. Los optimistas veían un nuevo panorama mundial donde países como China y la India podían eventualmente compensar las bajas de crecimiento de la economía de Estados Unidos.

Luego vinieron los heroicos salvatajes financieros; la política económica consistió en inyectar liquidez y evitar el colapso de grandes bancos. Pero no fue suficiente, la onda saltó a la economía real cayendo el precio de las viviendas y la construcción, sumado a graves problemas en los servicios y la industria. Recientemente se ha verificado que la economía de Estados Unidos entró en recesión en diciembre del 2007, agregándose a importantes países del viejo continente.

Los ciclos siguen teniendo vigencia en la economía mundial y sus efectos tienen algunas similitudes. Para la Argentina ha concluido el viento de cola y es tiempo de tratar de disminuir las consecuencias negativas del declive externo.

ERNESTO BILDER

Docente de Economía de la UNC