La yihad es la revolución permanente para el movimiento islámico", escribió Sayyib Qubt, uno de los ideólogos del fundamentalismo, en su libro más emblemático "Señales en el camino". Su homólogo paquistaní, Abu Ala al Maududi, fundador de la sanguinaria Yamaa Islamiya -responsable de los atentados de Bali- fue igualmente explícito en los libros que publicó antes de morir, en Lahore en 1979: "O hay islam o hay yahiliyya", es decir, hay islam o hay apostasía, maldad contra Dios. La opción, pues, para el buen creyente se planteaba como inexorable.
Años antes, Hasan al Banna, el fundador en 1928 de los Hermanos Musulmanes y padre espiritual de todas las organizaciones yihadistas del mundo, ya había asegurado que la yihad bélica era el único camino para retornar la gloria a la Umma, es decir para avanzar en el sueño de una comunidad musulmana planetaria.
A diferencia de la yihad del corazón, que es una lucha espiritual, la yihad de la espada necesitaba organización, captación y acción violenta y, para esa triple necesidad, trabajaron a fondo desde principios del siglo veinte. Lo primero que resulta fundamental entender, pues, es que la violencia yihadista no es un fenómeno reciente, ni es local, ni es explicable en términos de terrorismo clásico. Sus tiempos no son los nuestros, sus causas no son las obvias, sus movimientos no son previsibles. Observado el fenómeno con la lupa geopolítica, sus motivaciones podrían vincularse con causas nacionales clásicas -Cachemira, Palestina, Chechenia, Mindanao, los uigures de Xinjiang?-, pero en realidad esas causas no son el objetivo del yihadismo, sino la fuente de sus justificaciones.
Sólo hace falta leer los escritos de sus líderes para entender que la concepción occidental del yihadismo es inservible. Dokky Umarov, en su proclamación unilateral del Emirato Islámico del Cáucaso, lo dijo claro: "Nosotros somos parte indivisible de la Umma islámica y no es necesario determinar las fronteras. El Cáucaso está ocupado por kuffar (infieles) y apóstatas y es Dar al Harb, el territorio de la guerra, y nuestra tarea prioritaria es convertir el Cáucaso en Dar as Salam (la Casa de la Paz), estableciendo la charia y expulsando a los kuffar. Después de expulsarlos, debemos reconquistar todos los territorios históricos de los musulmanes, y estas fronteras están más allá de los límites del Cáucaso".
Su homólogo, Ayman al Zauahiri, el ideólogo de Al Qaeda, escribió en la famosa fetua de 1998, "todo musulmán que esté en condiciones de hacerlo tiene el deber personal de matar a los americanos, a los judíos y a sus aliados, en cualquier país donde sea posible". Y así hasta el infinito. Nuestro problema es que no leemos sus textos.
Éste es el decálogo para entender el fenómeno totalitario más importante desde el nazismo:
Primero: es planetario, es bélico y su trinchera es el mundo global. Segundo: se alimenta de causas nacionales, pero no cree en ellas. Su finalidad es la República Islámica mundial. Tercero: no presenta organizaciones clandestinas al uso, sino una filosofía general que permite la autonomía de sus seguidores, una especie de franquicia del terrorismo. Cuarto: se nutre de jóvenes de barrios pobres, sin perspectivas ni esperanzas, necesitados de sentido en su vida. Quinto: mezcla, con perversa inteligencia épica, religión y nación, de manera que da trascendencia tanto terrenal como espiritual. Sexto: lleva miles de muertos en todo el mundo. Séptimo: su estrategia es la desestabilización permanente. Octavo: mueve mucho dinero. Noveno: es minoritario en el islam, pero su movimiento genera millones de simpatizantes. Décimo: usa el nombre del islam, pero es el principal asesino de musulmanes en todo el planeta.
Este fenómeno es el que asesinó a decenas de personas en la India. Y en Bali, en Jerusalén, en Nueva York, en Buenos Aires, en Yemen, en Londres, en Madrid...
PILAR RAHOLA
Escritora española. Ex vicealcaldesa de Barcelona.
Publicado en "La Vanguardia"