Miércoles 03 de Diciembre de 2008 Edicion impresa pag. 26 > Salud
La piel es un órgano frágil que se defiende
Sus mecanismos de defensa pueden ser dañinos. En verano, estos procesos son más frecuentes.

Hace mucho que la ciencia ha dejado de pensar en la piel como una simple capa superficial que nos recubre; por el contrario, es uno de los órganos más sensibles del cuerpo. Está comprobado por ejemplo que la mayoría de las enfermedades sistémicas que se manifiestan en la piel tienen una importante correlación con el estado emocional a través del sistema inmunológico. Y tiene que ver en eso la capacidad de las células de la piel de producir muchos de los mismos neurotransmisores que las neuronas del sistema nervioso central, como la oxitocina o la acetilcolina.

La química de nuestra capa más externa es, por lo tanto, de lo más compleja. Y en verano, con menos ropa encima y más expuesta, se altera en función de los más variados agentes: los rayos solares, el contacto con el pasto y las plantas, la sal, la arena, el viento de la playa, productos químicos como el cloro de las piletas de natación. El calor.

¿Está preparada para estos embates? En principio, está dotada por la naturaleza para resistirlos, siempre y cuando esté bien dotada de todos los nutrientes necesarios para llevar a cabo su compleja química. La primera base para el cuidado de la piel será entonces, según lo dirá cualquier dermatólogo, una buena alimentación, especialmente rica en minerales y vitaminas, especialmente las A y D.

Por eso entre los productos para el cuidado y la reparación de las células dañadas de la piel muchos procuran el agregado de algunas de esas sustancias esenciales para el buen funciona- miento de los tejidos.

Pero a prestar atención, porque estos mecanismos de defensa de la piel son muy útiles para que cumpla la función de preservar al organismo, pero no necesariamente hacen que se vea mejor. Es decir: funcionan como mecanismo de defensa científicamente hablando, pero en la práctica lo cierto es que hay que cuidarse de estos mecanismos de defensa tanto como de las propias agresiones que lo originan.

El calor. La transpiración es la reacción natural con que el organismo tiende a regular la temperatura corporal. Tanto en los niños como en los adultos, las zonas de la piel donde hay más roce suelen ser castigadas con el enrojecimiento y pequeños granos. La grasitud, las células muertas de la piel, las sales contribuyen a la obstrucción de las glándulas sudoríparas, que se ubican apenas por debajo de las capas más externas de la piel. Y esto acrecienta la irritación. Compresas frías, hielo y té de manzanilla helado pueden ser soluciones caseras de fácil aplicación para cuando este problema, conocido como sudamina, afecta a chicos o a grandes.

Los microbios. Las plantas de los pies suelen ser particularmente afectadas por la mayor sudoración veraniega y se vuelven susceptibles a la infección de todo tipo de hongos y a la queratolisis. ¿Qué es esta última? La planta del pie toma un aspecto blanquecino, endurecido y con pequeñas depresiones producto de una acelerada descamación. En el verano se debe evitar en lo posible el calzado cerrado y con suela de goma, y las personas con diabetes deben cuidarse la piel de los pies como si fuera la del rostro.

La flora bacteriana de la piel puede hacer que la persona sea propensa a la bromhiperhidrosis, que se da cuando el exceso de sudoración viene acompañado de olor desagradable. El exceso de sudoración posee tratamientos que van desde los lavados con sales de hidróxido de aluminio hasta la aplicación de anticolinérgicos, y hay incluso quienes hablan de cirugía para los casos muy severos.

La irradiación solar. Decir que tomar sol en los horarios pico -aun con protección- puede producir quemaduras de diverso grado no sería nada nuevo. Pero aun cuando eso no llegue a suceder, la mayoría de las manifestaciones del sol en la piel no son visibles y aumentan la vulnerabilidad de la piel a nuevas agresiones. La producción de melanina es el primer mecanismo de defensa de las células epidérmicas ante los rayos del sol; el efecto es, en el mejor de los casos, el bronceado. La epidermis se espesa automáticamente y se generan enzimas que desactivan los radicales libres, principales responsables del envejecimiento de los tejidos. Incluso existen enzimas capaces de reparar los daños que la luz solar, especialmente la ultravioleta, causa en el ADN de las células.

Pero estos mecanismos tienen su desgaste a través del tiempo, un período que generalmente se mide en varios años pero que en los de piel más clara puede ser más corto. Aquí es donde se supone que la interacción entre el sistema inmunológico y el código genético se altera y la producción de melanina puede alterarse produciendo el temido melanoma, una afección que si no es tratada a tiempo puede ser fatal.

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