Miércoles 03 de Diciembre de 2008 Edicion impresa pag. 39 > Deportes
OPINIÓN: Límites tribuneros

El más relajado era el "Beto" Márcico. Una vez, nada menos que en un superclásico ante River, en el "Monumental", el ex Boca esperaba un lateral, bien cerca de los hinchas "millonarios". A su lado estaba el uruguayo Gabriel Cedrés, de River. Los dos claramente lejos de sus tiempos más finos, caderones, anchos, nada que ver con la "Pulga" Messi. "¡Heladera! ¡Heladera!", le gritaba a Márcico un fanático del "Millonario". Y el Beto, en lugar de enojarse, lo miró a Cedrés y le dijo riéndose: "Che, me parece que te están hablando".

"Heladera", en rigor, es un insulto fino si se enumeran las cosas que suelen escucharse en la cancha. Y no sólo en las de Argentina. No se habla aquí de los ataques racistas o antisemitas que han llevado a debates en distintos países sobre si debe o no suspenderse el partido. Una tribuna, se sabe, suele ser una zona franca. Todo se tolera. Pero, como en todo, también allí hay un límite.

En esa zona franca suelen entrar amenazas de muerte, violaciones y muchos otros delitos que nadie toma como tales. El fallecido antropólogo argentino Eduardo Archetti tiene mucho material escrito sobre este tema, lo mismo que el sociólogo Pablo Alabarces. ¿Acaso habría que tomar esas amenazas en serio? Si así se hiciera, casi no habría partido sin suspenderse.

Cuando el fútbol devino en espectáculo y el hincha ganó mayor protagonismo, su locura, su fidelidad y sus insultos pasaron a ser también una marca registrada en el fútbol argentino. Se convirtieron en actores centrales del llamado "folclore" de nuestro fútbol y hasta ganaron un programa en la tevé que los tiene como protagonistas principales. ¿Cómo no recordar casi lo primero que dice un jugador que extraña cuando es vendido al exterior, especialmente a países muy distintos en materia de fútbol, como Rusia, Finlandia, etc.? "Lo que más extraño -dicen esos jugadores- son las puteadas de los hinchas".

Al hincha argentino, en rigor, le encanta sentirse protagonista. Se vio también en la final de Copa Davis de Mar del Plata. Curioso, uno de los jugadores españoles, Feliciano López, en lugar de achicarse ante los insultos, cantaba al ritmo de ellos, daba saltitos y parecía cargarse de energía. Son muchos los futbolistas que se agrandan también ante el clima adverso e intimidante de canchas rivales.

Pero Riquelme es Riquelme. Amo y patrón de la "Bombonera". Fue interesante su razonamiento de que él no va a insultar a los hinchas cuando éstos están en sus respectivos trabajos, porque a nadie le gusta que lo insulten cuando trabaja. Tiene razón. Pero los jugadores suelen declararse trabajadores atípicos cuando les conviene y trabajadores normales cuando el viento sopla para otro lado.

Riquelme reaccionó tal vez porque tampoco soportó que el insulto llegara de la platea más cara. De un nene bien, como él mismo dijo entre líneas luego del partido. Se salvó dentro de la cancha, sólo porque al árbitro Pablo Lunati sigue gustándole más el show que el fútbol. Pero no se salvó fuera del campo. Es cierto que pasan cosas mucho más graves en la Argentina de hoy. Pero ese argumento no resiste mucho análisis. Está bien que Riquelme sienta que no siempre tiene la razón de su lado. Aun dentro de la propia "Bombonera".

 

EZEQUIEL FERNANDEZ MOORES

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