Miércoles 03 de Diciembre de 2008 20 > Carta de Lectores
El amigo santiagueño

Como se previó, en los comicios del domingo el gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, fue reelecto por un margen ridículo, ya que recibió más del 85% de los votos. Se trata de un resultado que sería más apropiado para una dictadura del Medio Oriente que para una democracia sana. Aunque el gobierno nacional festejó el triunfo de quien al fin y al cabo es un radical K, ni siquiera el estratega oficialista más esperanzado podría fantasear con la posibilidad de que se repita en el resto del país lo que acaba de suceder en una provincia paupérrima y atrasada acostumbrada desde hace décadas al caudillismo clientelista.

Si bien como persona Zamora tiene poco en común con Carlos Juárez, el peronista que dominó por completo Santiago del Estero por más de medio siglo, no cabe duda de que es su heredero. Además de verse beneficiado por la propensión evidente de los santiagueños a votar al unísono, encolumnándose detrás del hombre fuerte de turno, supo construir un aparato político bastante similar al juarista. También heredó las acusaciones que siempre formularon los opositores a un caudillo al parecer imbatible. Según ellos, Zamora debió su victoria abrumadora a que contaba con todos los recursos del Estado y a su falta de inhibiciones a la hora de presionar a los medios de difusión locales. Puede que hayan exagerado y que el factor decisivo haya consistido en la cultura caudillista típica de las zonas menos desarrolladas del país, pero la frustración que claramente sienten puede entenderse.

Lo mismo que a otros radicales K, a Zamora le importan más los beneficios concretos que le han supuesto su relación con los Kirchner que las eventuales coincidencias ideológicas. El arreglo es sencillo. A cambio de la "lealtad" de los gobernadores, sean éstos radicales, peronistas o de otro signo partidario, el Poder Ejecutivo nacional envía recursos ya en efectivo, ya en la forma de obras públicas. Si un gobernador opta por oponérsele, recibirá muy poco, lo que en vista de la dependencia económica de la mayoría de las provincias de la generosidad, por calificarlo de algún modo, de la Nación, puede ser suficiente como para impedirle gobernar con un mínimo de eficacia. En el caso de que el castigo económico no tenga los resultados deseados, grupos afines a los Kirchner se esforzarán por provocar protestas callejeras, paros por parte de los estatales y así por el estilo. Es una metodología algo rudimentaria, pero hasta hace poco funcionó muy bien en muchas partes del país y sigue brindando resultados satisfactorios en Santiago del Estero, por tratarse de una provincia con tantas necesidades.

Huelga decir que los votantes son tan conscientes como el que más de la realidad así supuesta: saben muy bien que la relación de su mandatario con el gobierno nacional es su fuente de ingresos más importante y que en consecuencia les conviene subrayar su voluntad de apoyarlo.

Con todo, aunque los Kirchner han podido celebrar el triunfo de Gerardo Zamora casi como si fuera propio, debería de preocuparles el que haya conseguido el 85% de los votos. Como Juárez en su momento, su base de sustentación personal es tan fuerte que de surgir la oportunidad podría darse el lujo de actuar con cierta independencia de quienes se suponen sus padrinos. Ya lo hizo al negarse a aceptar un peronista como compañero de fórmula, insistiendo en que lo acompañara otro radical, y cuando en las etapas culminantes de la campaña hizo saber que no le gustaría que el ex presidente Néstor Kirchner o la presidenta Cristina Fernández de Kirchner visitaran la provincia con el presunto propósito de darle una mano.

Al igual que los demás radicales K, pues, Gerardo Zamora parece decidido a mantener abiertas sus opciones, lo que dadas las circunstancias es lógico puesto que, como ellos, sabe que el poder del matrimonio presidencial está reduciéndose y que bien antes de diciembre del 2011 podría verse constreñido a adaptarse a una coyuntura política muy distinta de la actual.

Como los Kirchner entenderán mejor que nadie, lo que cimienta la relación del Poder Ejecutivo nacional con los gobiernos provinciales no es la lealtad sino el dinero. En cuanto éste comience a escasear, sus aliados diseminados por el interior del país se pondrán a buscar otro benefactor.

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