Para un político, los éxitos siempre son propios y los fracasos ajenos. Fieles a este principio universal, al ex presidente Néstor Kirchner y a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner nunca se les ocurrió atribuir el crecimiento macroeconómico veloz de los años últimos a una coyuntura internacional que nos era extraordinariamente favorable, pero no han vacilado un solo minuto en despotricar contra los "grandes centros de la economía" por el colapso de las burbujas que, como suele suceder cuando se produce un período relativamente largo de expansión, iban formándose. Con todo, si bien resulta comprensible que el gobierno procure hacer pensar que los problemas que enfrenta el país se deben por completo a la ineptitud de los dirigentes y financistas del mundo desarrollado, es de esperar que no crean que nuestra parte de la crisis sea de origen exclusivamente exógeno. Mientras que en algunos países los gobiernos entendieron que tarde o temprano el boom llegaría a su fin y que por lo tanto les convendría aprovecharlo para prepararse para lo que vendría después, los Kirchner actuaron como si a su juicio no terminaría nunca, tratando de "agoreros" a quienes les advertían sobre lo peligroso que era comprometerse con entusiasmo desmedido con políticas procíclicas. En el fondo, su actitud fue idéntica a la de los banqueros, financistas y gobernantes que dicen que fueron los únicos responsables del desaguisado, puesto que ellos también se convencieron de que ya no imperaban las viejas reglas de esta "ciencia deprimente" que es la economía, según las cuales entre los períodos de auge se intercalan otros signados por recesiones y, a veces, por la confusión generalizada.
Si la presidenta y su cónyuge realmente creen que a partir de mayo del 2003 hicieron todo bien y que si no fuera por la estupidez de los demás la economía nacional seguiría creciendo a un ritmo chinesco, las perspectivas ante el país serán lúgubres, pero si aprovechan el hecho de que en esta ocasión el mundo entero está en crisis para intentar reducir las distorsiones muy graves atribuibles al optimismo insensato que fue estimulado por el viento de cola, podrían minimizar las consecuencias negativas de la etapa dura que ya se ha iniciado. Como aquellos gobernantes que culpan al FMI por verse constreñidos a tomar medidas antipáticas que saben necesarias, los Kirchner podrán enfrentar los lobbies sectoriales diciéndoles que si no fuera por la crisis internacional no titubearían en complacerlos. En algunos ámbitos ya lo están haciendo: al resistirse a los pedidos de aquellos industriales que quieren una devaluación drástica del peso, los representantes oficiales les informan que en un momento tan delicado como éste es forzoso privilegiar la estabilidad. También han comenzado a permitir que las tarifas energéticas sean un tanto más realistas. Con todo, otras medidas como las supuestas por la estatización de las AFJP y de Aerolíneas Argentinas han hecho temer que el gobierno saque provecho de la oportunidad que le ha brindado la crisis para emprender reformas "estructurales" que a la larga resultarán muy pero muy contraproducentes.
En los países desarrollados, se entiende que la intervención gubernamental en el sector financiero tendrá que ser parcial y pasajera, mientras que una eventual decisión de dar subsidios a empresas manufactureras en apuros, en primer lugar a las automotrices, sería inútil a menos que sirvieran para obligarlas a ser mucho más eficientes, pero aquí el propósito oficial de las nacionalizaciones consiste en librar a empresas como Aerolíneas de la necesidad de volverse más eficaces. Así las cosas, no se puede comparar lo que están haciendo los gobiernos de Estados Unidos y los integrantes de la Unión Europea con las iniciativas recientes de los Kirchner que, por desgracia, parecen estar más interesados en restaurar un modelo económico que ya era obsoleto hace treinta años, que en aprovechar la oportunidad brindada por la crisis para que el país pueda prosperar en el orden mundial con toda seguridad más competitivo, y mucho menos permisivo, que sucederá a aquel que acaba de desintegrarse en que, merced a los precios insólitamente elevados de commodities como la soja y la abundancia de crédito, manejar una economía como la nuestra era una tarea al parecer muy fácil.