Ante las realidades complejas, lo más difícil es superar el maniqueísmo. Instalados en el cómodo rincón de nuestras familias ideológicas, tendemos a matar el debate en aras de no deconstruir nuestras construcciones dogmáticas. En función del color de las gafas de cada cual, el mundo se ve azul o rojo, y toda la variedad cromática que escape a esa dualidad inflexible, tiende a ser sospechosa. Escribió una vez Rosa Montero que "un pensamiento libre es un territorio hostil y solitario", y ahí estamos, intentando no militar en la libertad de pensamiento, porque da miedo la vida a la intemperie. Miren ustedes el absurdo debate sobre el crucifijo de una escuela de Valladolid. Y digo absurdo porque el crucifijo debía formar parte del paisaje añejo de la escuela, tanto que quizás hasta era invisible.
Así lo consideró el propio consejo escolar de la escuela Macías Picavea, pero ello no fue óbice para que una asociación anticlerical, la Asociación Cultural Escuela Laica de Valladolid, llevara el tema a los tribunales y finalmente haya conseguido una sentencia favorable. Como es sabido, el tribunal ha considerado que la decisión del consejo escolar vulnera el artículo 14 de la Constitución, que consagra la igualdad entre todos los españoles, y el 16, que garantiza la libertad religiosa. Y, en consecuencia, exige la retirada de todos los símbolos religiosos en la escuela.
A partir de aquí, las dos Españas machadianas, que tienen una cansina tendencia a resucitar, se han batido en duelo sobre el relativismo moral de unos y el bajo palio de los otros. Y el "tú más" se ha vuelto a instalar en el debate ciudadano. Sin embargo, ¿es tan simple? ¿Se trata exclusivamente de que unos son muy carcas y los otros muy rojos, y viceversa? ¿Es uno más progre porque pide la retirada de los símbolos, y el otro más ultra si pide su mantenimiento? Más aún, ¿se puede mantener una posición intermedia y no morir en el intento? De hecho, como diría Josep Cuní, ¿podemos atrevernos a formular preguntas fuera de guión? Porque hay temas en los que las posiciones están tan rotundamente balanceadas, que incluso hacerse preguntas es un anatema.
Y sin embargo, preguntas, haberlas, haylas. De entrada, no acabo de entender que un crucifijo sea un terrible signo de intolerancia, y un pañuelo en la cabeza de una niña musulmana sea una demostración de tolerancia. ¿Cómo pueden sostener los adalides de la multiculturalidad que la tolerancia hacia otras religiones no sirve para la religión católica? Me responderán que no es lo mismo usar un símbolo religioso de forma individual, que hacerlo como referente colectivo. Cierto.
Pero tampoco es lo mismo una sociedad que lleva dos mil años siendo católica, y que rebosa de simbología cristiana por todos lados, que otras religiones recién llegadas. Y la inquina contra todo lo católico se respira, precisamente, en ambientes que están encantados con celebrar cualquier festividad islámica, porque resulta muy progre-sostenible.
Recuerdo el titular de la entrevista que le hice a Duran i Lleida durante la campaña electoral: "La izquierda saca pecho ante la Iglesia pero pierde el culo con el Ramadán". Pero, además, es curioso que pique tanto un crucifijo en una escuela, donde la mayoría de padres han considerado que no era ningún problema, y resulte lógico que los ministros de un gobierno prometan su cargo ante ese mismo crucifijo. Algo no cuadra. Además, si el problema es la simbología religiosa, ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar?
Por ejemplo, ¿cambiaremos los nombres católicos de las calles? ¿Verge de Montserrat pasará a llamarse Avenida de la Moreneta multicultural? Y los nombres católicos de los colegios, ¿tendrán que ser abolidos? Sinceramente, creo que la escuela pública tiene que ser el lugar común de todos, con independencia de su fe religiosa, pero hay un abismo enorme entre garantizar dicha pluralidad, y llegar al detalle obsesivo. Y, sobre todo, no se puede judicializar este tipo de decisiones que tendrían que ser tomadas por la comunidad del propio centro. En todo caso, la asociación que ha llevado el tema a los tribunales no está exenta de motivos políticos.
La cuestión, además, abre otra arista. Queda claro que no se puede adoctrinar religiosamente en una escuela pública. Sin embargo, ¿se puede adoctrinar políticamente? Y la pregunta es pertinente porque los antecedentes son muchos. ¿Recuerdan el no a la OTAN, que se convirtió en tema de redacción de los niños, en decenas de escuelas de la época? ¿Y el no a la guerra, planteado incluso en las clases de primaria? Y en estos días de huelgas preventivas contra una ley de Educación que aún no está aprobada, ¿no hay adoctrinamiento de los alumnos contra dicha ley? Pues miren ustedes las manifestaciones. Claro que cuando se adoctrina en nombre del progresismo, se le llama educación. En fin. Y todo ello pasa en una escuela que lleva el nombre del gran regenerador educativo Macías Picavea. Sinceramente no creo que se merezca una polémica de tan bajo techo. Porque si el problema de la educación en España es un crucifijo, estamos salvados.
PILAR RAHOLA
(*) Escritora. Ex vice alcaldesa de Barcelona.