Es el único libro de Salman Rushdie que realmente me ha emocionado. Su prosa, habitualmente gótica, me aparta de este escritor cuya amenaza de muerte lo ha convertido en un símbolo de la defensa de la libertad. Recuerdo que leí, hace años, los famosos “Versículos satánicos” y tuve la impresión de hacer más un acto de resistencia –contra la famosa fetua– que un actividad lectora.
No soporté el libro. Sin embargo, “Los hijos de la medianoche”, con su realismo mágico lleno de mitos, su aire de “Cien años de Soledad” indio y su amarga tristeza, me pareció un libro bellísimo, clarificador del cúmulo de contradicciones que acompañó los nacimientos de dos grandes estados, la India y Pakistán.
La propia derrota del protagonista parece una gran metáfora de las esperanzas rotas que siguieron a ese magno acontecimiento. Sin embargo, más allá de la tesisde la novela, lo cierto es que la India se ha convertido en un país muy poderoso y ha superado la etiqueta de emergente para pasar a ser una realidad clave en la economía mundial. Tan clave que, junto con China y Brasil, redefine todo el mapa económico del planeta y deja por el camino algunos grandes de la historia.
Como aseveró un miembro del FMI, “sin la India no hay economía mundial”. El reciente lanzamiento del primer cohete espacial a la Luna, la sonda Chandrayaan- 1, desde el mítico territorio de Andhra Pradesh –centro, también, de la floreciente biotecnología del país–, fue la visualización de su ingente poder económico y la entrada por la puerta grande al selecto club de potencias aeroespaciales.
No hay que olvidar, además, que la India es una gran potencia nuclear. Tenemos, pues, un país que hace pocas décadas encarnaba el símbolo de la miseria extrema y hoy está marcando pautas en la economía mundial. Sin embargo, esa medianoche india mantiene intacta, entre centrales nucleares, laboratorios de alta tecnología y mecas del cine, la extrema pobreza de millones de personas. Es decir, ha pasado de agujerear por debajo la estadística mundial a liderarla por arriba sin apenas haber modificado, en el proceso, el bienestar de la mayoría de su población.
Con una natalidad anual de 15 millones de personas y más de 1.100 millones de habitantes, la India presenta contrastes brutalmente agudos entre una minoritaria y muy dinámica clase rica y una inmensa masa de millones de personas sin lo mínimo para sobrevivir. Morir en la calle en la India es tan normal como nacer en ella, y algunas de las estadísticas rompen lo imaginable. Recuerdo como se tomó, de forma jocosa, elWorld Toilet Summit que se hizo en la India hace unos meses. ¿Un congreso sobre el váter?
Pero cuando conocimos que millones de personas nunca han visto un sanitario y tienen que hacer sus necesidades en la calle (la famosa imagen de las vías del ren), que las mujeres, por vergüenza, buscan la noche y los rincones oscuros, ue ello aumenta la violencia contra ellas, que las infecciones campan a sus anchas, que el desastre ecológico se suma al humanitario, tcétera, entendimos que algo tan sual para el mundo rico era un elemento más, por ausencia, del paisaje de la miseria extrema.
Eso es la India actual. “País de contrastes”, iría la narrativa turística. Pero cando el contraste no es entre la montaña y la playa sino entre enviar un cohete a la Luna y arrastrarse por la noche de los tiempos, viviendo y muriendo en el asfalto, entonces la gracia turística se va al carajo. Los expertos hablan del sistema esclavista de castas –muy provechoso para el global económico–, de los problemas endémicos, etcétera.Y es cierto, como lo es que la India mantiene, a pesar de todo, un estable sistema democrático. Pero no es de recibo volver de Washington bautizada como una de las grandes del mundo y tener a centenares de millones de personas en hambruna permanente. No es de recibo pero... es rentable. ¿Será ése el nuevo paradigma de la economía mundial?
(*) Escritora y ex vicealcaldesa de Barcelona. pilarrahola.com