La protesta social ha experimentado una escalada en los últimos días, en particular en la municipalidad de Neuquén, donde un grupo de exaltados enrolados en el sindicato Sitramune terminó el jueves por asaltar el edificio en medio de una serie de desmanes.

Farizano lo había advertido una semana antes, cuando una veintena de beneficiarios de un plan de viviendas fue hasta su casa para hacerle un escrache: las acciones de algunos sectores sociales y gremiales "están en un nivel de belicosidad que nos resulta incomprensible".

El desborde del gremio municipal, con ser uno de los más destemplados de esta semana, no fue el único. Hubo cortes de ruta en Añelo, Picún Leufú, Plaza Huincul y Andacollo. Los motivos fueron diferentes, desde la falta de agua hasta el despido de un trabajador, pasando por un pedido de subsidios para la canasta navideña, pero el común denominador fue el carácter explosivo de la protesta, la ausencia de moderación y la intolerancia hacia los que sufren las consecuencias.

Después de todo, tanto en el ámbito provincial como en el de la municipalidad local el clima que impera con respecto a los reclamos no es de confrontación, como supo ser en algunos períodos, sino de diálogo y respeto.

Esto hace más incomprensible la beligerancia que despliegan los protagonistas. No es posible que un puñado de exaltados entre a sangre y fuego en la municipalidad con el argumento de que está defendiendo sus intereses. Tampoco que cuatro personas paradas sobre una ruta, por más derecho que les asista, trastornen la vida de millares.

El día de la protesta en su domicilio, el intendente echó cierta luz sobre los motivos que inspiran estas acciones al denunciar que algunas de ellas pretenden "demostrar que no se está haciendo nada y que la municipalidad es un caos".

En una entrevista que se publica hoy en este diario el secretario de Gobierno de la comuna, Mariano Mansilla, hace otro aporte al señalar que hay sectores interesados en demostrar que "una mayor garantía del ejercicio de los derechos de la comunidad es incompatible con una gestión eficiente", como si esos sectores respaldaran en forma implícita los modelos autoritarios por contraposición a los que, como el municipal o el provincial, adoptan políticas "garantistas", cuando lo deseable, en todo caso, es bregar por un marco de respeto por los derechos de todos sin excepciones.

En una conferencia de prensa brindada el viernes para advertir que no habrá negociación mientras siga ocupada la sede municipal, Farizano y su gabinete le dieron una vuelta más de tuerca al asunto: dijeron que detrás de las últimas protestas que tuvieron por escenario la municipalidad está el MPN y que ese partido no se ha resignado a aceptar que la oposición gobierne en la ciudad. Algunos en el entorno del intendente, como Escobar y el propio Mansilla, hicieron extensiva la interpretación al resto de los municipios en manos de la oposición.

En realidad, si se tiene en cuenta que en los últimos 215 días hábiles, entre huelgas de los municipales y otros conflictos el municipio debió tolerar 86 de protestas, no hay motivos para pensar que las autoridades municipales exageran. Menos aún si se tiene en cuenta que el titular de Sitramune integró hasta hace poco la mesa gremial "Sobisch presidente".

Sitramune está muy lejos de ser un gremio democrático, allí más que las opiniones de los trabajadores pesa la voluntad de un grupo de burócratas blindados, inclinados a cualquier desborde violento como el que protagonizaron el jueves. Con razón, muchos empleados municipales les tienen miedo y optan por cerrar la boca y mirar para otro lado.

Los vínculos entre estos sectores y el sobischismo son bastante evidentes, pero la complicidad va más allá de un sector interno: alcanza a todo el partido. Entre otras cosas, porque el MPN se ve en la alternativa de recuperar el espacio en las principales ciudades o resignarse a una mayor declinación. Y, ya se sabe, el negocio común está por encima de cualquier diferencia circunstancial.

Después de todo, el año que viene se renueva la mitad del Concejo Deliberante y el MPN tratará de consolidar su mayoría de cara a un eventual retorno en el 2011.

No por nada el bloque del partido provincial en su conjunto -y no sólo los concejales sobischistas- se ha erigido en un obstáculo para la mayoría de las iniciativas de la coalición municipal. El mismo día en que los muchachos de Sitramune aporreaban a empleados, funcionarios y periodistas, el bloque del MPN le cerraba el paso a la emergencia habitacional, indispensable para paliar el acuciante problema de la vivienda.

Cuando se aprecia todo el panorama, se advierte con mayor claridad que en ese estado de cosas Sapag es víctima y victimario al mismo tiempo: blanco y beneficiario indirecto de los reclamos, las tomas y los cortes que, sobre la base de una realidad indudablemente candente, fogonea sin piedad el MPN.

Al gobierno municipal le ocurre algo diferente. Por un lado, el cúmulo de protestas salvajes lo desestabiliza. Pero, por el otro, se ha convertido en la excusa que cubre sus propias debilidades. En el entorno del intendente reconocen que han sido un poco ingenuos respecto de la arremetida opositora y también que les ha faltado una buena política de comunicación.

Puede ser que ambas cosas sean ciertas, pero sin duda hay algo más. La Coalición sigue dando la impresión de que no termina de arrancar. Rescata la unidad de los distintos grupos que la componen como un bien en sí mismo, pero se olvida de que los vecinos no la juzgarán por sus buenas intenciones sino por su capacidad para resolver los problemas que aquejan a esta atormentada ciudad: desde la vivienda hasta el agua, pasando por las cloacas, el transporte y los espacios verdes.

Está muy bien que el gobierno municipal rechace el modelo autoritario y se afane por garantizar los derechos de todos, pero además debe esforzarse por alcanzar realizaciones concretas.

Héctor Mauriño
vasco@rionegro.com.ar