Sábado 22 de Noviembre de 2008 20 > Carta de Lectores
No se salva nadie

En los días que siguieron a la caída del banco de inversiones Lehman Brothers, el acontecimiento que para muchos aseguró que la crisis financiera que cobraba fuerza con rapidez desconcertante fuera "la más grave desde 1929", los voceros de muchos gobiernos nacionales, incluyendo al nuestro, insistían en que se trataba de un problema estadounidense que no perjudicaría a su propio país porque ellos sí regulaban bien sus instituciones bancarias. Se equivocaban. No sólo se han visto afectadas las economías de Estados Unidos y el Reino Unido en que el sector financiero siempre ha cumplido un papel muy importante, de ahí el protagonismo de Wall Street y de la City londinense, y que, por lo demás, habían experimentado burbujas inmobiliarias impresionantes, sino también las del Japón y de Alemania, países que se enorgullecían de la gran capacidad manufacturera que les había permitido erigirse respectivamente en la segunda economía del mundo por el volumen de su producto bruto interno y la tercera. Ambas ya están en recesión. También han sido muy fuertes las repercusiones de la crisis en países emergentes como Brasil. Aunque según las estadísticas disponibles China continúa creciendo a una velocidad vertiginosa, depende tanto de sus exportaciones a América del Norte y Europa que, a menos que encuentre la forma de estimular muchísimo el consumo interno, no tardará en compartir el destino de los demás.

A juicio de algunos, el terremoto financiero que obligó a una serie de gobiernos a respaldar a los bancos locales con cantidades astronómicas de dinero público sirvió para recordarnos que la especulación es mala y que por lo tanto hay que concentrarse en la producción de bienes tangibles, o sea, en "la economía real". Sin embargo, los muchos que piensan así pasan por alto el hecho de que, sin un sistema financiero flexible de alcance internacional, ni los fabricantes ni quienes quisieran comprar sus productos contarán con el dinero que necesitan para desempeñar su rol en el tremendamente complicado sistema económico actual. He aquí una razón por la que la reacción casi universal contra los presuntos excesos de los banqueros y otros financistas amenaza con tener consecuencias nefastas. Es muy fácil proponer más regulación -como están reclamando con fruición manifiesta los mandatarios de países emergentes en que los controles suelen ser llamativamente ineficaces-, pero no lo es en absoluto hacerlo sin trabar el sistema financiero hasta tal punto que sea incapaz de funcionar. Si por motivos políticos en los años próximos el crédito se ve repartido según los criterios de burócratas gubernamentales, sería un auténtico milagro que la economía resultante exhibiera una mera fracción del dinamismo al que todos parecen haberse acostumbrado. Puede entenderse, pues, el pesimismo que se ha apoderado últimamente de los mercados bursátiles del mundo entero. A pesar de que se haya reducido mucho el peligro de un colapso bancario generalizado, los inversores prevén que hasta nuevo aviso el medio ambiente económico se parezca más a aquel de cuarenta años atrás que al existente hasta mediados del año corriente.

El que Alemania y el Japón hayan estado entre los primeros países en caer en recesión es preocupante. A diferencia de rivales emergentes como China, en ellos los salarios del sector manufacturero son muy elevados. Hasta ahora han podido competir merced a su superioridad tecnológica y la calidad envidiable de sus productos así posibilitada, pero no hay ninguna garantía de que sean capaces de mantener sus ventajas. A causa de la crisis, las grandes empresas están procurando reducir sus costos, de suerte que podría serles aún más tentador que antes concentrar su producción en países como China en que la mano de obra es menos exigente, con el resultado de que a Alemania y el Japón le sería muy difícil recuperar el liderazgo cuando haya terminado el bajón actual. Dicho de otro modo, en países habituados a salarios altos apostar a "la economía real" no es necesariamente una opción tan segura como suponen aquellos que parecen creer que el mundo sería un lugar mejor si los gobiernos aprovecharan la crisis financiera que se ha desatado para eliminar la especulación que a su juicio está en la raíz de casi todos los males económicos y sociales.

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