Pasó hace algunos días por Neuquén un general retirado, de apellido Auel. Vino para tratar de mejorar el "concepto" que la opinión pública tiene de los militares sometidos aquí a juicio penal, acusados de graves crímenes. No creo que lo haya logrado, y es más: me parece que dejó un mal concepto de sí mismo. Pero antes de referirme a él, haré una breve historia de lo que hicieron los generales en este país, en los últimos 80 años.
Desde hace décadas y por fortuna los generales han dejado de ser noticia en la Argentina. Lo fueron desde hace mucho tiempo, desde 1930, cuando, convencidos de que la Espada, junto a la Cruz, eran la sangre viva de la Nación, decretaron que el segundo mandato constitucional de Hipólito Yrigoyen, electo en 1928 por seis años, debería terminar a los dos años. Entonces lo derrocaron e instalaron en la Rosada a uno de los suyos, José Félix Uriburu, cuyas características más descollantes eran los mostachos que exhibía y su admiración por el fascismo.
Lo sucedió en 1932 otro general, Agustín P. Justo, que le ganaba en inteligencia, aunque eso no signifique mucho en la comparación con Uriburu.
En 1943 los militares dieron otro golpe de Estado, al que llamaron "olímpico episodio de la historia" en una marcha que lo glorificó y que prometía "honradez, libertad y honor".
Como no tenían ideas muy precisas de lo que harían con el poder, en tres años pasaron por la Rosada tres generales: Arturo Rawson, que duró un día, Pedro Pablo Ramírez y Edelmiro J. Farrell. Quien sí tenía ideas precisas fue un coronel, Juan Domingo Perón, que en poco tiempo y desde el poder real organizó un partido que derrotó a toda la oposición unida en las elecciones de 1946. Logró el milagro de juntar a la Cruz y la Espada con la clase obrera organizada.
En 1954 Perón y la Cruz se enfrentaron. Un año después, con el lema "Cristo Vence", un levantamiento militar con respaldo cívico acabó con Perón (por un tiempo, como se vio después).
Fue esa la época en que los generales, con más almirantes y brigadieres, empezaron a verse como revolucionarios. Por lo tanto, llamaron al golpe del ´55 "Revolución Libertadora". Ésta tampoco superó los tres años, porque el gobierno de Aramburu-Rojas debió convocar a elecciones que, realizadas en 1958, dieron el triunfo a Arturo Frondizi, gracias a los votos que le dio Perón.
Frondizi duró un poco más de tres años, pero no llegó a cumplir cuatro. El 29 de marzo de 1962 lo bajó otro golpe militar. El comandante del Ejército, general Raúl Poggi, se veía como presidente, pero se le adelantó un ministro de la Corte Suprema de Justicia, Julio Oyhanarte, quien hizo comparecer ante el Tribunal al presidente del Senado, José María Guido sucesor constitucional del presidente derrocado. La Corte le tomó juramento como presidente de la Nación y lo mandó para la Rosada. Poggi se quedó con las ganas.
Estoy tratando de sintetizar una historia que, si bien larga, no es aburrida. Hasta se podría afirmar que ha sido entretenida, de no haber sucedido que fue muy costosa y cruenta. (Nunca nadie, cuando Frondizi estaba alojado en el hotel Tunquelén de Bariloche, imaginó que podría llegar a ser tan cruenta).
Guido, marioneta rionegrina de un régimen cívico militar, sobrevivió apenas a un enfrentamiento entre dos bandos del Ejército, los "azules" y los "colorados", y le entregó el poder a Arturo Illia, quien ganó las elecciones de 1963 con el 23 por ciento de los votos porque el peronismo, que seguía proscripto, se abstuvo.
¿Cuánto duró Illia? Tres años, porque a fines de junio de 1966 los generales iniciaron otra revolución, ya no Libertadora sino "Argentina". Pudieron en la presidencia a Juan Carlos Onganía.
Sería un error decir que esta dictadura duró, hasta las elecciones de 1973, siete años, porque de nuevo la fatalidad se interpuso a los tres años. El "Cordobazo" de 1969 -que, ojo, se puede repetir- dejó por el suelo los sueños milenarios de Onganía. También reptaron sin poder tomar vuelo, mientras Perón disfrutaba, los gobiernos de los generales Roberto Levingston y Alejandro Lanusse.
Del ´73 al ´´76, los últimos tres años. Y después, el abismo. Siempre acompañados por almirantes y brigadieres, pasaron por el poder genocida Videla, Viola y Galtieri. Bignone llegó para entregar los despojos del país a Raúl Alfonsín, primer presidente electo sin proscripciones después de un cuarto de siglo.
Entre 1955 y 1983 nos "gobernaron" nueve generales. Los resultados de esos "gobiernos" no fueron para el aplauso, como ellos mismos lo advirtieron cuando, después de ser derrotados en la única guerra que hubo en ese período, la de Malvinas, decidieron huir del poder.
Con toda esa historia detrás, viene este Auel, un predicador de la violencia, a defender la gastada idea de que el país pasó por una guerra civil y que esa guerra, ahora "judicializada", continúa. No es lo único que ha venido diciendo desde que, en 1988, lo pasaron a retiro. Pero, pensándolo bien, creo que ya le he dedicado demasiado espacio. No hay que dar por este general más de lo que vale, que es bien poco.
JORGE GADANO