A las 00:30 del domingo, un comando irrumpió en el billar "La Banana Loca" de Tijuana. Los atacantes dispararon ráfagas de rifles AK-47 de manera indiscriminada. Hubo gritos de terror. Cinco personas cayeron muertas entre las mesas, otras siete resultaron heridas.
Nada fuera de lo normal: ese 16 de noviembre hubo más muertos en otras partes de Tijuana y este año han sido asesinadas unas 600 personas.
Desde hace una década los hechos de violencia han ido en aumento en esta ciudad de 1,6 millones de habitantes.
Sin embargo, hasta hace un tiempo las matanzas se repartían, básicamente, entre los miembros de dos grupos rivales: el cártel del Golfo y el cártel de los hermanos Arellano Félix (cártel de Tijuana), que se disputaban el control de la plaza.
La ciudad, situada en el extremo noroeste de México, es uno de los lugares más lucrativos de conexión entre Estados Unidos y América Latina para el narcotráfico, el contrabando de armas, la prostitución y tráfico de inmigrantes.
"Antes los tiroteos ocurrían sobre todo en los barrios pobres no controlados por el gobierno", dice Rodolfo Corona Vásquez de El Colegio de la Frontera Norte. "Ahora cada vez más se ven involucrados ciudadanos inocentes. La vida se ha vuelto más insegura para todos nosotros".
Hace poco un bebé murió en un tiroteo porque sus padres quedaron entre dos frentes. El alcalde Jorge Ramos Hernández admite que la situación es complicada.
"La gente tiene miedo de salir a la calle en la oscuridad", dice la directora del semanario "Zeta", Adela Navarra. Ella sabe de lo que habla. El fundador de la revista Francisco Ortiz Franco y otros tres colaboradores han sido asesinados como consecuencia de reportajes a fondo sobre el narcotráfico y la corrupción de funcionarios.
Tijuana, como otras localidades del norte de México, impresiona como mucho más limpia y ordenada que la mayoría de las ciudades del centro y el sur de México. Las calles están limpias, casi no hay basura tirada.
Las personas acatan las normas de tránsito: ante los carteles de "stop" o los semáforos en rojo, los automóviles se detienen para que pasen los peatones. Hasta los vehículos militares, con soldados fuertemente armados, que patrullan las calles se detienen.
Pero la creciente inseguridad y el hecho de que las autoridades no parezcan estar en condiciones de proteger a la población está teniendo graves consecuencias también para el desarrollo económico de Tijuana.
Los turistas, sobre todo estadounidenses de la vecina San Diego, que acostumbraban a llegar de a miles a los bares de la avenida de la Revolución, son cada vez más ocasionales.
También han caído las inversiones, por ejemplo para fábricas de ensamblado conocidas como "maquiladoras". Los ingresos de los restaurantes se han retraído en un 30 por ciento.
"El turismo ha perdido hasta un 50 por ciento de sus ingresos por la violencia", dice la presidenta del Comité de Turismo y Convenciones de Tijuana, Ana Alicia Menenes, que reclama de las autoridades una actitud más decidida contra la delincuencia.
Los ciudadanos también están cansados de la violencia y el miedo. "Ya no podemos salir de casa sin pensar que nos puede pasar algo", dice un habitante de Tijuana. "Si ni siquiera están seguros los encargados de cuidar la seguridad, ¿qué podemos esperar los demás?".
Las familias más pudientes y los profesionales viven con temor permanente a ser secuestrados. Muchas familias se han mudado a San Diego. También han trasladado sus negocios a Estados Unidos. La mayoría de los mejores restaurantes de Tijuana se han mudado al otro lado de la frontera o han abierto una sucursal en San Diego.
Unas horas antes de que el comando armado irrumpiera a tiros en el billar, miles de personas habían marchado por calles de Tijuana para exigir un alto a la violencia, en respuesta a una convocatoria de los médicos de la ciudad, hartos después de una serie de secuestros.
"Estoy lleno de frustración, no con el crimen, no con la violencia, sino con la falta de respuestas eficientes, competentes, por parte de las autoridades", dijo el médico Erick Rossenberg, uno de los asistentes a la marcha.
FRANZ SMETS